Música

Leonidas Kavakos

“Los compositores han perdido las referencias estéticas”

25 mayo, 2006 02:00

Leonidas Kavakos. Foto: Yannis Bournias

En plena gira por España, el violinista Leonidas Kavakos actúa esta tarde en el Auditorio Nacional de Madrid y el sábado en el de Murcia junto a la BBC Symphony, dirigida por Andrew Davis. La visita del virtuoso griego, poco habitual de nuestras salas, coincide con la aparición de su último registro discográfico con los Conciertos de Mozart al lado de la Camerata Salzburgo, de la que es principal director. Kavakos ha hablado con El Cultural de esta última faceta y su evolución como intérprete.

Leonidas Kavakos (Atenas, 1967) parece encontrarse en el mejor momento de su carrera. Con contagiosa energía se muestra orgulloso de haber podido desde muy joven seguir sus instintos y mantenerse "al margen del circuito de ‘genios’ precoces", afirma tajante. "Logré convertirme en un intérprete profesional de forma gradual. No empecé a viajar y dar recitales como un loco, no fui lanzado al estrellato". De hecho, este hijo de una pianista y un violinista folklórico griego, no dio su primer concierto hasta los 16 años en su ciudad natal. Enseguida se convirtió en una especie de gloria nacional en un país que, como Grecia, posee una mediana tradición musical clásica. Pocos años más tarde se hizo con dos de los galardones más importantes para un violinista: el del Concurso Sibelius de Helsinki y el Paganini de Génova. A partir de ese momento los contratos empezaron a llover y el instrumentista logró imponerse poco a poco en el mercado de los más grandes a lomos de su Stradivarius Falmouth de 1692 al que extrae un sonido de una gran personalidad. En estas dos décadas de carrera ha desplegado una actividad inagotable, no sólo como solista internacional de primera línea y amplio repertorio. Así, hoy es un reconocido músico de cámara, el responsable artístico del Festival Megaron de Atenas y, desde hace cinco años, el principal direcor invitado de la prestigiosa Camerata Salzburgo, junto a los que acaba de grabar los Conciertos para violín y la Sinfonía nº39 de Mozart.

-¿Cómo llegó a la Camerata?
-Ocurrió cuando, de forma repentina, falleció su anterior director, el violinista húngaro Sándor Végh. Yo había sido alumno suyo y me pidieron que le sustituyera en los dos últimos conciertos en el Festival de Salzburgo. La empatía mutua fue instantánea. Al cabo de un tiempo me propusieron ser su principal director y hoy, cinco años más tarde, nos compenetramos de maravilla. Tienen una gran tradición en la interpretación de Mozart, lo entienden muy bien. Algo que les ayuda a desarrollar un sonido muy especial que imagino muy cercano al que debió escucharse en su época. Saben siempre crear la atmósfera adecuada. Su actitud es la de una orquesta de cámara, están siempre atentos al detalle. Más que un director al uso me siento el primus inter pares.

-Ha dirigido y tocado los Conciertos de Mozart para llevarlos al disco.
-Hemos conseguido unos resultados increíbles. Los ensayos fueron muy duros, muy intensos, pero siempre tremendamente creativos. Mi acercamiento ha sido clásico, respetando el estilo. He cuidado mucho los detalles, para mantener la claridad de la obra, los colores, las articulaciones, la duración de las notas, las apoyaturas, la armonía... Mi versión nace de combinar todo eso con la emoción y la necesaria expresividad.

Aprender junto a los grandes
-Gergiev, Rattle, Thielemann... ¿Qué ha aprendido junto a ellos del arte de dirigir?
-Cuando trabajas a su lado entiendes por qué están allí, te das cuenta de lo fundamental que es su labor. Normalmente, como solista, te preocupas de tocar lo mejor que puedas tu parte y poco más. En cambio el director debe tener una visión mucho más amplia y reflexiva de lo que quiere y saberlo transmitir a los profesores. Cuando eso ocurre es increíble ver cómo van consiguiéndose los resultados y la manera en que su seguridad artística contagia y fortalece al resto de músicos. Profundizar así en la música es algo único.

-¿Por eso se decidió a dirigir?
-Quizás sí. Después de tantos años de carrera nació la necesidad de explorar a aquellos compositores que aprecio pero que apenas conozco porque tienen muy poca obra para violín. Quería ampliar miras.

