Lina Tur.

La violinista balear recupera para el sello Verso las seis sonatas de Élisabeth Jacquet de La Guerre, compositora de la corte de Luis XIV que se abrió paso entre Couperin, Rameau y Charpentier sin desdeñar la influencia transalpina de Corelli.

Resultaría una empalagosa cursilada concluir que la violinista Lina Tur ha concebido un disco de mujer a mujer. Por mucho que ella lo sea y que también sea femenino el género de Élisabeth Jacquet de La Guerre (1665-1729), sobresaliente compositora en la corte de Luis XIV entre cuyos méritos destaca haber proporcionado a la historia de la música la comunión entre la grandeur versallesca y la exuberancia de Corelli.



Las pruebas las ha reunido Lina Tur en un disco que aloja las seis sonatas para violín y bajo continuo en el sello Verso. Las compuso De La Guerre como terapia al duelo. Había perdido a su esposo y a su hijo en París, aunque el antídoto resultante del pentagrama se aleja de la autocompasión o de la letanía de una misa de difuntos. "Todo lo contrario", puntualiza Tur. "Es una música madura que contiene rigor y fantasía, oficio e inspiración, refinamiento y fantasía. Sobriedad y arrebato. Incluso una paleta de estados de ánimo que demuestra la vida que hay detrás. El descubrimiento de Corelli en París produjo una revolución que tuvo muy en cuenta Jacquet de La Guerre, aunque la propia compositora también plasma en su obra la elegancia de Versalles".



Fue en Versalles donde vino a trascender el talento de la maestra. Que fue muy precoz y que mereció de inmediato las atenciones de Luis XIV. De hecho, Élisabeth Jacquet de La Guerre fue "adoptada" por Madame de Montespan, favorita de su majestad en la promiscua alcoba de palacio y valedora de la petite merveille entre los grandes compositores de su tiempo (Couperin, Rameau, Charpentier...).



¿Estaba a la altura de ellos? Lina Tur no tiene dudas al respecto, pero tampoco quiere convertir a De La Guerre en una bandera del feminismo ni en un ejemplo de discriminación. Lo que sí destaca la violinista balear es que la compositora francesa, hija y nieta de organistas, escribía como una mujer: "Hay una sensibilidad característica que la identifica, un cuidado en los detalles, una expresividad que no podría clasificarse precisamente como viril. Hay una feminidad que se aprecia casi a primera vista".



Las sonatas se las ofrecieron más o menos accidentalmente. No fue a por ellas. Se las encontró delante del atril y se produjo un caso de empatía al que Lina Tur atribuye una suerte de valor providencial. Había encontrado un antecedente de identificación. "Creo que su obra se atiene a mis inquietudes artísticas", explica la mediadora. "Me refiero a que conjugan la importancia del estudio, de la academia, de la formación y del rigor con el espacio de libertad, de espontaneidad y hasta de abandono que requiere la música en su definición más ambiciosa. Hay un sentido de la experimentación y de la vivencia en las sonatas de De La Guerre que me interesa mucho". La prueba está en el inconformismo o en la curiosidad que define la carrera de la propia Lina Tur. Se inició como bailarina, le desaconsejaron categóricamente la carrera de violín y descubrió que las artes están demasiado conectadas entre sí -y dependen las unas de las otras- como para obsesionarse enfermizamente en una carrera de mera especialista.



Toca el violín barroco y el moderno. Se faja en orquestas de primer nivel -la Mahler Chamber Orchestra- y se ha pluriempleado en las formaciones punteras de instrumentos originales, aunque le atraen las artes plásticas y se ha aliado últimamente con el poeta Antonio Colinas para cobijarse ambos en la sombra totémica de Bach. "Un músico debe tener una visión caleidoscópica de la cultura y abrir su mente. No me siento identificada en una ortodoxia ni en un dogma. Sí creo que cuanto más has vivido y experimentado, con todo lo que comporta, más profundamente puedes identificarte con tu misión en la música", concluye Lina Tur.