Marina Abramovic frente al espejo de Bob Wilson
Willem Dafoe, Marina Abramovic, Antony y Bob Wilson.
El 11 de abril el Teatro Real de Madrid estrena Vida y muerte de Marina Abramovic. La controvertida artista serbia se entrega en cuerpo y alma al director de escena estadounidense para profundizar en el dolor de su infancia y experimentar con el poder liberador de la muerte.
Hace cinco años Bob Wilson recibió un encargo fuera de lo común. Al teléfono desde Nueva York, Marina Abramovic le pedía que escenificara su muerte y que le organizara un funeral sobre las tablas de un teatro. El director sólo puso una condición antes de tirarse de cabeza a la piscina: “Que me dejes hablar también de tu vida”. Aquella conversación fue el origen de Vida y muerte de Marina Abramovic, que con la posterior mediación de Alex Poots y Gerard Mortier materializaría en la primera coproducción del Festival Internacional de Teatro de Mánchester y el Teatro Real, donde se estrenará el 11 de abril si los conflictos internos del coliseo madrileño no lo impiden. En el proyecto colaboran, además, el actor Willem Dafoe y el compositor, cantante y pianista angloamericano Antony.
No es la primera vez que Marina Abramovic (Belgrado, Yugoslavia, 1946) se presta al siempre peligroso ejercicio biográfico. A decir verdad, no hay una línea clara que separe la vida y la obra de la artista serbia, a la que recientemente el MoMA de Nueva York le dedicaba una completa retrospectiva, titulada The Artist Is Present, en la que permaneció sentada frente al público más de 700 horas. Su contribución al mundo del arte, sobre todo como pionera de la performance y el body art, la ha convertido en objeto de numerosos estudios y monografías. Nada cabía añadir a la enciclopedia abramoviquiana hasta el estreno en Mánchester, el pasado verano, de este espectacular montaje, que parte de una serie de materiales inéditos (diarios, cartas y fotografías personales) que la artista ha cedido voluntariamente a Bob Wilson. “He renunciado al control sobre los acontecimientos para que el director se sienta libre de seleccionar y ordenar el material como él considere”, cuenta la artista a El Cultural. “Lo que traigo a Madrid no tiene nada que ver con la performance ni con el arte interpretativo. Se trata más bien de una obra poética de teatro biográfico en la que, por primera vez, mi vida tiene más peso que mi obra”.
En sus más de cuarenta años en activo, Abramovic ha sometido su cuerpo y su mente a las condiciones más extremas. Esta vez no habrá flagelaciones ni salpicaduras de sangre aunque algunos pasajes de la ópera, como el dedicado a su madre, con la que mantuvo una fructífera aunque atormentada relación, no le han resultado menos dolorosos que las heridas que han cicatrizado su cuerpo. “Bob quería explorar todas las historias de mi vida, profundizar en el dolor de mi infancia, y yo siempre estuve de acuerdo en entregar toda la autoría de la obra, en ofrecerle todo lo que soy y siento, aunque eso implicara que me pasara las horas de ensayo llorando desconsoladamente...”.
No es el director de Texas precisamente un sádico aunque tampoco ha renunciado a la “matanza” ni al sacrificio de la artista de 65 años en las dos horas y media que dura la ópera. “Hay tanto dolor, tanta tragedia, que el último recurso del público es la risa. La vida es así. Cruel y mágica a la vez”, sostiene el escenógrafo.
