Primera palabra

Hacia un nuevo orden musical

por Luis de Pablo

27 febrero, 2002 01:00

Luis de Pablo, por Gusi Bejer

Desde la atalaya que dan mis setenta y dos años recién cumplidos me satisface constatar qué profundos y positivos cambios ha vivido la creación musical española en los últimos tiempos. Es triste recordar que en mi generación fuimos pocos los que nos planteábamos la composición como un medio de expresión personal profunda, desarrollado a través de un orden sonoro y de acuerdo a unas determinadas técnicas, todo un gran vehículo de vivencia humana. Esa perspectiva te hacía sentirte casi una rara avis. Durante decenios hasta pareció transformarse incluso en "otra cosa", renunciando a aquellos valores más trascendentes, llegando al extremo de olvidar el oficio.

Esto se ha cambiado en poco tiempo y pese a que el número no siempre suele estar en proporción directa a su calidad, creo que empiezan a ser considerables aquellos nombres a los que puedo valorar como colegas en toda la auténtica acepción de la palabra, especialmente entre los jóvenes. Porque hoy día se consolida la calidad entre aquellos compositores e intérpretes de nuestro tiempo que han decidido dedicarse a la música -y no sólo española- de nuestros días con excelentes resultados.
Estas nuevas generaciones se ven favorecidas además por una importante novedad, al ser un factor que nunca se había dado en nuestra historia y es la continuidad. Que quede claro que en ningún caso me estoy refiriendo a repetición, sino a la constatación de que todo un bloque ha aprendido muy bien lo enseñado y ha sabido desarrollarlo a su manera, de un modo llamativo y convincente sin manifestarse además como epígonos de nadie. Ahora, los retos de estas nuevas generaciones vendrán de saber transmitir lo que hacen. En la mía, nuestra primera obligación era ponerse al día de todo aquello que funcionaba en el resto del mundo.
Aunque en nosotros había indudables carencias, empezando por la falta de maestros, lo compensábamos con una idea clara de que teníamos que aprender ciertas cosas que no sabíamos ante el agobiante aislamiento de todo el país. Hay que resaltar que no fue un fenómeno únicamente español, sino común a muchos ámbitos geográficos por ser necesario atrapar el tiempo perdido tras una guerra que destruyó tanto y tan valioso en Europa. Pero es indudable que las dificultades se acrecentaban en nuestro caso. Ese abismo no lo han tenido que cruzar los nuevos talentos ya que los puentes estaban construidos, y por ello cuentan con unos determinados caminos trazados que les permitirá desarrollarse a escala internacional.
De ahí que estos valores muestren unas tendencias inspiradas en la libertad y la diversidad como referentes de cara a hallar soluciones concretas al problema de poner orden en el material sonoro. Casi no me atrevo a decir cuál es la mejor entre todas estas vías pero, por una vez en nuestra historia de la música, no estamos ante un problema de técnica, como sucediera en nuestro pasado, sino de talento ya que tanto la una como el otro abundan entre las nuevas generaciones. Las obras, ahora, subrayan esas diferentes tendencias hasta el punto de que la multiplicidad puede llegar a parecernos algo caótica, dicho sin ningún tipo de acritud sino como un modo de definir una realidad. Porque si siempre se ha dado algún tipo de caos fruto de la realidad multiforme, en las promociones posteriores a la mía surge como una característica mucho más marcada. De esta riquísima multiplicidad la sociedad no ha tomado demasiada cuenta, ciega ante la variedad de nuestro panorama creativo. La aportación musical no ha sido siempre bien asimilada porque está, en gran medida, al margen de los planes de enseñanza. Pero la situación dista ahora de ser tan trágica como en otras épocas, cuando, parafraseando a Falla, resultaba mejor ser editado fuera que no estarlo en absoluto. Todo mejora poco a poco en gran parte gracias a las infraestructuras musicales generadas con el advenimiento de la democracia. Si hubiera que valorarlas en relación a lo que yo viví en mi juventud, parecería que estamos viviendo en la Viena del 1900. Y como las barreras que separaron nuestro país del resto del mundo en gran medida han caído, la ayuda a la difusión de nuestras obras se ha multiplicado. Incluso en el público encuentro mayores deseos de conocer. Claro que estamos ante un bloque probablemente minoritario, una minoría dentro de la minoría que normalmente frecuenta el panorama clásico.

Pero tanto el número de asistentes a los conciertos contemporáneos como el de aquellos que los siguen en sus casas a través de las grabaciones se demuestra día a día que va en aumento. Y mejor se comportaría si los medios de difusión la tomaran en mayor consideración tal y como corresponde a su responsabilidad. Los resultados conseguidos tienen difícil marcha atrás. Aunque puedan darse los inevitables altibajos tendría que suceder una catástrofe para que se tirara esto por los suelos y, como mucho, lo más que pudiera suceder es que se diera otro éxodo. Ahora, una vez que todas nuestras anteriores etapas están aprendidas y olvidadas, queda, citando a Machado, el rabo por desollar que no es otra cosa que responder a esta pregunta: ¿qué es lo que se va a enseñar a los futuros compositores? Todavía nadie ha respondido a esto de un modo convincente. A mí, por edad, ya no me concierne ni me corresponde. Es hora de dejar el testigo a los que vengan.