Image: Sinfonía de festivales

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Música

Sinfonía de festivales

Gardiner, principal invitado del verano con su aclamada versión de Carmen

19 junio, 2009 02:00

El director británico Sir John Eliot Gardiner.

Una Carmen del siglo XXI, rubricada por Gardiner, llegará en los próximos días al Festival de Granada y, más tarde, a la Quincena Musical de San Sebastián. La ópera de Bizet es, sin duda, el acontecimiento del año en la agenda del director británico. Porque vertebra una larga e intensa gira internacional (que incluye Lucerna, Edimburgo o los Proms londinenses) y reivindica junto a sus inseparables compañeros de viaje (el Coro de Monteverdi y la Orquesta Revolucionaria y Romántica) el afán historicista como seña de autenticidad.

Sostenía Sir Thomas Beecham que la música francesa es patrimonio de los directores ingleses. Se trataba de una bravuconada, de una provocación, pero la boutade aludía a la solvencia del maestro en el repertorio galo y ha tenido prolongación en la ejecutoria de otros ilustres compatriotas. Empezando por Colin Davis, a quien debemos todavía hoy el redescubrimiento polifacético de Berlioz, y terminando por John Eliot Gardiner (Dorset, Inglaterra, 1943), cuya afinidad al repertorio barroco francés y afrancesado le ha ido abriendo el camino a los periodos históricos posteriores. De hecho, la memoria reciente en París todavía observa con asombro la producción de Los Troyanos de Berlioz que dirigió Gardiner en Châtelet hace seis años. Dirigía la producción escénica Yannis Kokkos y participaba en el montaje la sublime Casandra de Anna Caterina Antonacci.

La cantante italiana ha vuelto a aliarse con Gardiner en París el pasado lunes a propósito del estreno de Carmen. No en el Châtelet, ni en La Bastilla, ni en el Garnier, sino en la Opéra Comique, allí donde el propio Georges Bizet tuvo ocasión de estrenar la obra el 13 de marzo de 1875. El templo lírico, el patrimonio y las reminiscencias históricas aportan un valor simbólico al regreso parisino de John Eliot Gardiner, aunque el director de orquesta británico también ha aprovechado su primera Carmen para airearla en otros escenarios europeos, incluido el Festival de Granada (3 y 5 de julio). Le acompañan en la tournée Anna Caterina Antonacci (Carmen), Andrew Richards (Don José) y Nicolas Cavallier (Escamillo). También lo hacen el Coro Monteverdi y las huestes de la Orquesta Revolucionaria y Romántica. Quiere decirse que Gardiner apuesta por los instrumentos originales y que opta por un reparto sin demasiada corpulencia. Quizá porque se ha propuesto "redescubrir" Carmen a pesar de que forma parte ya de las columnas esenciales del repertorio. "Trabajar con Gardiner es siempre apasionante por su grado de entusiasmo y de vocación", nos explicaba en París Antonacci. "Son virtudes que se agradecen y que adquieren más valor cuando se trata de Carmen. Ha conseguido transmitirnos la sensación de que vamos a estrenar la ópera. Como si antes nunca se hubiera interpretado. De alguna manera, Gardiner ha encontrado un terreno virgen en la ópera de Bizet. Le importa mucho la relación entre la palabra y la música. Trabaja con extraordinario rigor, pero no es un director aséptico ni distante. Todo lo contrario. Emociona".


Beethoven metafísico.

Es un buen retrato el que traza la cantante italiana y el que explica al mismo tiempo la ubicuidad y la reputación que ha adquirido el maestro en todos estos últimos años. De hecho, a Gardiner, fundador de los English Baroque Soloists, se lo rifan las grandes compañías y orquestas del planeta. Incluidas las Filarmónicas de Viena y Berlín. Ha descendido al foso del Covent Garden para ocuparse de Simon Boccanegra, se ha fajado con éxito en La Scala con Katia Kabanova y realiza un ciclo de Beethoven con las huestes de la Sinfónica de Londres. Bien lo saben los espectadores que escucharon su Quinta sinfonía en la Sala Pleyel. Gardiner se dirigió a ellos en francés y les explicó los contenidos revolucionarios, metafísicos de la obra. Comunicaba con la palabra, comunicaba con la batuta, convirtiendo en pedazos el estereotipo de la marginalidad que le habían creado los detractores de las corrientes historicistas. No sólo Gardiner, como Harnoncourt, ha desempolvado un patrimonio desconocido y necesario. También ha demostrado su personalidad y su solvencia en otros repertorios "convencionales", agigantándose con el paso de los años. "Es cierto que he ido profundizando en nuevos horizontes -explica Gardiner-, pero nunca he perdido las referencias absolutas. En primer lugar la de Monteverdi, que sigue siendo el arquetipo de compositor y la fuente de toda la música moderna. Es un músico que viaja conmigo y al que conozco profundamente. Por eso necesito recurrir a él. De hecho, soy muy selectivo con la música que dirijo más allá del barroco y de Mozart. No siento atracción hacia Wagner. Me interesan los compositores románticos, como Weber, como Schumann y especialmente Berlioz. Mi impresión es que existe un gran paralelismo entre el comienzo del XVII y el inicio del XIX. Ambos periodos comparten la energía, la creatividad. Hay un intenso vínculo que emparenta a Monteverdi con Beethoven".

