Con su innata intuición comercial y un admirable sentido comercial, Antonio Vivaldi recurrió a los editores holandeses en los momentos en que debía mostrar su reputación como autor de conciertos. Así lo hizo en 1711 con L’estro armonico y tres años después con La stravaganza, y lo efectuaría también en 1725 con su opus 8, Il cimento dell’armonia e dell’invenzione, colección de doce conciertos divididos en dos series de seis, la primera de las cuales incluye su partitura más célebre, Le quattro stagioni. En esta compilación, el compositor veneciano aparece en la cima de su madurez creativa y de su dominio técnico, con una desbordante fantasía melódica y rítmica, tratando de dar a los sonidos instrumentales un carácter descriptivo y programático (algunos conciertos llevan subtítulos como La caccia, Il piacere o La tempesta di mare). Biondi y sus excepcionalmente diestros muchachos de Europa Galante llevan al límite la expresividad de estos pentagramas, a los que saben otorgar una modernidad casi desconocida.