Fotos a lo Bergman
Wilson reconoce haberse recreado especialmente con el capítulo en el que Marina se separa en 1988 del gran amor de su vida, el artista alemán Ulay. “En tres meses recorrieron cada uno la mitad de la Muralla China, nada menos que 2.000 kilómetros a pie, y cuando finalmente se encontraron se dijeron adiós para siempre. Fue horrible, maravilloso...”. Todo un juego de contrarios que Wilson resuelve con fuertes contrastes lumínicos, lo que, sumado al habitual hieratismo de sus personajes, confiere al conjunto el aspecto de una fotografía en blanco y negro que, por momentos, remite a la estética existencialista de El séptimo sello de Bergman. No en vano Wilson responde a preguntas más concretas sobre la puesta en escena con las mismas palabras con las que el caballero Antonius Block despacha a la Muerte: “¿Que por qué?”, dice, “Porque lo he visto en algunas pinturas...”. Su idea es que el público pueda acercarse al teatro con la misma “sana curiosidad” con la que acude a los museos. “Que tenga tiempo de recrearse con el detalle de cada composición y llegue a entender el sentido de la propuesta plástica”.En 2007 Abramovic conoció en Nueva York a Antony durante una de las actuaciones de su banda -Antony and the Johnsons- en el Carnegie Hall. Entonces no sabían que el tema que sonaba, Snowy Angel de Baby Dee, terminaría convirtiéndose en el leitmotiv principal de la ópera. “Tras el concierto quiso conocerme y desde entonces somos grandes amigos”, asegura Antony. Abramovic le propuso componer parte de la música de este proyecto, al que más tarde se incorporarían varios músicos de confianza de Antony: Doug Wieselman (en la guitarra y las trompas), Oren Bloedow (bajo y guitarra) y Gael Rakotondrabe (piano y teclados).
La voz de su tiempo
“La música pop -cuenta Antony- es un transmisor de emociones. Durante mis conciertos me doy cuenta de que realmente la gente necesita gritar ciertas palabras para dar rienda suelta a sus sentimientos”. La voz dulce y frágil de Antony sirve de antídoto a la crudeza de las letras de las canciones sobre la vida de la protagonista. El compositor no pasa por alto el hecho de que casi todos los miembros del equipo, incluido el narrador de la historia -el estadounidense Willem Dafoe- y el contratenor alemán Christopher Nell, sean hombres. “No es ninguna casualidad que Marina haya confiado su vida a un actor y a un director de sexo masculino, además de a un cantante transexual, como es mi caso. Es su forma de subrayar su condición de mujer”.Para Mortier, Antony encarna la voz de su tiempo. “Igual que en otros momentos de la historia de la música la ópera dio origen a los castrati o, más tarde, a los heldentenor, el timbre y el color de su instrumento encuentra su sentido profundo en la cultura pop, en las nuevas generaciones de público que este proyecto pretende convocar en un teatro dedicado a la ópera”.
También Dafoe interpreta alguna de las canciones. El camaleónico actor no sólo es el hilo conductor de la historia, también interpreta a Ulay, al que fuera marido de Abramovic durante doce años -el artista italiano Paolo Canevari, a quien, curiosamente, Marina dedica la ópera- y a su padre Vojo, convertido en héroe nacional tras su participación en la Segunda Guerra Mundial. “Es algo que no se puede explicar con palabras”, asegura Mortier. “Cuando ves el despliegue de registros del que es capaz Dafoe, de pronto, lo entiendes todo”.
La música electrónica del dúo Matmos salpica también la partitura y genera emocionantes contrastes con la música tradicional serbia elaborada por William Basinski y Svetlana Spajic. La ópera arranca con un réquiem escénico en el que Dafoe, caracterizado como el excéntrico Jocker de Batman, anuncia entre una jauría de dóbermans la muerte de Marina Abramovic. Sobre sus palabras, suena una música fúnebre (Izcila se s kamena lozica; La vida surgió de la piedra) en la forma ojkalica, una tradición de canto polifónico de la región de Dalmacia “que hace temblar la voz como si fuera un llanto”, según Abramovic. Como ésta, otras tantas canciones folclóricas y rituales, que interpreta el Svetlana Spajic Group sustituyendo a la Sinfónica de Madrid en el foso, nos hablan de los primeros pasos en la antigua Yugoslavia de la protagonista, hija de partisanos y nieta de un patriarca santificado de la Iglesia Ortodoxa Serbia cuyos restos reposan embalsamados en el templo San Sava de Belgrado.
