Image: Maria João Pires

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Música

Maria João Pires

“Si todo va bien, en dos años me retiro”

8 octubre, 2010 02:00

La pianista portuguesa Maria João Pires. Foto: Sergio Enríquez-Nistal

La pianista portuguesa celebra 40 años desde su presentación oficial en el Concurso Internacional Beethoven de Bruselas con un disco y varias giras por el mundo que coinciden con los bicentenarios de Chopin y Schumann. En su cita con El Cultural, Maria João Pires hace balance de su carrera, habla de su nueva vida en Brasil y desliza la posibilidad de una inminente retirada.

En un vestíbulo zen de un hotel madrileño mata el tiempo Maria João Pires (Lisboa, 1944). La pianista portuguesa se ha adelantado a la cita y espera en un sofá con la mirada clavada en el techo. Parece la portada de uno de esos discos que nunca grabaría y que, por alguna razón, nutren el hilo musical que acompaña la entrevista; la primera que concede a un medio español en varios años. La ocasión, desde luego, lo merece. Se cumplen cuatro décadas del concurso por el bicentenario de Beethoven que la lanzó internacionalmente a finales de 1970.

Tenía entonces 26 años y desde aquel concierto en Bruselas no ha vuelto a saber lo que es el anonimato. Muy a su pesar, pues se dice alérgica al ruido mediático. Ha vivido en Lisboa, Múnich o Hanóver, pero prefiere la vida rural al bullicio de las grandes ciudades en que se desarrolla la vida del intérprete. "La gente tiene miedo al silencio, que no es ausencia, sino todo lo contrario. Es esa voz interna que nos dice sin palabras quiénes somos verdaderamente. Y eso asusta a cualquiera". Su antigua casa de Portugal fue durante mucho tiempo ese refugio perfecto "de madera y piedra" donde conseguía desconectar del ritmo frenético de las giras y olvidaba por un segundo los términos contractuales de sus compromisos discográficos.

No muy lejos de allí, en Castelo Branco, en la frontera con Cáceres, levantó en 1999 el Centro de Belgais para el Estudio de las Artes, un hogar-escuela de enseñanza alternativa donde la experiencia musical se compaginaba con el contacto con la naturaleza y la exaltación del humanismo como parte de una cultura en constante movimiento. "La pedagogía musical es algo muy serio", arranca la pianista. "Lo primero que nos viene a la cabeza cuando hablamos de las escuelas de música es la técnica. Y la técnica por sí sola no existe, es una ilusión pasajera. ¿Acaso la técnica de hoy es la que empleaban Mozart, Beethoven o Chopin en su época? ¿Es mi técnica igual a la de hace quince años, la misma de ayer? La respuesta es no. Los músicos cambiamos cada día. Por eso un buen pianista es la síntesis de los mil pianistas que ha sido antes más el que será mañana". Utopía trasatlántica
El Centro de Belgais cerró sus puertas en 2006 por falta de subvenciones y sin que el gobierno luso hiciera nada por impedirlo. Fue un especie de derribo controlado por las autoridades. Y antes de que algunas instituciones, entre ellas una española, organizaran el reflote de la escuela, la pianista ya había emigrado a tierras brasileñas. "Me marcho -dijo- para librarme de la decepción que he sufrido en Portugal. Me voy a Brasil para respirar tranquila". Dicho y hecho. Desde entonces, pasa la mitad del año en las afueras de Salvador de Bahía, adonde mandó trasladar su Steinway Concert Grand Majestic, un piano de cola que ocupa la única habitación con aire acondicionado de la casa.

Contagiada por el entusiasmo del Sistema venezolano, que ha tenido ocasión de conocer de cerca, Pires ha vuelto a creer en las utopías y, en los blancos de su agenda, lleva la música a las zonas más pobres del continente. A ocho mil kilómetros de su primer conservatorio en Lisboa, ha terminado asumiendo su condición de profeta en el destierro. Se siente cada vez más brasileña, pero por respeto a su gente y por miedo a posibles represalias no le apetece hablar de Portugal. "Lo que tenía que decir ya está dicho".

Cuarenta años y cuarenta discos separan los bicentenarios de Beethoven (en su debut internacional) y de Chopin y Schumann este 2010. En cuestiones discográficas, da igual lo que se falle, celebre o rememore, que Pires tiene los deberes hechos. Su catálogo abarca, además de los homenajeados, a Mozart, Schubert, Bach o Brahms en registros legendarios en los que aparece sola y a menudo acompañada por el director Claudio Abbado o el violinista Augustin Dumay. Moonlight, sobre sonatas de Beethoven, la integral de los Impromptus de Schubert de Le Voyage Magnifique y su grabación de los Nocturnos de Chopin, del que se han vendido 50.000 copias, engrosan la lista de sus superventas.

