El director Rafael Frühbeck de Burgos.

La Orquesta Nacional recibe esta tarde en el Auditorio a Rafael Frühbeck de Burgos para abordar un ciclo de seis conciertos sobre las Sinfonías de Brahms. El Cultural ha hablado con el Director del Año, según Musical America.

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  • Rafael Frühbeck de Burgos hace balance de 2010 sobre una pila de recortes de prensa (New York Times, The Philadelphia Inquirer, Los Angeles Times...) que lo describen, a sus 77 años, como una revelación de los atriles. Viene de cerrar una tournée con la Orquesta de Filadelfia, ha dirigido a las Sinfónicas de Boston y San Luis, y también las Filarmónicas de Nueva York y Los Ángeles han sido testigos esta temporada de su inspirada ejecutoria. Se dice director de la "vieja escuela", pero asegura que su autoridad se basa en gestos de camaradería y, sobre todo, en buenos argumentos musicales.



    El pasado 13 de diciembre, recogió en el Carnegie Hall de Nueva York el prestigioso premio al Director del Año que concede la revista Musical America. Desde su debut norteamericano en 1969, al frente de la Orquesta de Philadelphia, ha sido invitado por las principales agrupaciones de Nueva York, Chicago, Los Ángeles, Pittsburgh, Houston o Washington. En total, levanta una media de 110 conciertos al año y maneja un repertorio de más de 700 títulos. Esta tarde, en la Sala Sinfónica del Auditorio madrileño, sacará brillo a la Orquesta Nacional de España, de la que fue director titular entre 1962 y 1978. Y repetirá los días 21, 22 y 23 de enero. A lo largo de seis conciertos abordará las sinfonías Primera, Segunda, Tercera y Cuarta de Brahms, y estrenará varias partituras de Laura Vega, Tomás Marco, Alejandro Yagüe y Udo Zimmermann.



    -Se prodiga, cada vez con más frecuencia, por EEUU. ¿Ha superado el sonido estadounidense al europeo?

    -No se puede generalizar, teniendo en cuenta que hay un millar de orquestas. Pero a los datos me remito cuando digo que entre las diez mejores orquestas del mundo, cinco son de EEUU. Son conjuntos eminentemente profesionales. Proyectos serios, que cuestan muchos millones de dólares al año. Y eso hace que los músicos respondan y se hayan hecho más eficientes que los europeos.



    -También se dice que ensayan menos que las europeas.

    -Y es cierto, en algunos casos. Lo que pasa es que, también en algunos casos, aprovechan mejor el tiempo del que disponen. En EEUU he aprendido a saber exactamente lo que quieren de mí y a hacerlo con la mayor rapidez posible.



    -¿Como cuando, hace unos meses, lo llamaron in extremis para sustituir a James Levine?

    -Exacto. Se les quedó el Elías de Mendelssohn en el aire, con Levine enfermo y yo en Europa con dos días de margen. ¿Qué hice? Ajustar un poco la agenda, estar a tiempo para los ensayos y disfrutar del momento. Eso es ser profesional.



    -¿Cree que ha sido esa actitud la que le ha procurado el premio al Director del Año?

    -Desde luego que sí. No conozco a ningún director que colabore frecuentemente con tantas orquestas norteamericanas en una misma temporada. En los premios Musical America no sólo votan los críticos, sino que se tienen en cuenta varias encuestas de los músicos.



    El gran boom chino

    -En Europa, algunas orquestas han echado el cierre. ¿Cuál es el panorama en EEUU?

    -Muy parecido. Muchas han caído en bancarrota. Y la precariedad está afectando ya a los grandes conjuntos, que están agotando sus fondos. Conozco una orquesta que ha perdido 140 millones de dólares en un curso. Los magnates y mecenas musicales han reducido sus contribuciones. Pero la necesidad alumbra nuevas formas de ingenio. Sabrán salir del apuro.



    -Según usted, el futuro de las orquestas pasa ineludiblemente por las mujeres.

    -Concretamente, las mujeres asiáticas. Si uno se acerca por el Instituto Curtis de Filadelfia o el Festival de Tanglewood en Boston comprobará que, en las jóvenes orquestas, entre un 75 y 80% son mujeres, la mayoría asiáticas. Espere a que llegue el boom chino y hablamos.



    -¿Vienen mejor formadas las nuevas generaciones?

    -Ahora los músicos tocan mucho mejor que hace 20 ó 30 años. Pero, de alguna manera, las grandes orquestas han perdido la personalidad de antaño. Ya no tienen ese sonido inconfundible que te permitía reconocerlas al primer compás. Hablo del sonido de un Ormandy, de un Furtwängler, de un Karajan o un Bernstein. Lamentablemente, ese carácter se ha perdido.



    El triunfo global

    Este año, Frühbeck de Burgos recibió también la Medalla del Palau de la Música de Valencia, adonde acudirá los próximos 4 y 5 de febrero para una Tercera de Mahler con la Orquesta de Valencia y la contralto Monica Groop. Además, Gerard Mortier lo acaba de invitar a dirigir un concierto en el Teatro Real la próxima temporada. Frühbeck parece reconciliarse con la agenda musical española.



    -¿Por qué sigue la ópera fuera de sus planes este año?

    -Echo de menos el repertorio. Pero fui cinco años titular de la Deutsche Oper de Berlín, y aprendí que la ópera es un espectáculo complejo. Siempre pasa algo que te tiene el corazón en vilo. Tengo mil anécdotas de tenores sustituidos en el último minuto. Ahora lo cuento y me río. Pero en su momento se pasa muy mal.



    -Para triunfar, ¿sigue siendo necesario salir de España?

    -Vivimos en una aldea global con unos centros neurálgicos en los que hay que estar si quieres hacerte un nombre. Viena, Berlín, París, Londres. Boston, Nueva York, Filadelfia, Los Angeles, Chicago. Tokio, Pekín, Seúl, Taipei o Kuala Lumpur. Allí un concierto llega a 500 millones de personas por televisión.



    -Y, en estos años, ¿se ha sentido alguna vez exiliado?

    -No sé qué responder. Me cesaron de la Nacional en el año 78. La tenía en primera división y me echaron. Fue como la patada de Foxá a Franco en el culo de los españoles.



    -¿Y no le ha tentado aún la idea de retirarse? -A mis 77 años tengo fuerzas para levantarme a las cuatro de la mañana para coger un vuelo o para orquestar una partitura. Este año he dado dos veces la vuelta al mundo y he sobrevivido al jet lag de 70 aviones. Ahora he vuelto a componer: una fanfarria para la Cuarta sinfonía de Brahms. Es curioso porque cada día me gusta más lo que hago. Por eso creo que moriré con las botas puestas. Como un infatigable kapellmeister, que lo hizo todo lo mejor que pudo.