El compositor italiano Salvatore Sciarrino. Foto: Fundación BBVA.
El compositor italiano recibe el 21 de junio el Premio Fronteras del Conocimiento en Música Contemporánea de la Fundación BBVA por su capacidad para renovar el lenguaje musical a través de la poesía sonora.
Parece muy justo conceder a un músico integral como Salvatore Sciarrino (Palermo, 1947) el Premio Fronteras del Conocimiento de la Fundación BBVA en la categoría de Música Contemporánea. Estamos ante uno de los creadores más originales de hoy, que viene labrando su delicado lenguaje desde hace más de medio siglo. Su catálogo, al menos el que él considera, no comienza hasta 1966, bien que con anterioridad, de forma autodidacta, trabajara la materia sonora con un entusiasmo denodado. Tenía ideas, pero le faltaba la técnica, que fue aprendiendo lentamente por su cuenta.
Con el tiempo y la experiencia, Sciarrino ha ido conformando una de las músicas más personales, refinadas y depuradas gracias a un oficio de rara precisión, de un exquisito alquitaramiento, que fue adquiriendo un poco de espaldas a lo que se cocía por los más importantes foros de su tiempo, como Donaueschingen o Darmstadt. Podríamos colocar a nuestro compositor en la estela de su compatriota Niccolò Castiglioni (1932-1996), muy unido a la tradición del Cinquecento y dotado de una rica veta irónica y fantasiosa. Pero en el compositor palermiano se buscan las inaprehensibles fronteras entre el sonido y el silencio que le llevan al hallazgo de un sonido propio, exclusivo, único, obtenido gracias a sutilísimas transformaciones tímbricas.
Según cuenta Sciarrino, su música "está muy construida". Para llegar a conseguir sus característicos efectos irreales utiliza un lenguaje "arcaico y moderno al tiempo", que traslada al papel pautado "como si fuera un orfebre, un pintor en busca de una superación permanente, ya que, de lo contrario, los frutos serían efímeros". A veces defiende técnicas caligráficas que, de manera sorprendente, alcanzan un alto grado de espiritualidad. "Cuando la música empieza nos trasladamos a otro lugar". Una afirmación que no hace sino reforzar su carácter visionario.
Sciarrino contempla con interés el espacio otorgado al texto y él mismo lo suele redactar. Con ello logra una perspectiva más amplia e integradora. De hecho es el autor de las palabras de una obra que lleva componiendo hace algún tiempo y que se va a estrenar este año en Lucerna, con piano y voz solistas. Al teclado estará Maurizio Pollini. El habla, el recitado, el canto, incluidos libretos de óperas, son tratados en la partitura con delicadeza y profundidad insólitas. La música vocal de Sciarrino se pliega y se hermana con la poesía a la que sirve, pero, yendo más allá, también es poesía, poesía sonora, buena parte de su música instrumental. Toda ella abunda no sólo en pianísimos, también en susurros, murmullos, delicadas insinuaciones de sonidos, silencios y gestos vacíos que nos sitúan ante una especie de nada sonora.
Recibió como una auténtica sorpresa la noticia del reconocimiento de la Fundación BBVA, que ha tenido en cuenta su larga visión de la música antigua, a la que el compositor le debe mucho. "Los autores de la tradición no necesitan intermediarios. Se nos ofrecen impolutos, para que los estudiemos y analicemos a conciencia", aclara Sciarrino, que con frecuencia usa piezas del pasado que luego desarrolla. Al menos en la manera de trabajar el sonido, él mismo reconoce tener cierto parentesco con el compositor alemán Helmut Lachenmann, el último ganador del mismo prestigioso galardón, dotado con 400.000 euros. La similitud sólo es aparente, ya que "hay una diferencia sintáctica entre los dos, que nace fundamentalmente del seguimiento de corrientes distintas. Es la percepción humana la que impone las reglas a respetar".