Lorin Maazel
Hay malas críticas que sientan muy bien
18 febrero, 2011 01:00Lorin Maazel. Foto: Tato Baeza.
Esta vez va en serio. Lorin Maazel deja el Palau de les Arts de Valencia con la promesa de volver y el estreno de su ópera 1984 como despedida. En su cita con El Cultural, el director hace balance de su tiempo al frente de la institución y nos advierte, en clave orwelliana, de los peligros de nuestro tiempo.
Dos ciudades europeas en la biografía de Lorin Maazel relacionan numerológicamente su traumática salida de la Wiener Staatsoper con su debut como compositor de ópera a los 75 años. Viena, 1984; Londres, 1984. La partitura en cuestión se estrenó en la Royal Opera House en 2005, precisamente el año en que Maazel inauguraba el Palau de les Arts de Valencia. Ahora se despide del templo de Calatrava con la promesa homérica del regreso y el estreno en España, este miércoles, de su ópera orwelliana. Cerrará su etapa levantina con una última función el 6 de marzo, el día de su 81 cumpleaños. "No sé si se me han alineado los planetas", reflexiona el director estadounidense durante su encuentro con El Cultural. "Lo que sí sé es que mi carrera profesional ha sido una sucesión de círculos. Unas veces se abren solos y, otras, soy yo quien los voy cerrando".
Se refiere a cuando, por ejemplo, declinó la oferta del alcalde de Milán para dirigir La Scala. "Sin saberlo, le cedí mi puesto a Riccardo Muti, quien, años más tarde, rechazó la titularidad de la Filarmónica de Nueva York. Y de esa manera fue a parar a mis manos". Cualquiera pensaría que la vida de Maazel ha sido un cúmulo de coincidencias si no fuera porque él mismo lo reconoce. Llegó a Europa con una beca Fullbright para investigar en las arcadias de la música barroca. Nadie sospechaba de su pasado "prodigioso" y pocos sabían que dirigía orquestas frente al espejo de su habitación. Pero un día se requirió de urgencia una batuta para un concierto navideño en Sicilia y alguien reparó en los números de su expediente. Pronto su nombre empezó a cotizarse y, con sólo 30 años, descendió a las profundidades del foso de Bayreuth. Era el primer norteamericano de la historia al que se le permitía tamaña osadía. "Nunca imaginé que las cosas sucederían tan rápido", se sincera.
La soledad del chelo
Tampoco pensaba Maazel que algún día llegaría a componer una ópera. "Ni mucho menos -matiza- que empezaría a escribirla recién cumplidos los setenta". Ocurrió que durante el estreno de su Concierto para violonchelo y orquesta en Múnich, el gestor August Everding creyó ver una ópera en aquellos tristes pasajes. Entonces no lo sabía, pero aquel chelo solitario sería el embrión de Winston Smith, protagonista de 1984. Antes, Maazel y Everding habían analizado a la luz de un flexo otros clásicos de la literatura en busca de un argumento. "Como es natural, acudimos a la mitología griega. Le propuse narrar la historia de Telémaco, hijo de Odiseo y Penélope. Pero Everding me sugirió una temática más comprometida con los problemas acuciantes de nuestra sociedad. Queríamos llamar la atención sobre el espíritu humano, sobre los peligros de nuestro tiempo. Dos minutos después, ya teníamos el libro de Orwell entre manos".
Cambio de planes
En el proyecto original figuraba el Met neoyorquino para el estreno. Pero, tras la inesperada muerte de Everding en 1999, Maazel se vio obligado a buscar nuevos patrocinadores, y hasta fundó su propia productora, Big Brother Productions, para levantar 1984. "No pretendía recaudar fondos tanto como optimizar el trabajo en equipo". Por si acaso, contrató para el libreto a Thomas Meehan, estrecho colaborador de Mel Brooks y autor del guión de Los productores. El poeta J. D. McClatchy actuó de contrapeso lírico al método Broadway. "La acción se sitúa en el Londres de 2030. Nuestra intención era mantenernos lo más fieles posible al original, tanto en el contenido de la novela y la caracterización de los personajes como en el contexto en que George Orwell la concibió. Me refiero a la distancia que separa al autor de los acontecimientos que describe. No queríamos confirmar las profecías del libro, sino plantear nuevos peligros en clave futurista".
