Fotomontaje con Gustavo Dudamel (izqda.) y Daniel Barenboim.



A pesar de la brecha generacional que les separa, a Daniel Barenboim y Gustavo Dudamel les une una misma misión humanizadora de la música que encuentra en Beethoven su máxima expresión. Lo demuestran en sus nuevos proyectos discográficos para Decca y Deutsche Grammophon, respectivamente, y al frente de dos orquestas empatadas a juventud y espíritu de sacrificio: la Diván y la Simón Bolívar. Con ellas visitarán Barcelona, Madrid y Sevilla estos días.
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  • Beethoven permanece como la referencia absoluta, totémica, de la programación internacional en teatros y auditorios. Uno de cada diez conciertos recurre al repertorio del compositor alemán -Mozart y Brahms ocupan las otras plazas del podio-, aunque no todos los espectáculos revisten la originalidad ni la vitalidad que caracterizan las inminentes giras españolas de Daniel Barenboim (69 años) y Gustavo Dudamel (31).



    Viene a cuento citarlos juntos porque ambos colegas comparten una "misión" desde el podio, porque se acompañan de sus respectivas orquestas jóvenes -la West-Eastern Divan y la Simón Bolívar- y porque además tienen en común la actualidad discográfica (bajo el paraguas de Universal) en torno a la figura de Beethoven.



    En el caso de Barenboim se trata de una sorprendente integral sinfónica. Creíamos que su versión definitiva del ciclo concernía a la grabación con la Staatskapelle de Berlín (Teldec), pero el director de orquesta "español" -Moratinos le otorgó el pasaporte- ha decidido reunir en un cofre -Music for all (Decca), a la venta el 10 de julio- la experiencia de sus conciertos con la West-Eastern Divan Orchestra, sobrenombre de una agrupación híbrida de músicos palestinos e israelíes que divulgan en el plano filantrópico y ejemplar el mensaje de la convivencia.



    Nadie mejor que Beethoven para catalizarlo. De hecho, el proyecto discográfico se titula Beethoven para todos en la acepción inmediata de la universalidad. "Beethoven habla a todas las personas en cualquier lugar del mundo. Su música es una invitación a entendernos. Con nosotros mismos y con los demás", explica Barenboim a propósito de los conciertos con que ha colonizado indistintamente espectadores y conciencias.



    El primero de ellos arrancó en Buenos Aires hace dos años, mientras que el último relacionado con la "campaña beethoveniana" está previsto el 2 de agosto en el escenario del Festival de Salzburgo. Partiendo de un objetivo: "Si la gente obtiene sólo una décima parte de la satisfacción que experimentamos nosotros cuando tocamos me sentiría feliz. Beethoven remueve los sentimientos y la conciencia en el mejor sentido".



    ¿Era necesario grabar el ciclo? ¿Hacía falta introducir la enésima versión de las nueve sinfonías en un mercado saturadísimo? Barenboim es consciente de la competencia, pero también sostiene que el punto de vista compartido con los músicos palestinos e israelíes en los vaivenes de la gira representa una novedad, incluso un fenómeno insólito. "Aceptémoslo. El mercado discográfico no necesita otro ciclo de Beethoven. Pero creo que las sinfonías con la Orquesta del Diván son, en ciertos sentidos, diferentes. No quiero ser tan pretencioso como para afirmar que son mejores, pero sí son ciertamente diferentes, en el sentido de que hay una cantidad de energía impresionante, debido a la juventud de los músicos, pero hay rigor exactamente en la misma proporción".



    Tendrán oportunidad de experimentar la fórmula los espectadores que asistan al Teatro de la Maestranza de Sevilla el 18 de julio. Es el único concierto previsto en España -sonarán la Primera, la Segunda y la Octava-, entre otras razones porque la Junta de Andalucía, deudora del modelo de convivencia en la Córdoba de Al-Ándalus, ha patrocinado el proyecto geopolítico y dialéctico de Barenboim. "Si se piensa realmente en serio en la naturaleza de la música, te das cuenta de que la gran lección es que resulta absolutamente imperativo escuchar, y también es importante saber quién tiene confiada la voz principal: en otras palabras, la jerarquía no como un factor reductor, sino, por el contrario, como algo que nos ayuda a comunicarnos. La música te enseña mejor que ninguna otra cosa".



