Image: Pirámides junto al Sardinero

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Música

Pirámides junto al Sardinero

El Festival de Santander celebra sus 50 años con una espectacular Aida

25 julio, 2001 02:00

El Festival Internacional de Santander, que este año cumple sus bodas de plata, dará comienzo el próximo miércoles con la representación de Aida de Giuseppe Verdi, en una coproducción con el Liceo de Barcelona. Para celebrar por todo lo alto el cincuentenario se esperaba la presencia de Carlos Kleiber, en un homenaje al gran maestro cántabro Ataúlfo Argenta. Pero, como ya es casi una norma, el excéntrico director vienés anuló su actuación hace tan sólo algunas semanas. No importa demasiado, porque lo que queda en la programación, que se extenderá hasta el 1 de septiembre, es mucho y generalmente de gran calidad, incluyendo algunos nombres tan relevantes como Riccardo Chailly, Myung-Whun Chung, Daniel Barenboim, Rafael Fröhbeck de Burgos, Nuria Espert, Antonio Márquez o Jordi Savall.

Puede que nadie pensara aquel verano de 1952, en el que echó a andar el Festival santanderino -el más antiguo de España junto al decano de todos ellos, la Quincena Musical Donostiarra, y al de Música y Danza de Granada-, que cincuenta años más tarde seguiría vivito y coleando y que, edición tras edición, creciera y creciera, ampliando con mucho los más modestos planteamientos iniciales. Hoy el Festival Internacional de Santander cumple su primer medio siglo lleno de éxitos y habiendo logrado el reconocimiento de artistas, público y crítica.
Sin duda que en tan larga singladura ha habido malos momentos, lunares, improvisaciones, irregularidades, a veces desequilibrios; pero el conjunto de la labor, tanto la realizada al principio como la llevada a cabo desde 1979 por José Luis Ocejo, que sigue al frente de la nave, es de alto nivel, aun cuando pudieran preferirse, y esto depende, como es lógico, del gusto personal de cada cual, otros criterios programadores u otras disposiciones, o una mayor prontitud en la presentación de los calendarios.

Para la presente edición, el presupuesto asciende a 615 millones de pesetas, de los cuales la mitad corresponde a las aportaciones de las instituciones (Gobierno de Cantabria, Ayuntamiento de Santander y Ministerio de Cultura) y la otra mitad proviene de la taquilla y diversos patrocinadores, entre los que sobresalen la Caja de Cantabria, el Banco Santander Central Hispano y Saint-Gobain Canalización.

Ocejo, que lleva a sus espaldas la friolera de 26 festivales internacionales (las 22 ediciones a su cargo del de Santander y los cuatro en los que estuvo al frente del madrileño Festival de Otoño, que él creó junto a Pilar Izaguirre) puede sentirse orgulloso de que, luego de tantos años, la muestra mantenga alto su pabellón. Y echando la vista atrás hay motivo sin duda para ese contento, porque se han realizado grandes cosas. "Estamos justificadamente satisfechos", señala Ocejo a EL CULTURAL. "La acogida del público es cada vez mayor. El año pasado hubo 27.000 espectadores más que el anterior, y de las veintiún convocatorias en la Sala Argenta (la Sala Sinfónica del Palacio de Festivales) dieciocho registraron un lleno absoluto. En algunos conciertos de cámara con instrumentos antiguos se agotaron las entradas, y los conciertos en los recintos históricos se vendieron en un noventa por ciento", comenta ilusionado.

Naturalmente, en la travesía del festival han de contar muy importantes sesiones de ballet y aquellos entrañables conciertos de la Porticada -hasta 1990, cuando se construyó el flamante Palacio de Festivales- en los que, a pesar de las inclemencias metereológicas, pudieron seguirse relevantes acontecimientos, como aquel ciclo beethoveniano del director de Castro Urdiales, el malogrado y ejemplar Ataúlfo Argenta, presente en las mejores jornadas al lado de otros maestros de reconocido prestigio y de solistas incomparables.

Un cambio necesario

"El paso de la Porticada al Palacio de Festivales era una necesidad real e ineludible", comenta Ocejo, "aunque mucha gente se acuerda de ella con nostalgia. Es cierto que allí había un calor difícil de conseguir en un moderno auditorio, pero a cambio se ha potenciado enormemente toda la cuestión escénica. Este año, por ejemplo, podemos hacer un montaje tan complejo como la Aida del Liceo con todas las garantías. Además, esto ha permitido también cambiar la hora de inicio de nuestros espectáculos, de las once a las nueve de la noche. Cuando se daba una ópera en concierto, debido a la larga duración teníamos que empezar antes, y entonces se colapsaba la ciudad. Luego estaba el problema de la lluvia, aunque, afortunadamente, en los últimos diez años de la Porticada sólo llovió nueve veces".

La ópera ha sido, precisamente, junto a los grandes conciertos sinfónicos y corales, la principal beneficiada del polémico edificio construido por el desaparecido Sáenz de Oiza, cuyo escenario, sin embargo, no está del todo preparado para las más modernas producciones. Pero, como suele suceder en estos casos, se ha hecho de la necesidad virtud y se han superado prácticamente todas las carencias a base de buena voluntad y resultados artísticos, en ocasiones, muy encomiables. Otra de las señas de identidad del certamen, junto con la música contemporánea y la antigua, tan bien servida en el claustro de la catedral, son los ya señalados marcos históricos, como el Santuario de la Bien Aparecida.

Mehta y el gazpacho

Son muchas las anécdotas acumuladas por Ocejo en sus años al frente del festival. "Recuerdo, por ejemplo, que Zubin Mehta, después de dirigir un concierto con la Filarmónica de Israel, nos hizo abrir el restaurante El Riojano de madrugada para que le preparasen un gazpacho".

"Y no olvidaré nunca, en mi cuarto año como director -prosigue-, una época en la que me encontré con bastantes problemas y con muchos celos, el apoyo de Montserrat Caballé, que venía muy cansada de interpretar una Norma y me sugirió suspender el recital. Yo insistí en que cantase y le salió un ‘gallo’, que encajó con su enorme simpatía diciendo: ‘Ya le dije al señor Ocejo que era mejor dejarlo para otra ocasión’. Luego se deshizo en elogios acerca del festival", rememora emocionado el director. "O Plácido Domingo, que renunció a tres días de vacaciones para actuar en una gala benéfica, y a cambio sólo nos pidió un jamón".

Otro de los instantes más bellos fue el gesto de Rostropovich, que había actuado con la Orquesta del Festival de Schleswig-Holstein. "Poco después tenía que haber venido Leonard Bernstein con la de Tanglewood, pero el director americano estaba ya muy enfermo (murió, de hecho, a los pocos meses), y el maestro ruso consiguió traer en sólo unos días a la Orquesta de Cámara de Noruega, clausurando así los conciertos en la Porticada, el 30 de agosto de 1990", indica Ocejo.