Image: Simon Rattle

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Música

Simon Rattle

El ‘nuevo Abreu’ recala en Madrid y Valencia con su orquesta de época

11 diciembre, 2008 01:00

Simon Rattle. Foto: Johannes Eisele

Es un peso pesado, y Barenboim lo sabe. Titular desde 2002 de la Filarmónica de Berlín, el director británico es bienvenido allá donde va: por su enérgica rebeldía, por la frescura que imprime a las orquestas, por su compromiso pedagógico, muy al estilo de José Antonio Abreu. Esta semana, en una nueva gira junto a la Orquesta del Siglo de las Luces, acudirá al Auditorio Nacional de Madrid y al Palau de la Música de Valencia con partituras de Berlioz y Schumann.

La venida a Madrid y a Valencia de Simon Rattle, al frente en esta ocasión de la Orquesta del Siglo de las Luces, es un indudable acontecimiento. El director británico (Liverpool, 1955) ha visitado nuestro país en bastantes oportunidades desde que se presentara en Barcelona en 1975 al frente de la Orquesta Inglesa de Cámara, cuatro años más tarde de estrenarse con la batuta al frente de un conjunto por él creado, de efímera vida, la Merseyside Youth Orchestra. Completaría su formación musical en la Royal Academy of Music. Su mocedad y juventud serían pródigas en hallazgos. En 1976, a los 21 años, era asistente de la Orquesta de la BBC, aunque se había situado ya delante de la New Philharmonia, con la que interpretó un hueso como la Sinfonía nº 10 de Shostakovich, y había realizado una gira gobernando a los conjuntos de Glyndebourne con otra obra nada fácil como la ópera de Stravinski The rake’s progress.

Los criterios musicales, los gustos y las ideas de este artista son con frecuencia curiosos, distintos, en buena medida originales. Es de los que nunca se han casado con nadie, como se suele decir, y ha ido por derecho en pos de las verdades que tiene como absolutas e indiscutibles. Le gusta que lo sitúen en la estela de la tradición que parte de Furtwängler, un referente ineludible, y de un continuador sui géneris como Giulini y, en esa línea, no es extraño que mantenga parentescos con directores como Haitink o Boulez. Pero hay dos músicos de referencia y en cuyos espejos estéticos se miró, que contribuyeron poderosamente a su formación, tal y como recuerda Lebrecht: Berthold Goldschmidt y Rudolf Schwarz. El primero (1903-1996) fue compositor y director, ubicado en la órbita de Berg o de Erich Kleiber, uno de los incluidos en la lista de degenerados de los nazis, que se hizo ciudadano británico en 1947 y, aparte de escribir muy buena música, heredera de la segunda escuela de Viena, ayudó a Deryck Cooke a completar la Sinfonía nº 10 de Mahler, una composición que, de tal guisa, fue dirigida precisamente por Rattle, quien supo meterse en sus entretelas y nos ha dejado una grabación insuperable.

El segundo (1905-1994), antiguo viola de la Filarmónica de Viena y superviviente de campo de concentración, más tarde relevante director de orquesta, enseñó a nuestro músico lo importante que es imponer y mantener el propio ritmo en la interpretación. Curiosamente, Schwarz había comenzado su carrera en Inglaterra dirigiendo las Sinfónicas de Bournemouth y de Birmingham. Había sido, por tanto, un predecesor en esta última de Rattle, quien se situó en su podio titular en 1980, a sus tiernos 25 años. Pero ya era un músico maduro, como enseguida demostró en el duro trabajo diario, en la programación, siempre original y renovada, en sus indomables criterios artísticos, propios de un francotirador. Sus 18 años en la ciudad fueron inolvidables para ambas partes.
"Simon Rattle es el director joven más extraordinariamente dotado que conozco", declaraba hace lustros el pianista Alfred Brendel, cuyo entusiasmo era compartido por el propio Goldschmidt cuando manifestaba que era "el director más grande que he visto nunca". Una rara avis, en cualquier caso, ya que sin poder en aquella época equipararse a directores integrados en una sacrosanta tradición, como Carlos Kleiber, se manejaba con la mayor de las autoridades y de los desparpajos en cualquier repertorio, de Monteverdi a Messiaen o a los autores ingleses del momento. El gran espaldarazo en la carrera de Rattle vino en 2002 cuando fue nombrado titular de la Filarmónica berlinesa.

Barenboim, contrincante. Rattle tenía todas las virtudes que se necesitaban para acceder a un cargo así. Su sencilla y natural manera de enfrentarse a los más arduos problemas de la interpretación orquestal, su animada relación con los conjuntos, sus criterios y opiniones, su evidente autoridad con la batuta, su seguridad de concepto ganaron la voluntad de los instrumentistas berlineses, que lo eligieron en perjuicio del aspirante Barenboim. La antigua chispa que encendió el noviazgo entre orquesta y director fue, al parecer, nos recuerda Lebrecht, la interpretación, con tres ensayos, de la Sexta de Mahler en 1987, que supuso un triunfo inenarrable.

