El tenor Kurt Streit en Lucio Silla. Foto: Antoni Bofill
Los dos principales coliseos líricos españoles, el Teatro Real y el Liceo, arrancan la temporada este miércoles. Sus producciones de Lucio Silla (Madrid) e Il viaggio a Reims (Barcelona) plantean un interesante hilo conductor entre sus dos autores: del virtuosismo de Mozart al espumoso canto de Rossini.
Rossini había empezado hacia 1810 a ser importante y a sentar las bases de un belcantismo trascendido y barroquizante, de una expresividad prerromántica, y daba los primeros pasos hacia la liberación de corsés formalistas. Qué duda cabe que en la música rossiniana hay una notable influencia del virtuosismo trascendente de Mozart, bien que el de Pesaro adopte una línea de canto y un espíritu más espumosos, sin el rigor musical ni la profundidad de su colega. El ostinato rítmico y temático como fundamento, el empleo de la stretta, los juegos imitativos, el adorno de la línea vocal, aun el spianato, son recursos habituales.
Intensidad y penumbra
Para muchos estudiosos ese dramma per musica que es Lucio Silla, obra de un compositor de 16 años estrenada el 26 de diciembre de 1772 en el Regio Ducale de Milán, constituye uno de los más decisivos testimonios del genio dramático mozartiano. Incluso se habla, quizá exageradamente, de obra maestra. Es admirable la manera en la que el compositor maneja el recitativo secco y lo une al accompagnato, una técnica que aplica por primera vez en esta partitura, y con una rara intensidad. Es ya magistral la forma en la que el salzburgués dosifica las intervenciones de los vientos y el tacto con el que maneja los instrumentos de cuerda, sobre todo los de tímbrica más oscura, lo que otorga un espectro especialmente penumbroso y desde luego muy conveniente considerando las particularidades de la trama y las relaciones entre los personajes.Una vez pasadas las arias de introducción, en las que, como reconoce Kaminski, cada voz es puesta en valor, "descendemos a las catacumbas en donde el genio trágico de Mozart brota en verdad por primera vez". Y encontramos sorprendentes modulaciones, tan audaces como sutiles, refinada orquestación, acompañamientos patéticos, ariosos dolorosos, coros solemnes... Más llano y directo, sin esa especial habilidad del todavía niño Mozart para modular y colorear, variar y profundizar, Rossini nos asombra por la inmediatez de sus soluciones, la frescura de sus melodías, la potencia de sus parlati y la soberbia construcción de sus números; sin perder nunca de vista, tal y como se ha dicho, las esencias del canto alado, de los acentos expresivos, de las volutas vocales más esbeltas, en la línea propuesta por su antecesor salzburgués.
El desenfadado Viaggio a Reims firmado por Emilio Sagi. Foto: Javier del Real
Estrenado en 1825 en los Italianos de París, Il viaggio a Reims fue encargado para honrar la coronación de Carlos X de Francia. Como en el caso de Lucio Silla se contó con los cantantes más famosos de la época, que tuvieron que hacer gala de su comicidad para resolver las hilarantes situaciones y, al tiempo, emplear su más depurado arte de canto. Es lo que en su ya antigua coproducción del Festival de Pesaro y el Real quiso poner de manifiesto en su día Emilio Sagi al evocar una beauty farm de nuestra época, donde los personajes pasan del albornoz del balneario a los elegantes esmóquines y trajes de noche, desnudándose y vistiéndose delante del público. Un tono de comicidad, de saludable sátira que, en palabras del propio director, continúa con "la frescura que Rossini imprimió en esta cantata escénica, donde se percibe una particular situación de carácter existencial, la de unos personajes que no saben qué hacer con sus propias vidas, que hablan de grandes cosas pero que nunca hacen nada por nadie". Inteligente propuesta, bien movida, sobre una parva y sugerente escenografía.En estas funciones participa, como se pide, un amplio plantel de voces, unas ya veteranas, como la del inefable Carlos Chausson o la de Pietro Spagnoli (a quien creemos poco ‘profundo' para el personaje de Don Profondo), y otras en pleno crecimiento, así las de las resplandecientes españolas Ruth Iniesta, Leonor Bonilla y Sabina Puértolas, líricas de diversa entidad, más robusta la tercera. A señalar la presencia de dos tenores lírico-ligeros de fuste, el norteamericano Lawrence Brownlee y el surafricano Levy Segkapane (reciente premio Operalia), que se alternan en la parte de Conde Libenskof. En el foso el también joven Giuseppe Sagripanti, que sabe imponer de manera muy natural, sin descoyuntar el discurso, el desaforado y contagioso ritmo rossiniano. Se le plantea, entre otras dificultades, la de otorgar claridad y fluidez al famoso concertato a catorce voces.
Regista milimétrico
La producción de Lucio Silla, adquirida ahora por el Real, proviene curiosamente del Liceo y fue creada originalmente para el Theater an der Wien y las Wiener Festwochen con la firma del reconocido Claus Guth, muy aplaudido recientemente en Madrid por sus montajes de Parsifal de Wagner y Rodelinda de Haendel. Es un regista que estudia milimétricamente las partituras y trabaja palmo a palmo cada gesto, cada movimiento, cada suspiro e imbuye de una extraña poesía a sus creaciones.El papel protagonista se lo reparten los tenores Kurt Streit, ya algo ajado a sus casi 60 años, y Benjamin Bruns, que causara buena impresión como Erik en El holandés errante de la pasada temporada. Patricia Petibon y Julia Fuchs, dos sopranos lírico-ligeras francesas de rancia estirpe, encarnan la dificilísima parte de Giunia. El resto del equipo posee calidades ciertas: Silvia Tro/Marina Comparato (Cecilio), Inga Kalna/Hulkar Sabirova (Cinna), María José Moreno/Anna Devin (Celia) y Kenneth Tarver/Roger Padullés (Aufidio). Ivor Bolton empuña la batuta para enderezar unos pentagramas que conoce bien. Sus últimas actuaciones le han dado un buen margen de confianza.