Música

Mozart 2006

...y el genio se hizo Dios

26 enero, 2006 01:00

Un actor recrea al compositor salzburgués. Foto: Tourismus Salzburg Gmbh

Vuelve Mozart. Esta vez para celebrar el 250 aniversario de su nacimiento, que se cumple mañana. El mundo de la música, una vez más, se rinde a los pies del genio, posiblemente el que más se acercó al olimpo de la divinidad. El autor de Don Giovanni, Las bodas de Fígaro, La flauta mágica, las sinfonías 39, 40 y 41 y su desbordante Réquiem, por sólo mencionar algunas de sus 626 composiciones, reinventó la música y sublimó la capacidad creativa del ser humano. El Cultural recorre todas las caras de su personalidad desde las primeras páginas (con José Antonio Marina en Las Cuatro Esquinas) hasta la última (con la entrevista a Teresa Berganza) pasando por la sección de Ciencia analizando el llamado "Efecto Mozart". Además, Luis G. Iberni, Arturo Reverter, Andrés Ruiz Tarazona, Emilio Casares, Gonzalo Augusto y el director de la Orquesta Nacional, Josep Pons, analizan las influencias del músico salzburgués, la época que le tocó vivir, su relación con España, el entorno familiar que le vio crecer y morir, así como la discografía y la bibliografía más importante del mercado. Mozart está vivo. Quizá más que nunca a la luz de este 250 aniversario.

Es difícil encontrar a alguien que dude que Mozart es uno de los diez grandes hijos de la historia de la música. Otra cosa es que los estudios de las tendencias culturales se pregunten sobre qué ha llevado al mundo a celebrar su memoria a lo grande, en dos ocasiones, en menos de quince años. Quizá la respuesta pueda ser más evidente que su justificación: del éxito contemporáneo no cabe duda que tiene la culpa una película llamada Amadeus. No despreciemos el peso del celuloide a la hora de crear tendencias culturales que hasta puede transformar al gran Beethoven, según una encuesta, en el simpático perro de las películas de Brian Levant para más de un treinta por ciento de una población.

Milos Forman convirtió al músico en una marca y a su mensaje, casi en una religión, la "mozartmanía". Que sea sólo fruto de la habilidad del cineasta checo (o de sus inspiradores, Pushkin y Schaeffer) o que hallara un terreno abonado, es otra cosa. Pero con el sorprendente éxito de las conmemoraciones del bicentenario de su muerte, allá por 1991, tuvo mucho que ver con las risitas de Tom Hulce y las envidias que F. Murray Abraham exhibieron en la película.

Por ello Austria, el país que más se ha beneficiado de la mercantilización de la música culta, se ha aprovechado de este 250 aniversario que, sin duda, servirá para vender más bombones y conciertos. Puede que la cristianísima Edad Media quede lejos en el tiempo, pero el espíritu de las peregrinaciones perdura, lo mismo que aquellas reliquias que incitaron a los pecadores a ponerse en camino. San Amadeus aguarda, en su Salzburgo natal, para bendecir a melómanos profesionales y aficionados.

Ganarse el jubileo
No es de extrañar que la ciudad se haya engalanado para la ocasión y que el festival, que vive uno de sus momentos más difíciles, apueste por reencontrarse con su inspirador, ofreciendo toda su obra lírica, quizá para ganarse el jubileo y las necesarias indulgencias ante tantos abusos habidos en el mal uso de su memoria. Difícil es acercarnos a un personajes histórico que se ha convertido en realidad virtual. Amadeus va a condicionar a Mozart en las generaciones venideras.

Y con ello se han ido cayendo mitos para construirse otros. Como el de su niñez. Porque si en el pasado los niños prodigio de la música merecían una amplia consideración, a mitad de camino del circo y el zoo, Freud, Jung y los traumas infantiles, han convertido a su padre, Leopoldo, en gran docente o criminal según caiga la balanza. Y si la crisis ideológica finisecular invita a cotizar a la baja a Bach, Beethoven, Wagner o Mahler, hace que suba el simpático Wolfgang, que la izquierda anticlerical toma como ejemplo por sus enfrentamientos con el Arzobispo Colloredo, mientras que la derecha liberal lo acoge como uno de los suyos por sus refinados, y no siempre explicados, gustos burgueses.

La marca se impone, incluso, al hombre y a su época, facilitando un acercamiento sin prejuicios y sin respetos a la memoria del creador. Así se transforma su Così fan tutte, ópera bufa que transpira una misoginia cruel, en un canto a la libertad sexual femenina por las manos de un provocador regisseur, o se recrea su tendencioso singspiel masónico La flauta mágica, con los mismos valores de la factoría Disney, por obra y gracia de un cineasta.

La máquina cultural también dará para sostener muchos anaqueles con los libros publicados sobre el personaje. La numerosa bibliografía existente se ha ampliado y llega a los aspectos más recónditos del personaje. Quizá todavía no nos hayamos podido liberar de las sabias especulaciones de otro Wolfgang, el musicólogo Hildesheimer, que le convirtió en un icosaedro que refleja los rayos según cómo se dirijan los focos. Porque surgidas las religiones, de su mano llegan los sacerdotes. Si Amadeus es Alá, el norteamericano Robbins Landon es su profeta que, a modo de apóstol paulino, le ha dotado de una cobertura sin ideología, a través de sus excelentes trabajos, bien acompañados de esa enciclopedia del saber que es la biografía de los esposos Massin.

Mozartmanía contagiosa
Los tótems culturales conducen a la idolatría y, así, la mozartmanía ha contagiado a los responsables de los grandes teatros del mundo que, chequera en mano, se avalanzaron a la búsqueda de cualquier artista posible, con calendario libre para que mañana, día de autos, cante la gloria de su dios en los nuevos templos de la modernidad.

La mozartmanía puede conducir a la neurosis hasta el punto de acoger todo lo que venga firmado por Wolfgang, como si fuera un mensaje del Más Allá. El público se persigna con igual fervor ante un divertimento de juventud -cuyo valor real puede no ser mayor del hilo musical de una sala de visitas- que frente a la Sinfonía Júpiter, lección magistral de arquitectura sonora. La locura lleva a presentar un pequeño bodrio como es su singspiel Bastian y Bastiana, de tan escaso valor musical como dramático, como modelo de ópera para niños, sin ni siquiera traducirlo.

Los procesos de dependencia conducen, si no suben las dosis, al agotamiento. Así se llega a proclamar su gloria en un festival que lleva su apellido, pese a que su nombre desaparezca ahogado por sus competidores. Hasta los astrólogos resaltan el peso de su signo, acuario, en su carácter excepcional, algo común a otros músicos igualmente precoces, como Schubert, Mendelssohn o nuestro Arriaga, convertido por la leyenda en el "Mozart español" que vivirá su bicentenario, que también ha de suceder mañana, ensombrecido por el paquidermo austriaco.

La única ilusión que anima a todo buen amante de su música es que, de este aniversario, quede algo más que un sello de correos conmemorativo.

250 años de Mozart
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El gran alquimista de su tiempo
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El hijo de Leopold, por Gonzalo Augusto
Martín y Soler, el rival y el amigo, por Emilio Casares
Un efusivo decálogo sonoro
Biografía: Salzburgo, 1756-Viena, 1791
Citas fuera y dentro
última palabra: Teresa Berganza