El bajo-barítono uruguayo Erwin Schrott. Foto: Tato Baeza / Palau de les Arts.

La voz del bajo-barítono uruguayo se cotiza al alza estos días con ocasión de la nueva producción de L'elisir d'amore del Palau de les Arts de Valencia y un disco de tangos en el que reivindica sus orígenes musicales.

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  • Donizetti y Piazzolla se reparten estos días los decibelios y la testosterona de Erwin Schrott (Montevideo, 1972). El bajo-barítono uruguayo interpreta a Dulcamara en la nueva producción de L'elisir d'amore que se estrena mañana en el Palau de les Arts de Valencia e irrumpe en las tiendas de discos con su primera grabación en los estudios de Sony, Rojotango, una selección de canciones de Astor Piazzolla, Pablo Ziegler, Juan Carlos Cobián, Antônio Carlos Jobim y Caetano Veloso, entre otros, con las que reivindica sus raíces y sus sueños de juventud.



    "Mi padre era tanguero, mi madre pianista frustrada y mi abuelo, que era ciego, tocaba en una orquesta braille", cuenta a El Cultural. "Los genes estaban ahí y la perseverancia hizo el resto". A los ocho años se enroló en el primer reparto de ópera y desde entonces no ha dejado de cantar. "Desde que tengo uso de razón no distingo un lunes de un domingo". Entre tanto, trabajó en algunos negocios familiares (en una fábrica de calzado, en un restaurante y también como lavacoches) y a los 24 años ganó el concurso de canto Carlos Gomes de Brasil. Ahora vive en Viena, en plan mozartiano, junto a su mujer, la soprano Anna Netrebko. Juntos coincidirán próximamente en el escenario en Los cuentos de Hoffmann, Las bodas de Fígaro, Fausto y quizá en esta coproducción de L'elisir d'amore a su paso por el Teatro Real en 2013. Con sus gimnásticos graves y su presencia fuera y dentro del escenario, Schrott se ha hecho un hueco en la temporada lírica española.



    -El "después" de aquella edición de Operalia de Hamburgo en 1998 lo conocemos. ¿Cómo fue el "antes"?

    -Hasta ese momento había trabajado en Montevideo, Buenos Aires, Santiago de Chile y Río de Janeiro, pero fue realmente Domingo el que me abrió las puertas al mundo. Venía de algunas malas experiencias en otros concursos que sólo servían para consagrar a cantantes que ya estaban en el circuito. Más allá del dinero y del prestigio del certamen, los consejos y las charlas con Domingo fueron el verdadero premio.



    -Y, sin embargo, evita usted seguir sus pasos.

    -Cuando digo que Domingo es el ejemplo a no imitar me refiero a su condición de inalcanzable y de irrepetible. Aspirar a su grandeza es un suicidio artístico. Quienes han intentado ser como él han pagado las consecuencias. No deja de tener gracia que admirar a Domingo implique, en la práctica, querer ser como Kraus.



    -También Mirella Freni le enseñó a pisar el freno.

    -Me enseñó lo importante que es decir que no de vez en cuando. Luego he ido perfeccionando la técnica para comunicarlo. Porque no es lo mismo un "no y punto" que un no seguido de una coma o de tres puntos suspensivos. Se puede rechazar una oferta por sms o tomando un café en una terraza.



    -¿Qué argumentos justificarían ahora un Rigoletto?

    -Necesitaría muy buenos motivos, y de momento no los encuentro ni en los directores artísticos, ni en el público y por supuesto tampoco en mi voz. No podría hacer Rigoletto antes de los cuarenta. Estaría alterando el orden natural de las cosas.



    -¿Qué le espera antes?

    -Hace cuatro años que vengo estudiando el rol de Scarpia de Tosca y Jack Rance de La fanciulla del West. Aún no he firmado por ninguno de ellos ni quiero transmitir ningún tipo de expectación al respecto. Pero para cuando llegue el momento quiero poder tener algo que decir sobre el personaje, y eso pasa por conocer el idioma que canto.



    -Por lo pronto, Valery Gergiev quiere convertirlo en el temible Boris Godunov.

    -Hemos hablado de la posibilidad de hacerlo juntos dentro de un tiempo. Mi mujer me está ayudando con el ruso, aunque desde el instituto vengo leyendo a Mijaíl Bulgakov.



    -Hace unos días, reinventaba en Viena al conde de Almaviva. ¿Qué tiene de nuevo su Dulcamara?

    -He tratado de buscar el sentido a cada una de sus palabras. No todo lo que dice ha de ser entendido como una bufonada.



    -Asegura que ha llegado a la grabación de los tangos sin sacrificar las esencias.

    -No creo haber cruzado ningún género ni haberme vendido a la industria por grabar la música que me ha acompañado toda mi vida. La buena música no puede ser considerada un crossover. Lo que hay en Rojotango es una selección de mini óperas. Por razones dramáticas Donizetti o Mozart cuentan en cuatro horas lo que Gardel o Piazzolla en tres minutos.



    -Ha sobrevivido a Calixto Bieito, a Claus Guth y a otros enfant terribles. ¿Se considera un animal escénico?

    -Sería una lástima que la crisis financiera terminara afectando a las ideas y castigando al público con dadaímos y pelotu- deces por el estilo. Mi propósito es competir con el Cirque du Soleil, un espectáculo total, pensado al milímetro, pero que no cuesta más de 30 euros por persona. La única forma de llenar el teatro de nuevos públicos es ofrecer dosis de realidad. Si las propuestas tienen un porqué no veo por qué no hacerlas.