La reina de Inglaterra otorgó a Gardiner el título de Sir, aunque el maestro es un francófilo sin fisuras. Empezando porque su formación musical tuvo como referencia la autoridad de Nadia Boulanger en el Conservatorio de París. Eran los tiempos del mayo del 68, de modo que Gardiner compaginaba la ebullición de las calles con su dimensión académica, desentrañando con apasionamiento el repertorio francés. Suyo fue el hallazgo de Les boreades de Rameau en 1982, un año antes de convertirse en director de la ópera de Lyon y de adjudicarse el papel de pionero. Muchos especialistas franceses han seguido su ejemplo, desde Minkowski a Rousset, pero la rehabilitación del patrimonio nacional hubiera sido inconcebible sin la mediación de William Christie ni la de John Eliot Gardiner, todavía atento en su posición de alerta, de vigía.


Vocación libertaria.

La prueba está en que desempolvó hace dos años en la Comique una ópera defenestrada de Emmanuel Chabrier: L’étoile. Quería el maestro británico exhumarla e introducir al músico entre los grandes compositores del fin del siglo XIX. Es Gardiner, según parece, quien reparte los certificados de calidad, en nombre de la hondura y de la erudición. La diferencia es que ahora no ejerce de patriarca ni de Indiana Jones. Le corresponde "meterse" con la ópera más característica del repertorio francés. No la ha abordado hasta hora. No le da miedo hacerlo. "Mi impresión -razona Gardiner en alusión a la ópera de Bizet- es que esta obra marca un jalón crucial en la evolución de todo el arte lírico francés. Fundamentalmente porque conduce el género de la ópera cómica al límite de la explosión. Hay en el trasfondo una gran modernidad. Provoca en el espectador un estado de inquietud. El exotismo del personaje central redunda en una tensión. No es una ópera confortable. Todo lo contrario". Así es que el maestro va a posicionarse entre líneas, como acostumbra. Buscando y encontrando lo que no está escrito explícitamente delante de la partitura y que el compositor ha dejado en herencia, con tinta invisible, para quienes ven más allá del pentagrama. "La singularidad de Carmen -añade el maestro- estriba en que es una ópera al mismo tiempo convencional y subversiva. En medio de una sociedad encorsetada, aburguesada, irrumpe una mujer que encarna la libertad. Redundando en ese ideal de libertad que es tan característico de la sociedad francesa a raíz de la Revolución de 1789".

Lectura política.

No quiere decir que Gardiner se acomode en una lectura retrospectiva. Al contrario, sostiene que la ópera de Bizet conserva una actualidad extraordinaria. ¿Por qué? "Porque creo que existe un paralelismo entre la singularidad de Carmen y el destino de ciertas mujeres de la política de hoy, que sufren, para imponer su legitimidad, toda suerte de presiones jerárquicas y mediáticas en un campo de acción reservado mayoritariamente al protagonismo de los hombres". La ópera de Bizet es, sin duda, el acontecimiento del año en la agenda de Gardiner. Porque vertebra una larga e intensa gira internacional, aunque el maestro itinerante no distrae sus compromisos con el barroco ni descuida el sello musical que él mismo creó para despojarse de la crisis y de la arbitrariedad de las multinacionales discográficas. Hablamos de Soli Deo. No es que lo hubiera previsto estratégicamente Gardiner, sino que se vio obligado por la escasa viabilidad que le ofrecían para la grabación integral de las Cantatas de Bach. "En manos de las multinacionales la música clásica acabará en el desagöe. Argumentan que el sector discográfico de música clásica está muerto, pero los sellos pequeños están demostrando que hay un mercado potencialmente muy fuerte. En ellos reside el impulso y la energía del sector. No tienen tantos gastos de estructura; tampoco son tan avariciosos y tienen, por supuesto, más imaginación. El reto está en abrir mercados y diversificar los puntos de ventas para atraer audiencias más jóvenes. El boca a boca es la mejor publicidad, además de la radio y los DVD. Claro que hay futuro".

Habla Gardiner en plan empresario visionario, aunque la verdadera importancia del "proyecto Bach" consistió en la peregrinación que hizo por el planeta a cuenta de las cantatas: desde Santiago de Compostela hasta Nueva York: "Fue una experiencia cultural y espiritual. Mi idea era responder al legado que Bach había dado a los hombres. Poco importa que el público sea católico o protestante. La música habla con fluidez forzando una conexión inmediata. En realidad, Bach como compositor concebía su obra como la prueba lógica de la existencia de Dios, para inspirar a sus vecinos. Esa idea nosotros la trasladamos a toda la humanidad con humildad".

La atracción fatal de Carmen

Después de que Teresa Berganza marcara a sangre y fuego el personaje de Carmen, los intentos de Waltraud Meier en Nueva York y Dresde o la Carmen rubia de Von Otter en Glyndebourne no convencieron plenamente, pero devolvieron a los escenarios el apetito por la ópera de Bizet, como confirmaron los aplausos de la última producción del Teatro Real en 2002. Pero Denyce Graves y Béatrice Uria-Monzón o, más recientemente, María La atracción fatal de Carmen

José Montiel, Angelika Kirchschlager o Vesselina Kasarova no serán las únicas en morder el anzuelo. La última en sentir esta fascinación que parece irradiar el personaje es la letona Elina Garanca, que la cantará en las Termas de Caracalla de Roma este verano.