Jesús Rueda
Hay mucha dictadura en la composición
21 abril, 2005 02:00Jesús Rueda. Foto: Mette Perregaard
El próximo martes la Orquesta de la Comunidad de Madrid estrena, con dirección de José Ramón Encinar, la Sinfonía nº3, El viaje múltiple, de Jesús Rueda (Madrid, 1961). El compositor, último Premio Nacional de Música, habla sobre esta obra, su trayectoria artística y la creación actual.
-Habla usted a menudo de que la música debe traspasar, salir de sus propios límites.
-Tengo la sensación de que existe muchísima música, e incluyo a veces la mía en la lista, que no acaba de salir de sí misma. Es como si un perfumista mezcla unos elementos con gran equilibrio, pero luego aquello no sale, no traspasa, no tiene olor, ni exhala nada.
-¿Y cómo intenta usted traspasar esos límites?
-Poniendo en ello toda mi energía. Eso no quiere decir que lo transmitido tenga que ser energético, con una orquesta muy densa machacando sin parar. No. Esa transmisión se puede percibir hasta en los compases más nimios, más pianísimo, siempre que se haga proyectando toda nuestra energía personal. Lo más parecido es el amor. Componer es una prueba de amor.
-¿Y un esfuerzo de seducción?
-Cuando quieres la atención de alguien tienes que seducirlo. En el caso de la composición, uno va a la conquista de una idea, de una pasión. Y va más allá de la seducción, porque te juegas muchas cosas. Al componer pones en juego toda una artillería intangible que no emplearías ni en el más caprichoso de los ligues.
-Componer es un acto de amor. Pero, ¿a quien?, porque el amor es transitivo y requiere un objeto.
-La obra en sí. La pasión de la obra bien hecha es fundamental.
-¿Y el oyente? ¿Ocupa algún espacio en tu forma de trabajar?
-De algún modo, porque yo soy mi público. No puedo pensar en el otro público, porque no sé lo que piensa cada persona. Aparte de que no puedes gustar a todas Intento darme gusto a mi mismo. Yo soy un hedonista. Adoro el placer, me gusta mucho más lo bello que lo feo. No me interesa lo feo, ni siquiera como precio por la rotura de los valores. Mi búsqueda de la belleza es casi hormonal.
-Pero el suyo es un oficio y tiene sus reglas.
-Es verdad, Hay unos límites a la percepción del oyente. Hay ciertos elementos que necesitan un tiempo de percepción u otro. Quién sabe. A lo mejor termino algún día haciendo bellísimas melodías acompañadas que es lo que realmente le gusta al público. Pero mientras tanto, sí que es cierto que he renunciado a unas serie de elementos o lenguajes que practicaba en el pasado porque me he dado cuenta de su esterilidad absoluta con el público e incluso conmigo mismo. Me doy cuenta de que estoy haciendo músicas cada vez más accesibles y que incluso puedo ser criticadas por ello. Pienso en mis músicas para niños o en piezas de cámara, las Love songs. Cada vez me voy quitando más los complejos y los prejuicios en ese sentido.
-¿Dónde cree que se sitúa su música actual?
-Cuando eres joven te sitúas en la vanguardia, y llevas el ariete en la mano. Detrás de ti, viene el cuerpo de ejército y, más atrás, la retaguardia. Yo siento a veces que no quiero estar en la batalla, que es la cosa que menos me interesa del mundo. Antes yo quería ser el más más adelanto, y tirar la puerta del castillo, pero ahora me siento más como Tonino, el poeta del Espartaco de Kubrik, que en vez de luchar, recitaba versos.
-¿Ya no le interesa lo nuevo?
-Como dice Steiner, más que lo nuevo me interesa lo original, lo que tiene origen y está ligado a una tradición que le da sentido.
Tradición y vanguardia
-Las vanguardias, ¿no son también una tradición?
-Sí, pero no está arraigada. Hay una necesidad de sentar bases que no terminan de sentarse. ¿Cuántas veces ha grabado ya Pierre su Martillo sin dueño? ¿Y quién más lo toca? Aquello iba a cambiar el mundo, pero la realidad es que ha pasado ya medio siglo y aún no lo graba nadie más que él. Schünberg sigue sin ser programado en modo normal.
-¿Por qué?
