Andràs Schiff
Me irrita el Bach de Glenn Gould
5 junio, 2002 02:00Andràs Schiff. Foto: Mercedes Rodríguez
El pianista Andràs Schiff es el protagonista musical de los días 7 y 9 de junio al asumir la dirección de la Sinfónica de Galicia y, al mismo tiempo, ofrecer un recital dentro del Festival Mozart de La Coruña. Además, junto a la Chamber Orchestra of Europe clausurará el próximo verano el Festival de Santander. El artista húngaro es, posiblemente, uno de los cuatro grandes referentes del teclado actual, al lado de los Zimerman, Pletnev y Sokolov, todos ellos en plenitud de facultades y capaces de abordar un repertorio vastísimo. Inteligente, ágil y polémico, en esta entrevista con El Cultural, muestra su talante crítico ante el actual sistema orquestal, denuncia el peligro de los mitos musicales y admite la necesidad de superar los discutidos límites que se marcan muchos de los programadores actuales.
-Con los actuales medios técnicos, la música en vivo puede morir.
-Los intérpretes deben demostrar que no es así. La música viva es una experiencia única. Es mucho más que ir al archivo. Todos los cuadros del Prado pueden estar en un Cd-rom pero no sustituye la experiencia del directo. Claro que los discos son estupendos pero alteran nuestro nivel de percepción. Mucha gente va al concierto con esa mentalidad de perfección que da el cd, pero no es un producto verdadero. Tiene mucho de cosmética. Algunos, son poco más que cortar y pegar.
-¿Y la globalización musical?
-No deja de ser un peligro. No me parece positivo que todas las orquestas suenen igual. Es una tragedia que formaciones, como Dresde o Viena, pierdan su inconfundible sonido. ¿Hasta qué punto es bueno que las orquestas tengan diez chinos, ocho rusos...? Así la Filarmónica de Berlín perderá su sonido alemán. No soy nada nacionalista pero entiendo que el arte exige buscar algunas raíces.
Recrearse en el pasado
-¿Y las personalidades de hoy?
-Hay infinitamente menos que cuando comencé mi carrera (sonríe). De todos modos cada generación tiende a recrearse en sus años jóvenes con lo que la glorificación del pasado se torna peligrosa. A veces se han celebrado cosas que con el tiempo se ve que no eran tan buenas. Cuando empecé mi carrera, el más veterano e ilustre nombre era Karl Bühm y si oigo algunas de sus versiones ahora me parecen horribles. Sin embargo, Fritz Busch, menos conocido, me resulta fascinante.
-De sabios es...
-Cambiar de opinión, sí. Hay cosas que me gustaban en su día que ahora no me interesan. Cuando tenía 14 años admiré a Glenn Gould tocando las Goldberg. Ahora, sin embargo, me irritan, no las puedo oír. Es difícil explicar la psicología de la audición. Nunca sabes si Lipatti es una leyenda porque murió joven, hizo pocos discos, o qué. Le pasa lo mismo a Carlos Kleiber que ha dejado de ser un hombre para convertirse en otra cosa. No niego que sea un gran director, pero como es una rareza, la gente ya va mentalizada. Parece un mecanismo psicológico.
-Zoltan Kocsis, Dezso Ranki y usted forman toda una generación húngara que puso el nivel del teclado muy alto.
-Nos tocó una etapa de comunismo represivo pero post-stalisnista. Lo peor había pasado. Era un tiempo oscuro pero la música siempre ha sido el arte más difícil de controlar. Siempre es más sencillo censurar la literatura. Los músicos nos sentíamos orgullosos de la Academia "Franz Liszt", un oasis en el desierto. La música nos daba esperanzas, nos consolaba en una atmósfera agobiante. Y nos empujaba a salir de la pobreza. Con el colapso comunista todo ha cambiado. Además falta Pál Kadosa.
-¿A qué se debió esa estirpe de grandes directores húngaros?
-Venía de antes de la Segunda Guerra Mundial. De hecho, no había una clase de dirección. Ahora todos los conservatorios la tienen y sin embargo los resultados no son tan buenos. No se puede olvidar que Fritz Reiner estudió piano con el mismo Bartok. Todos los grandes fueron alumnos de Leo Weiner en música de cámara, un pedagogo espléndido que analizaba como nadie. Cuando se habla de los magníficos ensayos de Reiner era como asistir a las clases de Weiner.
-Todo ello ha cambiado mucho.
-El sistema está equivocado. A mí no me gusta. No hago conciertos con orquesta, con algunas excepciones como este fin de semana, que alterno como solista y director. La situación dista mucho de ser ideal. Se vive una crisis tremenda en el mundo de las orquestas. Intentan seguir vivas a cualquier coste y el esfuerzo se acaba pagando. A veces dicen que la culpa es del director. Sin embargo en las de jóvenes constatas que esa gente, llena de entusiasmo, se convierte en profesional y en apenas dos años pierde ese espíritu, acabando como sus colegas. Me cuesta entender esa transformación y dónde está la razón por la que el sistema destruye la ilusión. No puedo por menos que sorprenderme ante las caras de aburrimiento que ponen muchos músicos frente a estupendos directores. Visto desde fuera, es un problema real.
-Algunos músicos, como Sviatoslav Richter, se han rebelado.
-Richter era una personalidad que no estaba de acuerdo y sufría por ello. Llegaba y anunciaba lo que iba a tocar apenas unos minutos antes. Cuando tienes un público fiel es posible. De todos modos no todo es tan terrible. Hay cosas que funcionan mejor ahora que hace cincuenta años. Grandes virtuosos como Paderewski, Hoffman o Godowski, confeccionaban programas horribles. Una especie de ensalada de tapas. El público de ahora es más exigente. Ya no se puede hacer cualquier cosa. Se debe a que cuando se aborda el Clave bien temperado ya hay un público formado para entenderlo.
Difícil planificación
-¿Cómo lleva la planificación?
-Mal. A veces me gustaría ir y tocar lo que me sale en ese momento y, al acabar, preguntar. Es horrible que no te dejen tocar algo porque alguien lo hizo un año o unos meses antes. A lo mejor mi lectura de la Fantasía de Schumann es diferente. Se varía en lo tonto. Al público le gusta saber qué va a suceder pero sólo hasta cierto punto. ¿Cómo se puede acordar alguien de qué compositores se hicieron hace tres años?
-¿Hay que cambiar el formato de los conciertos?
-Partiendo de que no creo en la didáctica porque un concierto no es una escuela sino otra cosa distinta, hay que buscar contrastes, construir líneas estéticas, alzar mundos. Muchos conciertos son demasiado predecibles: obertura, concierto, sinfonía. En un programa de cámara puede alternar un cuarteto junto a un lied para darle variedad.
-¿Qué piensa de la música contemporánea?
-Me interesa, pero hay poca que me impresione hasta el punto de tocarla. Me gustan Kurtag o Holliger. Resulta difícil juzgarla, falta tiempo. Sobre todo en la segunda mitad del XX, porque en la primera están los Stravinski, Webern...¿Cuáles son las grandes obras de esa segunda mitad? No sé hasta qué punto Stockhausen o Boulez son verdaderos "grandes". Porque cuando leo una novela escrita el siglo pasado la puede seguir, el lenguaje no ha cambiado. En música, sí. Ya no es mi lengua madre.