La soprano Susanne Elmark (Fiakermili), integrante de un reparto vocal de altura. Foto: Monika Ritterhauss

Desde 1989 no subía al escenario del Gran Teatro del Liceo Arabella, el último y granado fruto surgido de la colaboración entre Richard Strauss y Hugo von Hofmannsthal, estrenada en Dresde el 1 de julio de 1933. Y lo hace con todos los honores, en una producción del siempre fantasioso, intelectual y refinado regista alemán Christof Loy, cuyas sutiles propuestas son a veces motivo de polémica y que veremos a partir del lunes (17). Recordemos, por ejemplo, su Lulu de Berg del Covent Garden revisada en el Real de Madrid hace cinco temporadas. Este montaje de Arabella proviene de Frankfurt y aparece avalado por críticas muy elogiosas.



Esta ópera vienesa -en la estela de El caballero de la rosa- posee una fragancia muy especial y aparece organizada con un lenguaje vocal y orquestal muy minucioso, en el que se dan cita tanto la dulce cantilena como el parlato, que circulan sobre un tejido instrumental exquisito, un entramado de enorme dificultad de encaje y por tanto de reproducción.



Requiere un foso muy preparado. Ante la baja por prescripción médica de quien iba a presidirlo, Antoni Ros Marbà, buen conocedor y degustador de estos elaborados pentagramas, se ha llamado al austriaco Ralf Weikert (1940), un maestro sólido y competente, un Kapellmesiter muy acreditado.



No hay duda de que los mimbres vocales dispuestos para la ocasión son de calidad. Como Arabella figura Anne Schwanewilms, cuya voz de lírica ancha, bien timbrada y coloreada, es ideal para el poético y efusivo personaje de la joven que espera al "hombre justo" que la haga feliz. Lo mismo que la de su oponente, el acaudalado y rudo Mandryka, en este caso el bajo barítono Michael Volle, buen cantante, de rara maleabilidad. Zdenka será, tras la defección de Genia Kühmeier, la valenciana Ofelia Sala, muy hecha en Alemania. Otras partes importantes parecen bien servidas por voces como las de Doris Soffel -no hace tanto una pletórica Kundry- (Adelaide), Alfred Reiter (Conde Waldemar), Will Hartmann (Matteo) o Susanne Elmark (Fiakermili).



Conmovedores dúos

Es por tanto una buena oportunidad para reencontrarse con esta exultante ópera straussiana, realmente espirituosa, compuesta en parte tras la muerte del poeta y que contiene momentos tan conmovedores como el dúo del primer acto entre Arabella y Zdenka y los encuentros de la protagonista con Mandryka, ese "hombre sin dobleces". Ella es una "heroína lúcida y radiante como la Mariscala, demasiado seria para ser soprano ligera y demasiado joven para ser soprano dramática", como señalaba Alain Perroux. Y Schwanewilms es pintiparada para poner estos rasgos de manifiesto.