El pianista Dorantes. Foto: Luis Castilla.

Ni fusión ni confusión. Lo que se propone Dorantes con su nuevo disco, Sin muros, es llevar el piano de raíces gitanas a un nuevo territorio. El último Morente, Linares, Mercé y Poveda, entre otros, lo acompañan en este viaje a las esencias.

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  • Lo primero es la sorpresa, algo que fluye y que ilumina, como una especie de ceremonia en el misterio de las revelaciones. Dorantes en estado de gracia, inspiradísimo, abierto a un torrente tumultuoso de sonidos de la más variada especie que él, con dominio y mano maestra, con sutileza y sensibilidad, va reconduciendo, ordenando y encajando hasta lograr un magnífico y original universo, desconocido hasta ahora en el flamenco.



    Su piano, contemporáneo y también clásico, de profunda raíz gitana e incardinado a los ancestrales ecos de sus antepasados, navega sin embargo por espacios muy personales, sorteando con lucidez el sometimiento a estereotipados criterios canónicos. "Cuando publiqué Orobroy tenía 29 años, y Sin muros, que es mi tercera obra después de Sur, la he grabado con 41", cuenta el músico sevillano. "Desde joven he recorrido el mundo, he convivido con músicos de otras disciplinas, tocando con ellos y ahondando en sus propuestas artísticas. Todo eso se digiere y te alimenta y a la hora de componer surgen cosas como Sin muros, resultado de un proceso enriquecido por una larga experiencia, ya que nunca dejas de aprender".



    Técnica brillante y creatividad a flor de piel para construir un nuevo escenario con materiales concebidos en la imaginación espontánea. Ni fusión ni confusión, sino inventiva y luminosidad, clarividencia en unos conceptos que atienden más a las esencialidad que al simple diseño estético, unos materiales con los que logra conmovernos y llevarnos a una dimensión genuina y a la vez inexplorada del flamenco. "Es mi lenguaje, el de mi infancia y el de mi familia. Lo respeto y forma parte de mi identidad, ya que me hace sentir de una forma específica. El flamenco, que tiñe toda mi vida, es algo de lo que no puedo ni quiero prescindir, un elemento inspirador que me da alas, ya que por encima de todo soy músico y, como tal, necesito ese impulso de libertad".



    Hay pasajes de mucha carga emotiva en Sin muros (para el sello Universal), como los tientos Refugio, que Enrique Morente dejó grabados para este disco antes de morir, con una voz que parece surgida del fondo de los siglos y cuyo dramatismo se incrementa con la inclusión de una poderosa banda percusiva a la que se suma un fondo de tambores japoneses. O la enigmática guajira de Esperanza Fernández y la no menos recóndita, espeluznante y fugaz intervención de José Mercé, con una letra de soleá asentada en la estructura rítmica del tango flamenco y que, dedicada a los gitanos de Sevilla, se llama Errante. O la entregada y hermosa granaína de Carmen Linares sobre textos de Lorca, la sobria malagueña chaconiana de Arcángel, las vivaces alegrías de Miguel Poveda, las bulerías Sin muros ni candados, con el contrabajista Renaud García-Fons, Cuatro lenguas de amor, otras bulerías con el bandoneón de Marcelo Mercadante, la nana de Noa y las sobrecogedoras seguiriyas Aliento del hijo de María la Perrata, el guitarrista y cantaor Pedro Peña, padre de David Peña Dorantes.



    Para el pianista, el título del disco no se refiere tanto a los aspectos estilísticos como a una actitud moral que preconiza la capacidad de analizar sin prejuicios ni exclusión los estamentos sociales, ideológicos o raciales. "Lo más importante de la música es el alma, la expresión pura, la comunicación por encima de los aspectos restrictivos que nos rigen. Aunque siempre con estilo y delicadeza, porque hay que ser libres pero con elegancia".