Semyon Bychkov: Toda la música de Mahler es desconcertante
Semyon Bychkov. Foto: Mussachio y Iannielo
El maestro de origen ruso, pleno de energía y madurez, afianza sus conexiones con España. Este fin de semana vuelve a dirigir a la Orquesta Nacional en tres conciertos con la Sinfonía n° 6, la Trágica, de Mahler en atriles. Y la temporada próxima, ya en abril, lo encontraremos en el foso del Teatro Real para interpretar el Parsifal de Wagner.
-¿Cómo empezó a familiarizarse con Mahler?
-Cuando era sólo un niño. Mi primer contacto fue en la escuela Coral Glynka de Leningrado, que está pegada al auditorio Capella Glynka. En uno de los descansos de 10 minutos que teníamos me colé en los ensayos de la Filarmónica de Leningrado. El sonido me hipnotizó, hasta el punto que olvidé regresar a clase. No sabía qué estaban tocando. Al salir, empecé a caminar por la calle y me topé con los carteles que anunciaban el concierto. Entonces supe que era su Sinfonía n° 3. Ahí nació una pasión que se ha prolongado toda mi vida.
-¿Qué importancia le da a la Sexta dentro de su imponente legado musical?
-Como toda la música de Mahler, tiene un poso autobiográfico. Pero, como todas sus partituras también, resulta contradictoria y desconcertante. El primer movimiento refleja la euforia de su amor hacia Alma. Es muy nítida esa sensación, conectada con su experiencia personal. En el último movimiento, en cambio, la partitura se torna oscura e inquietante, con esos golpes de martillo finales. Es extraño que en un periodo de tanta felicidad pudiera escribir algo tan trágico. Fue como una premonición: poco tiempo después moriría su hija, abandonaría forzosamente la Ópera de Viena y le sería diagnosticada su enfermedad. Todo ello junto le hundió. ¿De dónde venía esa terrible premonición? Eso es lo que hace a Mahler tan sugerente y complejo. E inagotable: hoy mismo he descubierto una nueva manera de frasear un pasaje de la obra. Es fascinante, porque la conozco a fondo pero en realidad no dejo nunca de profundizar más y más.
-Es curioso que Mahler retomase la estructura de la sonata en esta obra. ¿A qué cree que se debió?
-Es imposible responder. Creo que ni Mahler podría. Él empezaba a componer a partir de una idea motriz que luego le llevaba por caminos imprevistos. Alteró también el orden de los movimientos centrales: el Andante y el Scherzo, síntoma de que su plan no estaba definido desde el principio. Es un proceso diferente al seguido por Mozart y Shostakovich, que tenían la música en su cabeza y se limitaban a trasvasarla al papel. Mahler escribía batido por oleadas de emociones. Y de forma discontinua, durante los veranos, porque a lo largo de la temporada estaba dirigiendo.
-¿Y en el Finale optará por dos o tres golpes de martillo?
-Mahler eliminó el tercero. Es difícil explicar otra vez por qué. Yo lo hago a través de una metáfora. Es como si Mahler luchase contra un gigante. Le dio un primer golpe brutal y el gigante lo acusó. Luego le dio un segundo que lo dejó tambaleándose. Y cuando le iba a dar el tercero, el gigante se desplomó, así que ya no era necesario. Los compositores trabajan como escultores: parten de un material en bruto y le van quitando todo aquello que no es esencial. Debajo queda la escultura... la partitura.
-Ha sido titular de varias orquestas. Ahora no tiene un vínculo específico con ninguna y va saltando de podio en podio. ¿Cómo disfruta más?
-Ahora soy plenamente feliz, porque nada se interpone entre la música y yo. Si eres titular de una orquesta, es inevitable que afloren factores que te alejan de ella. Al fin y al cabo, una orquesta es como una familia. ¿Usted conoce alguna sin tensiones? El director es el cabeza de familia, tiene que estar pendiente en todo momento de que la frágil armonía no salte en pedazos, y eso desgasta mucho, es un esfuerzo que te distrae forzosamente de la música.
-Los vericuetos políticos también pueden dispersar. ¿Cómo ve la proximidad de ciertos directores a líderes políticos? [La comunión entre Putin y Gergiev sobrevuela la pregunta sin necesidad de nombrarlos explícitamente]Mi madre es de San Petersburgo y mi padre ucraniano, criado en Kiev. Esta guerra supone un terrible desgarro emocional para mí."
-Si esa cercanía al poder ayuda a conseguir apoyo para la cultura, es útil. Pero si se aprovecha para ganar favores y medrar, es deplorable. Nosotros estamos para servir a la música, ese debe ser el centro de nuestra existencia y supone proteger la independencia al pensar y al actuar, así como tener el coraje para defender nuestras convicciones. El precio de ser identificado con el poder político en una sociedad no democrática es convertirte en su sirviente, que no es para nada la misión del artista.
-La política a usted le echó de su tierra. ¿Qué vínculo conserva con la música rusa?
-Genético, que es acaso el más profundo. Tchaikovski, Mussorgsky, Rachmaninov, Shostakovich y Stravinsky, que se parece mucho a mí por su nomadismo, están incrustados en mi alma. Esas son mis raíces primigenias, pero a ellas no he dejado se sumar otras (americanas, francesas, italianas, inglesas...) con las que conviven armónicamente.
-¿Cómo le afecta la guerra en Ucrania? -Para mí supone un terrible desgarro emocional. Mi padre es ucraniano y yo pasé algunos veranos con mi abuela en Kiev. Mi madre es de San Petersburgo, aunque su padre es de Odessa, donde vio morir a muchos de sus familiares a manos de los nazis. Esta guerra me destroza.
-¿Culpables?
-Ya no vivo allí y por eso no quiero hacer juicios categóricos. Sólo diría que toda nación tiene el derecho a decidir su camino libremente. Ucrania, igual que otras regiones de la antigua URSS, prefirió emanciparse tras el colapso soviético, y por tanto es libre de adherirse a la Unión Europea. Yo también tuve que dejar la Unión Soviética porque necesitaba ser libre y, por fortuna, todavía hoy lo sigo siendo.