Su último disco para Deutsche Grammophon es un surtido variado de valses, nocturnos y mazurcas de Chopin. "Este año todo el mundo parece querer condensar a Chopin y Schumann en una frase o una fórmula. Me gustaría poder serle de ayuda y decirle que Chopin es un poeta y Schumann, un intimista. Pero no sería honesto por mi parte. Primero, porque ellos eran mucho más que eso. Y, segundo, porque ni ellos ni su música requieren explicación alguna". Definir c'est finir, que dicen los franceses.

Dos pianos diminutos
No hay año en que Pires no visite por lo menos una vez alguna de nuestras salas. El pasado mes de junio la acompañaron Leopold Hager y la mítica Staatskapelle de Weimar en una gira beethoveniana por Gerona, Vitoria, Oviedo y Madrid. "Siempre me he sentido muy vinculada a España. Empezando por Albéniz, un compositor muy ligado a mi infancia, y terminando por Alicia de Larrocha, cuya desaparición me ha afectado profundamente. Sin ella, el piano del siglo XXI se ha quedado cojo". Con la pianista española Pires compartía una apariencia diminuta y frágil, precursora de esa volatilidad técnica que, según decían, les permitía tocar un centímetro por encima del teclado.

Hacía una década que la portuguesa no pisaba los Proms londinenses. Volvió este verano, para los fastos a la memoria de Chopin y como terapia de choque. Al igual que su compañera argentina Martha Argerich, Pires padece una extraña fobia que le impide actuar sola sobre un escenario. No importa que, como en el caso del Royal Albert Hall, haya seis mil personas mirando. El miedo es el mismo. "No me gusta estar sola, ni la palabra soledad, ni nada que se le parezca. Va contra natura querer hacer las cosas al margen de la gente. Desgraciadamente, mi carrera me ha obligado a pasar mucho tiempo sola, y es algo que detesto y evito, porque me hace daño". En mitad de la multitud, Pires consiguió evocar la atmósfera íntima de los Nocturnos. Y por momentos parecía, en efecto, que en el inmenso auditorio no había nadie más que ella.

No es fácil sentarse al piano y tocar la fibra sin caer en el efectismo o abusar de la sacarina. Pires lo consigue conjugando los principios de la democracia con las leyes de la física que se encargan del sonido. "Que todo hable. Que el concierto sea un diálogo constante entre mis manos y todas las secciones de la orquesta, entre el director y el último chelo, entre el piano y las maderas que revisten la sala". Y, por supuesto, el definitivo aliento del público. "No exagero si le digo que en la experiencia musical lo más importante es el público, esa combinación irrepetible de gestos que hacen de cada partitura un estreno".

Si se le pregunta por el último pianista que ha escuchado, responde que Radu Lupu. No es que no le interesa la nueva generación de talentos que encabeza el virtuosismo tecnológico de Lang Lang. Pero, como si le hablara al delfín que tiene tatuado en la muñeca, setencia con un largo suspiro que los tiempos están cambiando. "Si le diera una lista de posibles herederos de nuestro piano, no le sonaría ninguno de los nombres. Puede ser que yo viva en otra galaxia o que las cosas no se estén haciendo del todo bien".

Al otro lado del Atlántico, la crisis se expresa en otros términos. Brasil pertenece al titánico club de los BRIC, que en unos años cambiarán las reglas de juego económico. "No nos llevemos a engaño, aquí la gente se sigue muriendo en las calles". Para Pires la crisis es como esos pasajes imposibles de Rajmáninov o Prokofiev de los que uno sale fortalecido y sabio. "Será una lección que no olvidaremos en mucho tiempo". Lo peor, dice, es haber socavado la dignidad de las personas para rescatar un sistema de distribución de los recursos que ha demostrado no funcionar. "Los intérpretes vivimos el momento. Nuestro trabajo consiste en dejar que las cosas pasen por ti, sin poseerlas, ni quedártelas".

Adiós a la vista
En 2006, la pianista portuguesa tuvo que suspender un concierto en Salamanca después de que se le detectara una cardiopatía leve. Desde aquel susto, además de la meditación budista, practica algo de deporte y cuida todo lo que come. Acaba de cumplir 66 años y, a pesar de que sus contratos la comprometen más allá de 2011, en sus ratos libres ensaya para una posible retirada. "Mi intención es ir reduciendo las obligaciones de mi agenda". Muchos insinuaron que su actuación en Londres estaba cargada de la emotividad de las despedidas. Enseguida se extendió el rumor. ¿Se trataba, acaso, del adiós de una de las grandes damas del piano? "No digo que me vaya a retirar, sino que me gustaría hacerlo. Llevo sesenta años tocando y hay que saber decir basta. Por otro lado, tengo una familia que mantener y algunos proyectos pendientes. No sé. Si todo sale bien, me gustaría retirarme en un par de años".