Rodrigo García. Foto: Christian Berthelot.
El autor y director argentino descorcha en Madrid la décima edición de Operadhoy con una respetuosa, aunque disparatada, lectura de A floresta é jovem e cheja de vida de Luigi Nono. Será su debut en una disciplina, la ópera, con la que no comulga y quizá su última aparición en público, según confiesa en esta entrevista: "Mi plan es desvincularme del teatro, vivir alejado de los circuitos".
El miércoles arranca en los Teatros del Canal de la Comunidad de Madrid la décima edición de Operadhoy con una aproximación de Rodrigo García a La selva es joven y está llena de vida (A floresta é jovem e cheja de vida) de Luigi Nono. "No hay personajes, tampoco un hilo argumental y la percusión es igual de importante que los actores. Todo eso me sedujo mucho", reflexiona el director argentino ante su bautismo de fuego operístico. No se trata, al parecer, de una simple puesta-en-escena de esta ópera para soprano, tres voces, clarinete, hoja metálica y banda magnética. "Si la hubiera planteado literalmente habría derivado en una obra de teatro musical historicista, museística, en algo sin vida. Respetar el espíritu revolucionario de Nono ha significado, en este caso, no seguir al pie de la letra su obra". El compositor italiano, que nació y murió en Venecia, abogó por la integración del idealismo político y el procedimiento serial de la vanguardia musicológica, lo que le granjeó no pocas enemistades y el enfrentamiento con su discípulo Helmut Lachenmann.
La exaltación marxista de A floresta..., estrenada en 1966, denunciaba el horror y la barbarie de la guerra de Vietnam. En un ejercicio de "asimilación y olvido", Rodrigo García (Buenos Aires, 1964) ha respetado la esencia poética y política de la obra escribiendo únicamente sobre los márgenes de la partitura. "No traemos una obra acabada. Será algo más atractivo y frágil".
-¿Qué motiva su desembarco en el mundo de la ópera?
-Me entusiasmaron las condiciones adversas del proyecto que me propuso Marino Formenti. Sin tiempo para ensayar ni presupuesto para alardes escenográficos, los músicos y actores nos encontraríamos en la recta final. Hablamos de utilizar textos que yo tuviese escritos y de hacer un díptico sencillo aunque, sin duda, algo forzado.
-¿Qué pasó luego?
-Pensé que la pieza se merecía una aproximación más arriesgada, y de pronto contaba con algunas semanas para escribir algo específico. He intentado darle un espacio nuevo, cambiando la relación con el público tal como la concibió Nono en su momento. Ya no es frontal y a la italiana. Así, planifiqué acciones básicas complementarias, nunca ilustrativas ni deudoras de la pieza de Nono, que es el invitado de excepción con quien dialogar.
-¿Conocía su música?
-Entre mis peores vicios se encuentra la música contemporánea. La obra de Nono es uno de mis referentes naturales, como lo es también el cine de Antonioni, del que se proyectará Zabriskie Point. Por lo demás, la puesta en escena será casera, trabajaremos con objetos encontrados en la basura. No imagino esta música en un universo clean ni tecnológico. Será el acercamiento de un profano, pero los palos que me lluevan serán bienvenidos. Nada es comparable a los deliciosos momentos de creación y libertad que me ha proporcionado.
-¿Cómo ha adaptado toda la fuerza de la partitura y de los textos de Giovanni Pirelli?
-No es una ópera con personajes. Los actores recitan y cantan textos muchas veces ininteligibles. ¿Se imagina que empleara efectos especiales? Eso sería hacer teatro del siglo XX y yo quiero remontarme a algo más viejo aún, quiero hacer mi teatro arcaico de siempre, ver seres humanos concentrados en cantar o leer para el público. Disfruto contemplando al actor que lucha con un texto tan difícil de recitar, esforzándose en una ejecución sin artificio. Es como llamar a la puerta de un humanismo olvidado.
-¿Y cuánto queda de su "teatro incómodo" en esa regresión digamos decimonónica?
-Incómodos están los que no llegan a final de mes y las víctimas de los banqueros. La obra de Nono presagiaba este conflicto social. El arte no es incómodo en absoluto. Lo consume gente que no tiene escrúpulos. Van a verte y se irritan sólo para animar la cena de después en el restaurante de al lado. Mis obras suelen ser temas que avivan los vínculos entre parejas acabadas o amigos que se detestan y se encuentran en el teatro.
-¿Ha recurrido a algún tipo de simbología marxista, tan frecuente en la obra de Nono? -Decidí no ir por ahí esta vez. Me gusta la época panfletaria de Godard, pero no hay razón para seguir ese camino. Me limité a buscar la tiranía cotidiana, y la encontré en cada uno de nosotros, en la dependencia del falso bienestar y en la lucha por mantener un statu quo insostenible. Trabajé en la creación de un texto que conviviera con la pieza musical, una especie de fragmento de novela donde lo político es una constante que viaja oculta en un tono disparatado, exagerado y atemporal. Me puse a escribir para antes y después de la pieza, de tal modo que durante la interpretación de la obra el público pudiera concentrarse en la música.
Otro mayo al sol
-¿De qué habla exactamente en esas acotaciones?
-En lugar de criticar una situación social y política en tono panfletario, opté por una literatura llena de rabia pero a su vez de fantasía y salpicada de despropósitos. Fui creando unos seres que viven de una forma singularmente estúpida y horrible en una época tormentosa que a veces parece ser el futuro próximo. Muchos de ellos dicen desmembrarse, dejar una mano o su lengua sueltas para que cada trozo viva su experiencia lejos del cuerpo completo. Una locura de textos y situaciones que a veces me recuerdan al cómic Black Hole de Charles Burns.
-¿Ha buscado una lectura actualizada de la obra, el Mayo de 2011 en el del 68?
-Nono podría haberla escrito para las acampadas de Sol. En un momento de mi texto aparecen estos acontecimientos de la historia reciente y viva, pero me ocupo de hacer una ficción disparatada y mordaz, subrayando el conflicto generacional y lo caduco del sistema. Pero se trata, en todo momento, de una fantasía. No quiero quitar trabajo a los periodistas ni a los manifestantes. En el teatro no me basta con enumerar y denunciar los hechos consabidos.
-Para algunos el mérito de A floresta... es más propagandístico que musical. ¿Y para usted?
-No puedo responder a esto en cuatro frases. Hablamos de la ética del compositor, de su compromiso y a la vez de su capacidad creativa, de su necesidad expresiva. A eso hay que sumarle los sueños, las utopías, su peso en la historia de la música, los vericuetos del mercado del arte, el narcisismo de todo artista... Son demasiadas cosas. Sólo puedo decir que A floresta... es una obra hecha de misterio, un misterio conseguido a base de rigor compositivo y de meticulosidad extrema. Si he escrito un texto delirante es porque en esta partitura hay fiebre.
-¿Le ha abierto esta experiencia el apetito operístico?
-La ópera me resulta antipática como espectáculo por todo lo que significa. Eso no quita que me guste escucharla o que disfrute con Mozart. De todas maneras, mi plan es desvincularme del teatro. No siento más deseo que el de escribir en casa y vivir alejado de los circuitos del arte. No es nada en contra del sistema, sólo una elección de vida. He aceptado este trabajo porque eran Nono, Marino Formenti, Xavier Güell, mi equipo habitual y porque no suponía ir dos meses a la sala de ensayos a crear una pieza teatral.