José van Dam. Foto: PP Hofmann.

Debutó hace cincuenta años en el papel del maestro de música de El barbero de Sevilla y se retira, con la misma categoría, como protagonista de Ariadna y Barba Azul, que llega mañana al Liceo. El Cultural ha hablado con el bajo-barítono belga, veterano de los grandes festivales, sobre las claves del canto.

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  • Se retira José van Dam en el umbral de los 70 años y cuando cumple medio siglo de carrera profesional. Ha elegido un teatro muy afín a su carrera, el Liceo de Barcelona, y un repertorio, Dukas (Ariadna y Barba Azul), del que ha sido leal embajador, aunque no puede decirse que el bajo-barítono belga haya tenido especialidades ni límites. Ha sido Van Dam un "maestro de música", igual que la película homónima de Gérard Corbiau. Noble, sensible y versátil. Sirva como ejemplo su competencia de ventrílocuo de Mozart, su distinción como mediador wagneriano, su memorable aproximación al Pelléas et Mélisande de Debussy, sus atributos de liederista y hasta la distinción y la oscuridad que otorgó al Boccanegra de Verdi.



    No estaba escrito que el hijo de un ebanista sin educación musical descollara como figura de la lírica, pero Van Dam se enroló en un coro a la edad de once años y no ha vuelto a alejarse de una partitura desde entonces. La ausencia no concierne únicamente a la sede vacante de un gran artista. También atañe a una época del canto y a una manera de entender el misterio operístico. Van Dam ha sido un ejemplo de coherencia y de escrúpulo.



    Se resentirán en primer lugar los festivales veraniegos que ahora empiezan. Van Dam estuvo en casi todos, de Salzburgo a Aix-en-Provence. Fue el favorito de Karajan. Y terminó siéndolo de los públicos.



    -¿No le produce escalofríos hablar de su propia retirada?

    -Estas decisiones se adoptan con la cabeza. Pero mi tranquilidad siempre ha estado en que me retiro de la escena, pero no de la música. Seguiré vinculado a ella. No voy a dejar de vivirla ni de vivir. La retirada de la escena es como una amante que te abandona.



    Mozart como salvavidas

    -¿Qué impresión le produce el mundo de la ópera del que usted se despide?

    -Me preocupa que se haya instalado el culto al cuerpo en lugar del culto a la voz. No voy a decir que el aspecto deba descuidarse, pero somos cantantes de ópera. Nuestro vehículo de emoción es la voz. Y de ahí proviene también nuestra credibilidad artística.



    -¿Es lo que piensa inculcar a sus alumnos?

    -Para mí siempre ha sido fundamental encontrar ese punto de conexión entre la palabra y la música. Es más evidente en el lied, claro está, pero la música es una respuesta a la palabra. La cuestión es cómo abordar el fenómeno. Y no es necesariamente un proceso frío ni académico. La música requiere un equilibrio entre el instinto y el intelecto. Es lo que trato de transmitir a mis alumnos.



    -Usted también fue alumno. Cantaba en una escolanía con once años. Entonces percibió que la clave del canto era...

    -Seguir a tu voz, y no al revés. Muchas carreras se malogran porque los cantantes no quieren reconocer sus límites. Es grande la tentación de abarcar los papeles dramáticos y los roles de más peso teatral. Mi caso es significativo porque las óperas "pesadas", como El holandés errante, las abordé cuando ya había adquirido la madurez, la solidez. Mozart me proporcionó una extraordinaria salud vocal. Me dio la base de la carrera. Saber elegir y cuándo hacerlo es uno de los grandes retos del cantante de ópera. Hay que aprender a decir no, escuchar al instinto más que a los agentes.



    -Usted lo ha hecho. Nunca se ha consentido el papel supremo de Wotan del Anillo. ¿Por qué tanta resistencia?

    -Aquí no está en juego tanto la idoneidad vocal como una resistencia a la construcción del personaje. No me gustan los semidioses. Georg Solti insistió tanto en que lo hiciera con él en Bayreuth que me animé a releer la partitura. Pero no cambié mi decisión. Wotan es un papel excesivamente germánico para mí. Yo tengo que encontrar puntos de identificación, un aspecto humano en el papel.



    -Humano y divino ha sido el San Francisco de Asís de Messiaen. Lo compuso para usted.

    -Debo decir que al principio fue una carambola. Messiaen había elegido a un cantante francés, pero renunció y se puso en contacto conmigo. Fue muy receptivo cuando hablábamos de la vocalidad, de los rasgos del papel. Pero él iba más allá de la música. Trataba de transmitir la fe, la devoción a Dios. Messiaen era un hombre muy religioso, mucho más religioso que yo. De forma que su ópera tiene algo de ceremonia iniciática. Con la peculiaridad de que el mensaje no llega a través de la sofisticación sino de la simplicidad. Hay un lado naif en San Francisco que Messiaen quería destacar. Estrenar la ópera y llevarla a diferentes teatros representa un hito en mi carrera. Y un hito en la historia contemporánea misma, puesto que San Francisco es una de las poquísimas óperas que se han incorporado al repertorio.



    -Hagamos memoria. Hablemos del concurso En la escuela de las estrellas, una especie de Operación triunfo radiofónico.

    -Sí, era un programa que presentaba Aimee Mortimer y que puso mi nombre en circulación cuando estaba empezando. También fue capital encontrarme con Lorin Maazel en París. Quiso que cantara La hora española de Ravel. Tenía entonces 24 años y empezaron a realizarse muchos de mis sueños, aunque el encuentro más importante fue el de coincidir con Karajan.



    -¿Cree que se ha distorsionado la imagen de Karajan a cuenta del endiosamiento, de la misantropía y ciertos hábitos autoritarios?

    -La cuestión es que Karajan era un hombre tímido, reservado. No quería transmitir su lado humano, incluso procuraba suprimir las fotografías en que él mismo aparecía sonriendo. En cambio, nos lo pasábamos muy bien con él. Conseguía lo mejor de nosotros. Había creado una especie de escudería. Una escudería de cantantes fieles con los que siempre trabajaba. Me refiero a Mirella Freni, a Plácido Domingo, a Piero Cappuccilli... Aunque pueda resultar sorprendente, el hecho es que Karajan te concedía mucho espacio de libertad. El sabía cuáles eran sus tempi y su estructura. Una vez habían quedado claros, volabas donde tú querías. Ni siquiera le sentó mal que rechazara ciertas propuestas, como el Pizarro del Fidelio beethoveniano.



    -¿Tiene pensado escribir sus memorias?

    -Empecé a hacerlo, y me he dado cuenta de todo lo que he olvidado en cincuenta años de carrera.



    Premio a toda una carrera

    En su quinta edición, los Premios Líricos Teatro Campoamor entregaron sus galardones a los mejores espectáculos y artistas de la pasada temporada. El director Andrea Marcon, el tenor Celso Albelo, el director de escena y cofundador de La Fura dels Baus Carlus Padrissa, la soprano Nina Stemme y el barítono Leo Nucci, entre otros, fueron convocados en una gala-concierto en Oviedo en la que José van Dam recogió, emocionado, una estatuilla en bronce de La Gitana de Paris de Sebastián Miranda como ‘Premio especial a toda una carrera'.