Image: El piano de Barenboim  vuelve a Madrid

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Música

El piano de Barenboim vuelve a Madrid

El artista argentino interpretará cinco Sonatas de Beethoven y una selección de la Iberia de Albéniz

27 febrero, 2002 01:00

Pocos dudan de que Daniel Barenboim es uno de los artistas más queridos en España, donde anualmente tiene ocasión de mostrar sus increíbles dotes musicales. Vuelve en esta ocasión como pianista a Madrid donde ha vivido éxitos apoteósticos. Ofrecerá dos conciertos: el primero, esta tarde, para el ciclo de Ibermúsica y mañana, uno extraordinario para Juventudes Musicales. Brindará obras de Beethoven, del que ha sido siempre un gran traductor, y Albéniz, a quien rinde un particular homenaje.

Albéniz universal
Una de las lacras que ha perjudicado en mayor medida la expansión internacional de la música española ha sido la del tópico de que su carácter nacionalista la hace sólo asequible a intérpretes españoles. Este hecho ha constreñido muy dañinamente su difusión en las salas de conciertos internacionales. Daniel Barenboim, como en su día ya hiciera su ilustre antecesor Artur Rubinstein, rompe tan manido tópico y aborda el repertorio español desde un globalizado sentimiento universalizador. Un sentimiento sin adjetivos que es precisamente el mismo que inspira cualquier gran música, por muy arraigada al terruño que ésta nazca. ¿Hay algo más universal que la Iberia de Albéniz?

Daniel Barenboim, artista temperamental hasta la incandescencia -ahí está su abrasador Tristan e Isolda- se acerca a Albéniz con admiración, responsabilidad, respeto -casi devoción- y unos medios pianísticos proverbiales. Cuando el 16 de abril de 1999 debutó en Sevilla el primer cuaderno de Iberia, el versátil músico judeo-argentino confesó que la única versión discográfica que conocía era la de su admirado Esteban Sánchez. Sorprendía entonces que un artista juicioso, que se adentra en unos compases tan intrincados hasta el punto de llevarlos al disco, no sintiera curiosidad por conocer -o, al menos, consultar- otras versiones de referencia, como las de Alicia de Larrocha -cualquiera de las tres-- o Rafael Orozco.

Esta aparente falta de curiosidad, paradójicamente, certifica la fortaleza de criterio y autoridad del Albéniz de Barenboim. También es prueba fehaciente y feliz de que (afortunadamente) sus compases son patrimonio de la humanidad y no de los cuatro pianistas españoles de siempre. De hecho, Barenboim y su confesada pasión albeniciana han hecho -están haciendo- un enorme favor a la música de Albéniz, al tocarla en medio mundo sin complejos ni monsergas nacionalistas. Para tocar Triana como los dioses no hay que haber nacido en la calle San Jacinto. Tampoco suena mejor El Puerto por haber gozado un atardecer en el puerto de Cádiz. ¡Cuánta literatura y frases hechas se han vertido acerca de cómo Albéniz describe en esta página el "soleado bullicio" de El Puerto de Santa María! ¿Qué pensarán esas mismas plumas cuando sepan que realmente Albéniz jamás pensó para este fragmento en la ciudad de Rafael Alberti?

Barenboim sabe perfectamente lo que quiere hacer con los intrincados compases de Iberia. Rompe lugares comunes y se acerca a Albéniz de la manera más cabal: con el corazón y unos medios pianísticos de primera. Exactamente como lo hizo Esteban Sánchez y los otros cuatro o cinco grandes intérpretes de Iberia. Sus frases son anchas y espaciosas y se recrean hasta lo indecible tanto en la belleza melódica como en la sugerente riqueza tímbrica. Todo se desarrolla en un cuidado arco sonoro de enormes y calibradas dinámicas. Se extasía en el caudal inagotable de ritmos y giros populares que invaden la obra cumbre del teclado español para brindar un Albéniz luminoso, expresivo, popular, vibrante, aéreo, impulsivo, ensoñador y apasionado. Natural y universal. También españolísimo, porque, a decir verdad y como anteriormente ya ocurriera con ese otro genial interprete de los compases ibéricos que fue Arturo Rubinstein, Barenboim parece más español, castizo y hasta bastante más andaluz que muchos pobladores de la intrincada piel de toro que tan idealmente retrató Isaac Albéniz en las doce maravillas de su coloreado y poco pintoresquista poema musical.