-¿Resulta fustrante trabajar con un director de diferente nivel?
-No sólo es importante que se esté mejor o peor preparado ya que siempre existirá una base fundamental que es la partitura. Pero un concierto es siempre un diálogo entre la orquesta y el solista. Y cuando éste y la persona que tiene que conducir a la orquesta no se ponen de acuerdo es terrible. Ante todo es necesario que exista un compromiso, una voluntad de hacer música. Cuando existe, todo se vuelve más fácil y creativo.

-Sorprende lo amplio de su repertorio para violín.
-Si se fija en mi agenda de conciertos verá que cada semana cambio de obras. No puedo entender cómo hay solistas que pueden tocar 60 veces al año las mismas piezas. Me cuesta prescindir de algunos autores. Creo que la música es como un inmenso mapa del universo donde cada compositor es una estrella que forma parte de una constelación. Los creadores están unidos por una geometría invisible y por ello no es posible eliminar a alguno. Todos han contribuido al desarrollo de la historia de la música, aportando su luz, sus obras. Cuanto más sé de esas constelaciones, cuanto más amplio es mi repertorio, más crece mi visión como músico. Es erróneo pensar que sólo el Romanticismo te va a permitir una mayor expresividad. Desde Bach a Hartman o Szymanowski, todos han aportado algo.

-¿No cree que el violín está algo olvidado en la composición actual?
-Me temo que es cierto. Es un hecho que refleja nuestro tiempo, dominado por el ruido, el correo electrónico, la extrema fascinación por la rapidez. No existe apenas la reflexión, con lo que el creador se ve forzado a mutar continuamente. Es un arte muy cambiante en donde al artista, como en ninguna otra ocasión en la historia, le cuesta encontrar su propia voz. No coincido con las estéticas actuales. Si bien representan a nuestro tiempo, no creo que sean las ideales para el hombre contemporáneo. Entiendo los ideales como aquellos establecidos por la antigua civilización griega.

-¿Faltan personalidades?
-¡Sin duda! Hay una ausencia casi total. Schoenberg, Sibelius, Busoni, Respighi, Stravinski, Shostakovich o Hindemith supusieron un clímax en el desarrollo de la música. Cada uno de ellos poseía un estilo personal. Y nos lo demuestra el hecho de que hoy los planteamientos y estéticas de sus obras son válidos y perduran. Es más, representan cada uno a la época en la que vivieron. Su música es eterna.

En busca de la emoción
-¿Hoy no salvaría a nadie?
-Admiro a músicos como Arvü Part o John Tavener, ya que ellos buscan la emoción y la inspiración en la tradición. Al igual que Wolfgang Rihm o Henri Dutilleux. Quizá representen lo mejor de nuestro tiempo. El problema es cuando existe una obsesión por crear algo nuevo. Eso es justo, pero no si olvidamos de dónde venimos. No se puede mirar al futuro sin tener en cuenta el pasado. ¡Mire a todos esos compositores que se han quedado en muy poco sólo por su "ferrea" voluntad de ser revolucionarios! Pero es algo que no sólo afecta a la música, el arte en general ha perdido sus referencias.

-¿Ha cambiado con ello la concepción de las carreras?
-Antes, vivir de la música, hacer una carrera artística, era el resultado de una experiencia humana, no una ambición personal. No recuerdo que mi padre me hablara del violín y de la música como una vía para ganar dinero. Hoy hay muchos intérpretes jóvenes cuyo único objetivo es la fama y viven con esa presión: alcanzar un tipo de excelencia y perfección huecas. Desde luego hay que querer tocar lo mejor posible pero la perfección no puede situarse como el mayor de los valores. Basta fijarse en ejemplos como Pau Casals o María Callas. Aunque el sonido del primero o la voz de la segunda no eran perfectos, en sus interpretaciones había siempre algo más. Su vida y su época aparecen en su forma de tocar.


Hace diez años, Leonidas Kavakos se hizo con el Stradivarius Falmouth de 1692, que forma parte de la legendaria segunda serie de instrumentos construida por el de Cremona. Sin llegar a confesar su precio (nunca menos de 1,5 millones de dólares), habla orgulloso de su habitual compañero: "Pertenece a su época dorada. Es algo más largo y más estrecho que los primeros que fabricó. También posee un sonido ligeramente más oscuro y quizás más pequeño en volumen". Una característica que según el griego se acomoda muy bien a su forma de tocar. También posee dos violines del luthier catalán David Bagué, "son estupendos, pero existe algo en los Stradivarius que es mágico y que sigue siendo un completo misterio".