Al director británico lo hemos visto en España en varias ocasiones. Recordamos ahora un concierto con la Philharmonia en el Teatro Real, a finales de los setenta, en el que nos sedujo de manera especial la suavidad de su gesto, elegante y curvilíneo, claro y didáctico. Muchos años después, en el Auditorio Nacional, comprobamos también su veta pedagógica y la firmeza de su pulso en la interpretación de una extensa y compleja obra sinfónica de Nicholas Maw, explicada por etapas al púbico.

La finura de la batuta del maestro de Liverpool queda siempre evidenciada, lo mismo que su capacidad para aclimatarse a cualquier estilo y a cualquier tipo de música. Calibra milimétricamente los planos, maneja el ritmo, siguiendo a Schwarz, con autoridad y flexibilidad, y proyecta siempre texturas claras, con lo que su discurso siempre es aireado y ligero, nunca pesante; a lo que contribuye un fraseo absolutamente exento de énfasis, aparentemente espontáneo. A partir de estas premisas Rattle construye con una endiablada habilidad y potencia sabiamente los parámetros tímbricos; de ahí que su sonoridad, con independencia de la orquesta que dirija, sea en todo momento soleada, de una agresividad bien controlada y una refinada coloración. Las densidades propias de la tradicional escuela germana no figuran en su estilo, que se aproxima en parte al que definía a una personalidad como la de Guido Cantelli y a un heredero como el Giulini joven y que comulga con determinados presupuestos del a veces insustancial Colin Davis y, sin duda, rebusca en las levedades del modo de Thomas Beecham. Por la briosa concepción del ritmo lo conectaríamos también con Leonard Bernstein, aunque es menos amigo de practicar excesivos rallentandi. Así, no puede ser más apetecible el programa que Rattle va a dirigir en esta su nueva visita a España con la orquesta de época The Age of the Enlightenment. En atriles la obertura del Rey Lear de Berlioz y las Sinfonías 2 y 4 de Schumann.

Proyecto pedagógico. Es de interés el comprobar cómo las frases irregulares, los motivos celulares, la nada rutinaria orquestación de estas dos últimas obras son reproducidas por una batuta que se ha mostrado siempre proclive a la experimentación docente, en busca de nuevos talentos y en apoyo constante a los jóvenes. Gente como Dudamel sabe algo de esto.

Con la Filarmónica berlinesa Rattle despliega un importante proyecto educacional. Fue un notable éxito la iniciativa de hacer bailar a más de 200 jóvenes de todas las nacionalidades, en sesiones ya históricas, La consagración de la primavera. Un evento que dio forma a una excelente película, Esto es ritmo. Entre las modernas grabaciones que Rattle ha realizado para el sello EMI hay que destacar un discutible pero excitante Beethoven -en primer lugar los Conciertos con Brendel-, un estilizado Bruckner, un acerado Stravinski. Los más recientes registros son una sorprendente Quinta de Mahler y unas soberanas Sinfonías 88-92 de Haydn. Son muchos los premios y galardones que ha recibido nuestro músico, que es Sir desde 1994. En 2007 él y la Filarmónica fueron nombrados embajadores de la UNICEF.

Una semana con sabor británico

Estos días, la vida musical de nuestro país tiene un fuerte aroma británico, centrada en las interpretaciones de El Mesías de Haendel que proliferan por la geografía hispana en fechas navideñas. Entre las múltiples ofertas, merece destacarse la que The English Concert, uno de los grupos pioneros en la recuperación de la música barroca con criterios historicistas, propondrá el próximo lunes en el Palau de la Música de Valencia al mando de Harry Bicket, un reconocido especialista en la música del compositor de Halle, que ha sustituido a Trevor Pinnock al frente del conjunto inglés. Tendrá el concurso de las English Voices y un compacto cuarteto, integrado por Flur Wyn, Catherine Wyn-Rogers, Andrew Staples y Henry Waddington. Con un espíritu más nacional, el bilbaíno Jesús Amigo dirigirá también el célebre oratorio mañana en Cáceres y el sábado en Badajoz, junto a su Orquesta de Extremadura.

El Auditorio Nacional, dentro del ciclo de Ibermúsica, recibirá la siempre gratificante visita de una de las agrupaciones punteras del Reino Unido, la Filarmónica de Londres, que viene bajo la rutilante batuta del ruso Vladimir Jurowski, su principal director invitado desde 2003. Precisamente, en Madrid exhibirá ambas facetas, la sinfónica y la lírica, con dos conciertos en los que podrá mostrar abiertamente su desbordante temperamento. En el primero, el domingo 14, se tocarán el Segundo concierto para piano de Brahms (con el joven virtuoso norteamericano Nicholas Angelich al teclado) y la Sinfonía Patética de Tchaikovski, y en el segundo, al día siguiente, nada menos que el acto segundo de Tristán e Isolda de Wagner, con un apetecible elenco (Anja Kampe, Robert Dean Smith, Lászlo Polgár, Sarah Connolly y Stephen Gadd), todo ello precedido, de manera muy apropiada, por el lacerante Adagietto de la Décima Sinfonía de Mahler.