En aquella época, Maazel había acudido al estreno de La cara oculta de la Luna de Robert Lepage en el Barbican Centre. La economía de medios, a lo Peter Brook, de una nave espacial confeccionada con restos de una lavadora por un director con fama de tecnológico justificaron la llamada al cineasta canadiense. "Me topé justo con lo que andaba buscando: un lenguaje moderno acerca de la soledad del hombre en manos de un director que, además, había tratado a Bartók, Berlioz y Schönberg. Me interesaba alguien que supiera alertarnos de los peligros implícitos de la tecnología y me ayudara a señalar a los big brothers de nuestro tiempo".
Exilio musical en Cerdeña
Una vez dispuesto el andamiaje narrativo y dramático, Maazel comenzó a escribir la partitura. "En realidad, la mitad ya estaba escrita en mi cabeza, y la otra me la dictaba alguien desde otra parte". Le llevó cuatro años terminarla en un ritual cotidiano de lápiz y papel pautado. Sin goma de borrar, porque Maazel habla como piensa y escribe como habla. "Nunca luché contra la inspiración. Sólo contra el tiempo", se jacta. Y cuenta que, a fin de cumplir con los términos contractuales del estreno, se exilió tres meses en una "cabaña" de Cerdeña. "Me impuse una disciplina de diez horas diarias de trabajo durante tres meses. Me encerraba en un cuarto día y noche, lo que me permitió llegar a tiempo a Londres y, de paso, describir de cerca una atmósfera oscura, represiva y nocturna".
La ópera arranca con el coro histérico del odio y, a lo largo de tres horas, invoca al eclecticismo con reminiscencias de la música de Wagner, Puccini, R. Strauss, Britten, Bernstein o Weill, pero también a través de canciones populares de los años cincuenta o incluso de un himno. Maazel se siente especialmente orgulloso de los veinte minutos que dura el dúo amoroso de los protagonistas. En Valencia, el barítono Michael Anthony McGee debuta el exigente rol protagonista mientras Nancy Gustafson encarna por tercera vez a Julia tras su éxito en Londres y en La Scala.
Sin cuentas pendientes
Esta temporada, Maazel ha dirigido la mitad de las funciones de Aida y se vio obligado a cancelar Manon por problemas de salud. Sin embargo, en unos meses se incorporará a la Filarmónica de Múnich con el caché intacto. Seguirá siendo el director del mundo que más cobra por sesión. Se marcha, dice, habiendo convertido la Orquesta de la Comunidad Valenciana en la mejor fábrica de sonidos de España y con la satisfacción de haber acertado con su sucesor, el joven israelí Omer Wellber.
El octogenario director camina con dificultad para la sesión de fotos. Pero sigue gastando una sonrisa a lo Jack Nicholson. "Tiene gracia que lo mencione. Porque estoy en un momento de mi vida muy del Nicholson de Ahora o nunca. La vida se me empieza a escapar y aún tengo una lista de cosas que quiero hacer antes de marcharme. Y una de ellas es volver".
Éxito futurista
El 3 de mayo de 2005 la Royal Opera House se partió como un melón en dos mitades. De un lado, un público joven que aplaudía el estreno mundial de 1984 a manos de sus dos protagonistas (Simon Keenlyside y Nancy Gustafson) y una prometedora Diana Damrau. Del otro, el avispero de la crítica, que neutralizaba los aplausos con abucheos. Lo que unos consideraron un espectáculo "moderno, caleidoscópico y multifacético" otros lo describieron como un "pastiche superficial" de "méritos más visuales que musicales". La brecha generacional se repitió en La Scala. Lorin Maazel fue testigo desde el foso de la reacción de la grada y asegura sentirse satisfecho de "una ópera que conecta con el público del futuro" y que ha sido un éxito de ventas en su versión en DVD. "Cuando leo lo que sucedió durante el estreno de Nabucco, Carmen o Eugen Onegin -asevera el maestro- entiendo que hay malas críticas que sientan muy bien".