Image: La lección eterna de don Conrado

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Música

La lección eterna de don Conrado

Se cumplen cincuenta años de la muerte del pedagogo y compositor

13 marzo, 2003 01:00

Caricatura de Irigoyen (1911)

El 17 de marzo se cumplen cincuenta años de la muerte de Conrado del Campo, uno de los mayores compositores españoles del siglo XX. Fue además uno de los grandes referentes en la pedagogía de la música de nuestro país.

A pocos aficionados dirá hoy nada el nombre de Conrado del Campo. Su producción está prácticamente olvidada. De hecho sólo se tocan dos o tres obras de las muchas que compuso. Pero fue un personaje insigne, un hombre al que la música de este país debe muchísimo. Nacido en Madrid el 28 de octubre de 1878 y fallecido en esta ciudad el 17 de marzo de 1953, se desempeñó en distintos ámbitos del arte sonoro.

Don Conrado, como se le conocía cariñosamente, fue primero un virtuoso instrumentista. Estudió violín con José del Hierro, música de cámara con Monasterio -condiscípulos suyos fueron Julio Francés y Pau Casals-, y composición con Emilio Serrano, aunque recibió también enseñanzas y consejos de Arbós y Chapí. Fue primer viola en el foso del Teatro Real y, en 1903, uno de los creadores del Cuarteto Francés, que después se convertiría en el Quinteto de Madrid (con Turina al piano).

En paralelo a esta febril actividad como instrumentista hay que situar la de enseñante, de pedagogo, que ejerció hasta su misma muerte. Consiguió en 1915 la cátedra de armonía en el Conservatorio. Seis cursos más tarde accedió a la de composición sustituyendo a Tomás Bretón. Desde ese sitial habría de alumbrar a varias oleadas de relevantes músicos españoles. Citemos solamente algunos: Bacarisse, Bautista, Remacha, Barrios, Muñoz Molleda, Casal Chapí, Moraleda, García Leoz...

Destacado director
Y también, nombres bastante posteriores como los de Cristóbal Halffter, Miguel Alonso e incluso Ataúlfo Argenta, que se haría famoso como director, otra actividad en la que asimismo destacó. Porque ya desde 1903, nombrado vicepresidente de la Orquesta Sinfónica de Madrid, había tomado gusto a eso de situarse ante un conjunto sinfónico. Cuando el titular murió en 1939, don Conrado dirigió con cierta regularidad a la agrupación."¡Bien, Conrado, tú pitarás!", decía Turina en una crítica. Como autor Del Campo fue una auténtica e indomeñable fuerza de la naturaleza. Sus deseos de escribir eran imparables y enlazaba unas partituras con otras. Casi veinte óperas -entre ellas, La tragedia del beso, El Avapiés, Fantochines, Lola la Piconera-, otras tantas zarzuelas, treinta composiciones de cámara -entre ellas doce magníficos cuartetos, con algunos tan significativos como el nº 5, Caprichos románticos, o el nº 13, Carlos III-, parecido número de obras sinfónicas y sinfónico-corales, canciones para soprano y piano, música sacra, de cine, revistas y otras obras menores componen su enorme catálogo, que fue reordenado hace unos años por Miguel Alonso.

Se daban cita en la producción de Conrado del Campo, pese a la variedad de géneros musicales tratados, nos dice García Avello, distintas tendencias. Por un lado, la influencia wagneriana y straussiana; por otro, un nacionalismo o casticismo de nuevo cuño. Una síntesis en la que siempre debía ser protagonista, la auténtica "reina", la "melodía llena de emociones, sin localizaciones ni propósitos concretos". Detectamos desde un punto de vista técnico en el lenguaje de nuestro músico, a partes a veces iguales, lo mismo al principio que al final de su carrera, una impronta de la música popular, un trabajado desarrollo motívico, un contenido poemático y una elaborada y rica factura armónica.

Y no debemos olvidar tampoco la faceta de escritor de don Conrado, autor de ensayos, defensor con uñas y dientes de nuestra ópera y nuestra zarzuela (entre las que no encontraba diferencias), probo e infatigable investigador y musicólogo, muchas veces de acuerdo con las tesis de otro amigo suyo, José Subirá.