Una ópera como un dinosaurio
Abramovic es una y mil. Tanto vale su acreditada trayectoria para inspirar un videojuego como para diseñar unas tazas de café para una marca italiana. Su afición a la ópera pasa por Mozart pero sobre todo por su gran admiración por Maria Callas. “Me gusta la ópera pero mentiría si dijera que soy una aficionada. Pienso que es una disciplina con grandes posibilidades, pero trasnochada en muchos aspectos. Se parece a un dinosaurio, hermoso y antiguo a la vez. Necesita urgentemente una renovación, más gente valiente y provocadora como Mortier”.Para Abramovic el gran mérito de este proyecto es que, sin ceñirse a la ortodoxia del género, consigue universalizar vivencias y facilita la identificación del espectador con la historia. “Yo misma he aprendido como intérprete de mi propia vida cosas de mi personalidad que no conocía y me he liberado, de alguna manera, del drama de mi existencia. Sigo pensando en la muerte cada día. Pero ya no siento miedo. Sólo una gran responsabilidad...”. Ni siquiera le cambia el gesto cuando asegura que ya tiene pensados algunos detalles de su “verdadero” funeral. “Será muy parecido al que propone Wilson. Habrá tres Marinas, una verdadera y dos falsas, repartidas por diferentes lugares de Belgrado, Ámsterdam y Nueva York. Será una gran celebración, una fiesta de la vida”. Tiene claro igualmente cuál será su última voluntad: “Que la Marina Abramovic Foundation for Preservation of Performance Art abra por fin sus puertas en Manhattan. Ése será mi legado cuando ya no esté”.
Cortafuegos Wilson
Tras la polémica que desató el estreno de C(h)oeurs de Alain Platel en Teatro Real, Mortier confía en que Wilson, muy respetado por un público que a principios de la temporada aplaudía sin reservas su trabajo en Pelléas et Mélisande de Debussy, sirva de cortafuegos. “No exagero si le digo que Wilson es el digno sucesor de Peter Brook en lo que se refiere a la renovación escénica de los últimos años”, asevera Mortier. “Reconozco haber tenido mis más y mis menos con él, sobre todo durante mi época como director de La Monnaie de Bruselas, en la que me acusó, no sin cierta razón, de conservador...”. No renuncia, en cualquier caso, a su habitual dosis de polémica. “El público de Mánchester no es el de Madrid. Pase lo que pase el día del estreno, tengo claro que un teatro de ópera necesita tanto el aplauso como el abucheo”.No hubo periódico británico que no se hiciera eco del estreno de Life and Death of Marina Abramovic. A falta de una crítica The Guardian le dedicó dos, claro que alguien en The Telegraph calificó la propuesta de “farsa” y The Independent propuso un título más acorde a la estética del Wilson: “El encuentro entre Morticia Addams y Monsieur Hulot”. La pregunta que todos se hacían entonces y que se harán en Madrid es: ¿puede considerarse Vida y muerte de Marina Abramovic una ópera propiamente dicha? Mortier responde a la gallega: “¿Lo son Mahagonny de Weill o Candide de Bernstein? ¿Lo es la zarzuela?”. Para el gestor belga la cuestión no es tanto si lo es como si llegará a serlo algún día. “A Monteverdi, Mozart y Verdi les une una mista voluntad por abordar en su música problemas de máxima actualidad. Vida y muerte... es un espectáculo de teatro musical que alude a los problemas de hoy y apela directamente al espectador. Sin metáforas ni eufemismos. El tiempo se encargará de colocarla en su sitio”.
Primer encuentro
No olvida Mortier su primer contacto con Abramovic en su despacho de la Ópera de París. “Lo primero que me llamó la atención fue su belleza y su fortaleza. Es una mujer que irradia energía, que tiene una presencia especial. No necesita hablar para transmitir muchas cosas. A medida que avanzaba el proyecto, admiré más su gran generosidad y su enorme voluntad a la hora de trabajar”.El estreno en Madrid coincide con una exposición retrospectiva, que organiza La Fábrica Galería del 10 de abril al 2 de junio, con algunos de los vídeos y fotografías más representativos de la artista. Selected Early Works recorre varios de sus primeros trabajos, como la temprana performance de Rhythm 4 (1974) o Breathing in/Breathing out with Ulay (1978), pero también las fotografías de The Kitchen, su particular homenaje a Santa Teresa de Ávila, que ha realizado recientemente en las cocinas de la sede de La Laboral en Gijón. “Mi relación con la cultura española es excelente. Incluso me atrevería a decir que el duelo existencial que propone Vida y muerte... tiene mucho que ver con el sacrificio ritual de las corridas de toros”.
Hace unos meses, Abramovic coincidió en La Abadía con Mortier, Wilson y Antony durante el estreno de Solo de Israel Galván. “Puede que en Mánchester pasara inadvertido, pero en el montaje de Wilson hay muchos elementos de aquel espectáculo fascinante y auténtico. Como Galván, nosotros también hemos venido a contar verdades”.