-Los compositores entraron en el ejercicio de dar la espalda completamente al público y no han acabado de salir de ahí. En literatura es distinto. Por ejemplo, el nouveau roman francés tuvo su época y experimentó mucho, pero las cosas acaban cayendo por su propio peso, y aquello no podía continuar porque la gente al final ya no leía. Pero la música, como ni da dinero, ni mueve nada, ni le interesa más que a una minoría, ha permanecido ahí más que otras disciplinas. En los últimos cincuenta años, se han venido dando cada vez con más frecuencia las deserciones y las voces de alarma.
-Le van llamar reaccionario.
-Pues no lo soy. Al contrario. Este discurso implica reflexión y lo vemos en compositores que han estado en la columna vertebral de la música francesa, como Magnus Lindberg. En los años ochenta, hacía una música correcta, la que tenía que ser, la de la convención, pero ahora hace lo que le parece.
-El campo de la música contemporánea ha sido siempre un "ghetto". Funcionaba sobre todo en determinados festivales -Donaueschingen, Darmstadt, Gaudeamus- que fueron importantes en su día y hoy ya no lo son, no lo son tanto.
-En Gaudeamus usted tuvo mucho éxito.
-No gané el premio, pero fui seleccionado un par de veces. Todos estos festivales han acabado entrando en crisis de valores porque su música solo interesaba a cuatro.
-Le veo descreído. ¿Cree usted en algo todavía?
-Creo en en la libertad de expresión, porque ha habido mucha dictadura en la composicIón, y sigue habiéndola.
Me gusta mucho como piensan los británicos. Hacen lo que les da la gana, sin tapujos y sin comerse el tarro. Esa libertad para mí es aire fresco. Los ingleses hacen de todo. Tienen la new complexity, la new simplicity, la línea Britten, la de Walton, Birtwhistle, Mathews... y todos estos jóvenes que yo aprecio mucho, como Goerge Benjamin, o Oliver Knussen.
-Y James Macmillan, supongo, con quien tuvo usted mucho contacto.
-Cuando dirigió mis sinfonías, se le notaba que había estudiado mucho la música y que le gustaba. Hizo un trabajo excelente y a amí me gusta mucho lo que hace él. Su versión de mi Sinfonía núm. 2 se grabó en un disco y, con ocasión de los terremotos en Asia, él compró muchos ejemplares para venderlos a beneficio de los afectados. Es un buen tipo.
-Dictadura, pero sin policía, nadie va a la cárcel por escribir este acorde o el otro.
-Sí, pero hay música legítima y homologada y otra que no. Creo que la composición es, ante todo, un ejercicio de libertad. O debería serlo. Si crees en cómo están haciéndose las cosas, muy bien. Pero si no, te tienes que rebelar. Tengo una sensación de rechazo ante unas imposiciones que he mamado y ya no me apetecen. Ya no me las creo. Un día, el compositor italiano Enrico Corregia, me dijo una cosa terrible: "Jesús, me he pasado cuarenta años componiendo una música que no me gusta". ¿Cómo puedes llegar a una edad y tener que decir eso?
-Usted no va a permitir que le pase algo así.
-Antes me hago una lobotomía.
Un viaje al "abismo"
El viaje múltiple es el título de la última composición de Jesús Rueda. Los títulos de sus tres movimientos son muy expresivos: "El viaje, que es el primero, es muy gráfico -dice Rueda-, como casi toda mi música. Pero también es muy terrestre. Empieza con un shaker, esa especie de calabaza con bolitas y con la orquesta haciendo música clara y evocadora". El segundo movimiento, Tránsito es un viaje lentísimo hacia el "abismo". En este movimiento final, Rueda ha buscado musicalmente la idea de vértigo. "En este ‘abismo’ todo ocurre como si estuvieras en un avión a 10.000 pies de altura, te pegan un empujón y chao, chao". Son doce minutos de caída. No ves el fondo, no lo hay. Está muy cuidada la estructura de espejos, simetrías, recurrencias, pero hay algo más, se busca una sensación más allá de la estructura". Pero este Viaje no es el único Rueda en preparación. La bienal de Venecia estrenará en octubre una ópera breve suya, un Orfeo para tres cantantes, coro, un percusionista y un flautista cuya flauta será la que forman los tubos de los andamiso de la escenografía.