'La del manojo de rosas' vuelve a La Zarzuela: efervescencia popular en las calles de Madrid
- El sainete lírico en dos actos, con música de Pablo Sorozábal, regresa este miércoles al Teatro de la Zarzuela, que ha colgado ya el cartel de 'no hay entradas'.
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No es fácil adivinar el futuro que le espera a un montaje teatral. Que 34 años después de su estreno se sigan agotando todas las localidades de La del manojo de rosas es “emocionante”, como ha resumido su director de escena, Emilio Sagi a El Cultural.
A partir de este miércoles –y hasta el próximo 1 de diciembre– el título vuelve al Teatro de la Zarzuela bajo la dirección de Alondra de la Parra, interpretado por la Orquesta de la Comunidad de Madrid y Coro de la Zarzuela, en la emblemática y popular producción de Sagi, estrenada por primera vez en 1990.
Tras dos montajes de La Revoltosa y La verbena de la paloma en La Habana y Buenos Aires, Emilio Sagi Álvarez-Rayón (Oviedo, 1948), se presentó en España ese año con La del manojo de rosas. Eligió esta obra porque tiene una relación muy estrecha con su familia: su abuelo fue Emilio Sagi Barba, el empresario que, junto a Manuel Herrera Oria, fundó el Teatro Fuencarral en el que se estrenó en noviembre de 1934, y su tío, Luis Sagi-Vela, el barítono lírico para quien Sorozábal, Ramos de Castro y Cuadrado Carreño crearon el personaje de Joaquín. Él es el último de la saga familiar que se dedica a la música, de ahí su alegría por el éxito que esta obra sigue cosechando.
Desde su estreno, la versión escénica de este texto “muy divertido, con un punto nostálgico, que te hace pensar y que tiene una música estupenda”, va ya a por la séptima reposición, que ha variado poco, a excepción, claro, del elenco, donde “cada uno pone su alma, da algo de sus vivencias al personaje”, reflexiona el escenógrafo y filólogo.
En esta ocasión, interpretan a Ascensión, la florista orgullosa de sus orígenes obreros que no quiere el amor de quien no sea de su clase, las sopranos Vanessa Goikoetxea y Beatriz Díaz; los barítonos Manel Esteve y David Menéndez encarnan a Joaquín, señorito que simula ser mecánico para pretenderla; y Gerardo López es Ricardo, el aviador que se disputa su atención.
Sorozábal reivindica a esa nueva clase social de traje y sombrero, orgullosa de ser pueblo
El compositor Pablo Sorozábal dejó escrito que su proyecto con La del manojo de rosas consistía en cantar “no al Madrid clásico, sino al Madrid al día”, y que con esta pieza “quería demostrar que el sainete madrileño estaba todavía ahí, al alcance de la mano, en plena calle”.
En la esencia de este título está el Madrid de principios de los años 30, donde el cine, los cócteles de Chicote o el charlestón conviven con los conflictos de clases, con un feminismo que toma las riendas, un casticismo actualizado y esa mentalidad abierta e integradora que floreció en la capital española durante la Segunda República.
En un género como el sainete, que parecía obsoleto, Sorozábal supo capturar esa esencia con un argumento ligero y una música “sencilla, espontánea, garbosa”, con “salero y sentimiento, con sabor popular” que ha pasado a formar parte de nuestra memoria colectiva.
Como explica Concha Baeza en las notas al programa de la reposición del 2020, en esta pieza “los personajes se organizan en dos triángulos amorosos que impulsan la acción dramática”. Hasta aquí, todo normal.
Pero al incorporar a dos señoritos como Ascensión y Joaquín, por más que ella trabaje de florista y él asuma el papel de mecánico como parte de su aprendizaje vital, Sorozábal está reivindicando a esa nueva clase social de traje y sombrero, orgullosa de ser pueblo y de su clase trabajadora, el futuro “andamiaje de la Segunda República”. Y eso con dos mujeres protagonistas –Ascensión y Clarita, una manicura muy culta– que desean encontrar el amor, pero que lo desprecian si para ello deben sufrir celos o renunciar a su libertad o a su independencia.
“En todo lo que escribió, Sorozábal dejó, como cualquier creador, una huella política. La del manojo de rosas es un canto al hombre trabajador, y denota, con mucho guante blanco, el señoritismo de la época”, reflexiona Sagi. “En este retrato de Madrid hay políticos como Lerroux; aparece el ateneo feminista al que asiste Clarita; el dueño del taller echa a la calle a Capó, el aprendiz de mecánico que pretende a Clarita, por reparar la bicicleta a un sacristán… Ese mundo está retratado de una manera muy fina, nunca con brocha gorda, con una gran delicadeza y sentimiento”.
La producción de Sagi ha marcado un antes y un después en los planteamientos teatrales del género. “Quería llenar este espectáculo de la vida de la calle. Por eso planté a veinte bailarines sobre el escenario. En Madrid hay mucho ambiente, se vive la noche, y quería destacar esa vida de barrio, en la que la gente sube, baja, entra en el bar, con prostitutas en el tercero, todo ese mundo del garaje… No quería un decorado de papel, sino que cuando se levantase el telón se viese una calle de Madrid”.
Desde su estreno en noviembre 1990, esta producción no ha parado de viajar: ha pisado doce ciudades del país, así como otras dos capitales europeas: Roma y París. “Tuvo mucha gracia que, cuando la hicimos en París, en los sobretítulos tradujeran al personaje de Espasa como Mr. Larousse”, cuenta Sagi. En estos años han pasado muchas cosas. “Ha actuado gente que ahora es famosa, también desaparecieron grandes amigas por el sida… En la primera escena hay unos cruces de bicicletas. Una vez chocaron dos y quedó impresionante, parecía que estaba ensayado”.
El día que la obra vio la luz, un martes y trece de 1934, dejó escrito Sorozábal que “el público madrileño se dio cuenta de que aquello era algo nuevo y muy nuestro”. Hoy, añade Sagi, “la gente tiene mucha hambre de pasar un rato agradable y de que le lancen energía positiva desde el escenario”.
La del manojo de rosas es una de nuestras zarzuelas más universales, una ventana al Madrid cambiante y moderno de la Segunda República. Y esta producción es uno de los mejores homenajes del Teatro de la Zarzuela al Madrid de entonces y de ahora.