Música

Marlos Nobre

De la tierra al pentagrama

15 junio, 2006 02:00

Marlos Nobre. Foto: Sónia Balcells

El 15 de junio el compositor Marlos Nobre (Recife, Pernambuco, 1939), recibe en la Academia de Bellas Artes de Madrid el VI Premio Iberoamericano de la Música Tomás Luis de Victoria, en un acto donde la soprano Pilar Jurado cantará varias de sus obras. El nombre más importante de la creación actual brasileña ve reconocida así una carrera marcada también por su labor docente y de difusión.

Pocas figuras de la música actual más relevantes que el brasileño Marlos Nobre (Recife, Pernambuco, 1939), a quien va a ser entregado esta tarde el Premio Tomás Luis de Victoria. Sin duda habrá pesado la apabullante labor que en todos los campos de la música viene realizando este artista, no sólo, por supuesto, en el de la composición, del que es la cabeza más visible y lúcida dentro de su país, sino también en el de la docencia, la difusión y la administración. A España Nobre ha venido con alguna frecuencia. En la inauguración de la segunda edición del Festival de América y España, en 1970, actuó tocando su Concierto breve. Ya era fácil ver en él un sentido de las formas libres, una fluente inspiración que se hacía firme gracias a una magnífica elaboración del material, emanado en sus primeras partituras del folklore de su país, que abrazaría en un principio y que iría estilizando sabiamente. No era extraño que en esas épocas se lo relacionara más o menos directamente con su compatriota Villa-Lobos.

Pero la formación de Nobre era más sólida, amplia e internacional y, de hecho, ya muy pronto coqueteó con una suerte de dodecafonismo conectado con técnicas aleatorias, entremezclados de armonías folklóricas ingenuas, que concedían a sus creaciones una sorprendente apariencia sonora, unida a una muy aquilatada concepción del ritmo. Estudió con dos primas, estimables pianistas, luego con Diniz y Bringhetti; aunque quienes lo introducirían en el mundo serial serían, desde 1959, el exiliado Koellreutter y Camargo Guarnieri. Para entonces el músico de Recife había compuesto ya sus primeras obras estimables: Concertino para piano y orquesta de cuerda op. 1, Nazarethiana y Trío para piano.

Junto a los grandes
En 1963 tuvo la suerte de seguir un curso en Buenos Aires con gente como Messiaen, Copland, Dallapiccola y Maderna. Aún perfeccionaría sus conocimientos con Ussachevsky en Nueva York, para la electrónica, y con Goehr y Schuller en Tanglewood. La partitura más importante, realmente notable, de estos años es Ukrinmakrinkin, para soprano y cuatro instrumentos. A partir de entonces el brasileño se dedicó a conocer el trabajo de su jóvenes colegas europeos y asiáticos. Su extraordinario Mosaico, para orquesta de cuerda, una curiosa combinación de politonalismo y ritmos libres, lo situó en la cumbre. Se alabó desde ese instante su habilidad para otorgar a esos ritmos ancestrales una intrínseca importancia en un tejido de muy avanzado lenguaje tonal. Explicó sus teorías en un polémico ensayo de 1971: Música brasileira contemporánea. Sus compositores favoritos son Mozart, Bartók y Lutoslawski.

Entre sus últimas obras cabe señalar la cantata Amazonia Ignota (2003); aunque lo más granado de su producción, la creada entre 1970 y 1990, se sigue tocando con frecuencia. En su música hay orden, continuidad, vivacidad constructiva y algo de ternura cuando la mirada se dirige a los ancestros.