    El mensaje de Barenboim se atiene a la filosofía del profesor José Antonio Abreu, cuyo liderazgo en el Sistema venezolano ha servido para educar a 250.000 jóvenes músicos. Entre ellos, Gustavo Dudamel, buen amigo de Barenboim y hasta anfitrión del polifacético maestro en la escala que la West-Eastern Divan realizó en Caracas hace dos años. Quedó impresionado Barenboim con la envergadura y la eficacia del Sistema. Tan impresionado como cuando escuchó dirigir por primera vez a Dudamel la Quinta de Beethoven. Fue una experiencia "de las más impactantes de los últimos años", aunque el elogio al emergente maestro caribeño contenía un consejo: "Dudamel tiene un talento sin límite, pero su desarrollo depende de la voluntad y de la disciplina. Debe tener la fuerza y la voluntad para aprender de su propia reflexión con la música".



    Los hechos sobrentienden que Dudamel ha tenido en cuenta la advertencia. Tanto por el vuelo que ha adquirido la carrera en las principales sedes musicales de Occidente como porque su carisma y su personalidad (y su voluntad) lo han convertido, a decir de la revista Time, en una de las cien personalidades más influyentes del planeta.



    Ha concebido Dudamel un gigantesco proyecto Mahler con sus orquestas y persevera en las grabaciones discográficas, que tanto le permiten disfrutar con la Filarmónica de Viena -Danzas y olas (DG)- como avanzar en el ciclo de Beethoven. Seis años después de haber aparecido la Quinta y la Séptima es el turno de la Tercera, quién sabe si con las expectativas de redondear un ciclo completo. Como sucedió en las grabaciones anteriores, Dudamel se decanta "premeditadamente" por la Orquesta Simón Bolívar, cuya sede, Caracas, se encuentra en las antípodas de Bonn. Y cuyos músicos, en cambio, interpretan la obra del coloso germano como si se tratara de un estreno mundial. Cuestión de energía, de musicalidad, de frescura. Y cuestión de la personalidad seductora con que Dudamel, al frente de la muchachada caribeña, parece erigirse en el arquetipo del director de orquesta contemporáneo.



    Se ha consagrado en la Filarmónica de Los Ángeles y se postula como sucesor de Simon Rattle en la Filarmónica de Berlín, aunque los compromisos en Estados Unidos y la vieja Europa no le han distanciado de su lealtad a la Orquesta Simón Bolívar. De hecho, la apretada agenda veraniega del maestro venezolano contiene una parada en Barcelona (mañana) y otra en Madrid (lunes) para compaginar la mencionada Tercera de Beethoven con la Sinfonía alpina (y no andina) de Richard Strauss. "Beethoven quizá sea la razón por la que soy músico. Me impresionaron de niño sus sinfonías. Y creo que el mejor regalo que me hicieron nunca fue la partitura de la Quinta", explica Dudamel en alusión a la sorpresa que le proporcionó su tío. "La música de Beethoven materializa la trascendencia, la comprensión del hecho de tener un destino y saberlo llevar a cabo. O vences al destino o aprendes a vivir con él. Es un homenaje a la humanidad. La música de Beethoven ha cambiado nuestras vidas".



    La alusión al pronombre en plural implica un homenaje a la Orquesta Simón Bolívar. De hecho, Dudamel no la define como la mejor expresión del Sistema, sino como "la familia". Se ha habituado a dirigir las mejores orquestas del planeta, pero ninguna le proporciona la vitalidad, el entusiasmo, la lealtad y la simpatía de sus compatriotas. Partiendo de una reivindicación, "la música es un derecho", enunciando un eslogan, "tocar y pelear", y redundando en una filosofía que tanto parece identificar a Barenboim como a Beethoven mismo en esta amalgama de afinidades: "Quiero seguir luchando para cambiar la sociedad".