Música

Una Tosca que dará que hablar

Luca Ronconi dirige a Maria Guleghina en el Maestranza

8 febrero, 2007 01:00

Maria Guleghina en la reciente Manon Lescaut del Liceo

Un título mítico sube al cartellone del Teatro de la Maestranza el próximo día 9, Tosca de Puccini, una de esas óperas que nos conecta de inmediato con el melodrama más virulento, con una teatralidad a flor de piel, con una escena grandguiñolesca. Se trata de un bloque teatral en el que hay un gran trabajo sobre los motivos conductores. Los puccinianos son diseños melódicos o rítmicos, en ocasiones simples figuraciones o grupos de acordes; como el del comienzo, repetido tantas veces a lo largo de toda la ópera, alusivo a Scarpia: tres acordes perfectos, tutta forza, que denotan la barbarie, el talante autoritario, despiadado, del personaje.

Se requieren tres cantantes de postín. Floria Tosca es apasionada, celosa, de una femineidad dominadora y en el fondo tierna y sensible como un junco. Necesita de una soprano lírico-spinto, o spinto antes que dramática, que ha de declamar, pero que ha de musitar frases de un encendido y amoroso lirismo o practicar un canto ligado, sugerente. Scarpia es el demiurgo, el que dirige la acción, incluso después de ser asesinado por Tosca. Un papel para un barítono de carácter, un fraseggiatore, capaz de delicadezas e insinuaciones maliciosas; también de exclamaciones y afirmaciones de un autoritarismo lapidario. Menos interesante es Cavaradossi, que ni siquiera es un revolucionario de corazón -como Angelotti- y que anda preocupado sobre todo por sus amores. Tiene, junto a instantes de un lirismo poético arrebatado y la pera en dulce del "Adiós a la vida".

Maria Guleghina, triunfadora en Sevilla hace tiempo con Norma, voz caudalosa, potente, ancha y de agudos demoledores, ligeramente destemplados ya, quizá no sea la Tosca ideal por cierta dificultad para la articulación italiana y el filado. En ciertos aspectos puede preferirse a la soprano portuguesa Elisabete Matos, de instrumento menos fornido, pero de arte posiblemente más exquisito. Renato Bruson borda los tonos conversacionales de Scarpia, aunque ande ya falto de fuelle. Albert Dohmen, uno de los modernos Wotan, es una incógnita en la parte. El papel de Mario se lo reparten dos voces del Este: Sergej Larin, buen timbre e irregular afinación, y Misha Didyk, del que no podemos opinar todavía más que por lejanas referencias.

Es una garantía siempre que la escena provenga del magín de uno de los magos italianos, Luca Ronconi -sucesor de Strehler en el Piccolo de Milán-. La suya es una producción que dio que hablar en La Scala. Bruno Aprea, maestro ya veterano, muy conocedor de este tipo de métier, empuña la batuta.