Justo ROMERO


Beethoven humanista
Beethoven es probablemente el gran compositor humanista, es rara la composición suya que, por una razón misteriosa en apariencia, no nos dice algo. Por eso exige a la hora de su interpretación una visión especial, un toque singular. Pianistas como Schnabel, Cortot, Fischer, Nat, Arrau, el Brendel maduro o Barenboim, por citar algunos casos, están en ese secreto, que supone un alto grado de comprensión y de vivencia de la música, tomada como algo natural que forma parte de la vida.

Muy agudamente señaló en cierta ocasión el último de los pianistas citados, que es el que hoy nos interesa, que el proceso postcreador (el de la interpretación) va en sentido inverso al del proceso creador y el intérprete debe poder rehacer el camino en los dos sentidos. Por eso sus acercamientos a la obra pianística -y en algunos aspectos colindantes también a la orquestal cuando empuña la batuta- del músico de Bonn suelen tener habitualmente esa capacidad de abrir nuevas vías, esa movilidad de ejecución -nunca se toca una sonata de la misma manera- e incluso de concepción. El pianista argentino-israelí estudia directamente sobre el piano, dando a la partitura, con todas sus voces, una visión de conjunto, no pormenorizada. Así lo explicaba en relación con la Hammerklavier op.106, una de las más complejas de la serie: Una de las dificultades de la interpretación es la de pensar al mismo tiempo horizontalmente y verticalmente, armónicamente y melódicamente. La tensión nace a la vez de la melodía, del ritmo y de la armonía. Si se trabajan las voces separadas, resulta muy difícil poner estas relaciones en demasiada evidencia.

Todo ello tiene que ver con el singular subjetivismo de los planteamientos de Barenboim, para quien -y es un pensamiento que parece a estas alturas muy lógico- el objetivismo no existe porque, en todo caso, el espíritu de lo escrito es mucho más importante que lo escrito. Para aplicar tales criterios el artista siempre ha contado con un bagaje cultural y una preparación técnica de alto nivel; desde que, siendo niño, recibía las enseñanzas de su padre Enrique Barenboim, que había trabajado en Buenos Aires con Vincenzo Scaramuzza. Luego la influencia de Fischer, de Rubinstein, de Cortot o, en orden a un entendimento general de la música, de Furtwängler -y mucho más tarde de Celibidache-, completaron el punto de vista del joven intérprete. Cierto es que, llevado de un talento natural asombroso, de su innata facilidad para hacer música, se ha prodigado demasiado fiado de sus medios y capacidades, lo que no siempre ha favorecido su impresionante poder de concentración, una de sus cualidades más reconocidas. Nada le arredra; lo que puede ocasionar baches y desniveles como los que a veces se han percibido en algunas de las múltiples sesiones maratonianas que se organiza. Recordemos aquel ciclo de Sonatas de Bethoven en el Real de Madrid, que no tuvo el nivel deseado.

La técnica de digitación, la fantasía para frasear humanísticamente, con riquísima variedad de ataques, de regulación de intensidades, el legato, la calidad del sonido han sido siempre patrimonio de este artista en su oficio de pianista. Intenta en todo momento dar con el lado no visto de los pentagramas, explicarlos con claridad; algo que a veces, llevado de la emoción del instante, no consigue por mor de indeseados emborronamientos en la esposición, quizá por una aplicación poco fina del pedal. De todas formas no cabe duda de que las dos integrales que Barenboim ha grabado de las Sonatas del genial sordo, una para Emi y otra para DG, están colocadas, singularmente la primera, a precio económico, en el grupo de las mejores opciones. Su pedigrí de beethoveniano de pro se podrá comprobar de nuevo en esta nueva presencia suya en Madrid, una ciudad que le tiene en un justificado aprecio.