Prokofiev, el músico inflamable
Se conmemora el cincuentenario de la muerte del compositor ruso
27 febrero, 2003 01:00Foto: Stravinsky-Diaghilev Foundation
El 5 de marzo se cumple el cincuentenario de la muerte del compositor ruso Serge Prokofiev que, junto a Berlioz y Wolf, marca la estela de acontecimientos conmemorados por el mundo de la música. Con este motivo, El Cultural ahonda en su vital conexión con nuestro país.
Nacido en la provinciana Sontsovka (Ucrania), demostró precozmente su talento. Cuando adolescente llega al Conservatorio de Moscú, porta en cartera varias óperas y numerosas composiciones instrumentales. Las muestras de su capacidad iban sostenidas por su peculiar carácter. Nabokov, que lo conoció muy de cerca, lo definía así: "normalmente jovial y amistoso, Prokofiev era inflamable. Estallaba de pronto, ante la menor provocación. La cara se le ponía encarnada y comenzaba a desvariar y a lanzar injurias. Sus estallidos no duraban mucho, luego se mostraba hosco un largo rato, como un niño y en ese periodo era preciso dejarlo solo".
Genio prematuro
Con menos de veinte años estrenaba su Primer concierto para piano. Cuando llega la Revolución rusa, abandona su país y se traslada a Estados Unidos. Allí dará a conocer obras hoy bien instaladas en el repertorio como el Primer Concierto para violín o la Sinfonía Clásica. Aplaudido pianista, se enfrentará a su primer gran fracaso, el estreno de El amor de las tres naranjas en Chicago (1921). Molesto ante los críticos del país que "rechazaban violentamente las obras nuevas" y los gestores "que organizaban largas horas de trabajo para los artistas que ejecutaban los mismos programas trillados", optará por trasladarse a París.
En la capital francesa, Diaghilev le encargará dos obras para sus ballets, El paso de acero (1925) y El ángel de fuego (1929) que no cuajaron. Pese a no conseguir ubicarse en el duro París de la post guerra, es una etapa creativa que verá nacer su ópera El ángel de fuego.
Cuando en 1927 ofrece una gira triunfal por Rusia, regresa definitivamente a Moscú. Stravinski, que lo conocía bien, achacó esta vuelta a "un sacrificio a la perra deidad de la fama y no otra cosa. No había tenido éxito ni en USA ni en Europa. Era un ingenuo en el plano político".
Desafortunado regreso
Su compatriota Shostakovich señala que Prokofiev había jugado una baza que le salió muy mal. "Durante quince años había estado sentado en dos sillas; en Occidente se lo consideraba un soviético y en Rusia un visitante de Occidente. Prokofiev resolvió que sería más ventajoso para él trasladarse a la URSS, pero se equivocó de medio a medio".
Las purgas stalinistas dieron un golpe temible a la creación musical. Tras el estreno de en 1947 de La gran amistad de Vano Muradelli, los responsables de la cultura soviética emitieron una resolución a través del Comité Central del Partido Comunista donde se acusaba a compositores como Prokofiev, Jachaturian, Shostakovich, Miaskovski o Shebalin de "tendencias antidemocráticas" y "formalistas" que iban contra la sensibilidad soviética. Presionados y asustados, se vieron ante la necesidad de reconsiderar sus puntos de partida estéticos. Prokofiev escribió una carta pública donde señalaba que "en las últimas décadas el arte occidental ha empobrecido extraordinariamente el lenguaje musical y le ha desprovisto de sencillez, de comprensibilidad y de armonía... La presencia del formalismo en mis obras se explica por una deficiente comprensión de lo que nuestro pueblo espera... Trataré de buscar un lenguaje claro, comprensible y cercano al pueblo".
Gran parte de la crítica occidental nunca le perdonó estas letras generando con ello una más que animadversión hacia gran parte de su corpus, por adjurar de sus ideales estéticos. En los últimos años, su nombre se ha reconducido. Los estrenos en Londres de Semyon Kotko y de El jugador en Nueva York han ayudado a replantear qué lugar merece este gran creador en el panorama del siglo XX. Quizá sea pronto para saber si el futuro comparte o no la valoración de Stravinski, cuyo juicio permanece todavía como una losa: "Prokofiev era lo opuesto a un pensador musical. Asombrosamente ingenuo en cuestiones de construcción musical, poseía algo de técnica y hacía ciertas cosas muy bien, pero más que esto tenía personalidad".
El influjo de su esposa española
Pocos conocen que Lina, la primera esposa del músico, era abreviatura de Carolina, de apellido Codina, nacida en Madrid el 20 de octubre de 1897. Este desconocimiento es producto del misterio que rodeó su vida. Era hija de Juan Codina, de procedencia catalana, y de Olga Niemyski, de origen alsacio-polaco, ambos vinculados al mundo de la música. Hablaba ruso casi tan bien como inglés, que aprendió cuando su familia se desplazó a Nueva York, pasando por La Habana. El hecho de ser cantante despertaría un inicial interés de Prokofiev en ella. Pero fue su belleza mediterránea la que atrajo al compositor, si bien la relación se fraguó gracias a la madre de ella, que lo consideraba un genio. La relación se consolida y Carolina se queda embarazada de Sviatoslav. Ante la presión de su suegra optaron por casarse en septiembre de 1923. La necesidad de mantener a una madre achacosa, una mujer y un hijo hicieron que los años siguientes fueran bastante duros, obligándoles a endeudarse y a un peregrinar por múltiples apartamentos parisinos. Lina fue siempre una ayuda permanente. Cuidaba a los niños, revisaba con mimo las ediciones, además de acompañarle siempre en sus giras. Años más tarde daría a luz a otro niño, Oleg, y llegaría a mostrar sus dotes como cantante en algunos recitales junto a su marido. Hasta aceptó el regreso de Prokofiev a Rusia, motivo principal de ruptura de la relación, por la dureza de la vida en el Moscú stalinista.Cuando Prokofiev conoció a Mira, una joven intelectual, muy distinta, un abismo se abrió entre él y Lina. En 1941 se concretó el divorcio. En 1948 fue encarcelada acusada de espionaje, condenada a veinte años de trabajos forzados. Sólo salió tras la muerte de Stalin fruto de la amnistía general. Pero hasta 1974 no pudo dejar la URSS. Falleció en 1989, a los 91 años.