Image: Penderecki se da un homenaje en Galicia

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Música

Penderecki se da un homenaje en Galicia

12 enero, 2018 01:00

Krzysztof Penderecki. Foto: Bartosz Koziak

El polaco Penderecki dirige, con composiciones propias, la Sinfónica de Galicia. Acompañado por el solista Adolfo Gutiérrez Arenas, mostrará su habilidad para tratar los instrumentos de cuerda y su elegante eclecticismo.

La Orquesta Sinfónica de Galicia es una de las que, desde hace años, se muestra más inquieta a la hora de programar con cierta gracia y de ofrecer con frecuencia novedades hábilmente distribuidas, que se suelen llevar, en acertada política, a localidades vecinas a La Coruña, que es donde la agrupación tiene su sede.

Hay que reseñar la presencia a su frente por estos días del compositor y director polaco Krzysztof Penderecki, que a sus 84 primaveras está en plena forma, sobre todo para actuar desde el podio, en el que despliega una severa y eficaz técnica gestual. Porta la batuta en la mano izquierda y marca con claridad. Dará dos conciertos. El primero en Ferrol con su Concierto para violín, "Metamorphosen" (1992-1995), solapado con la majestuosa y tan brahmsiana Sinfonía n° 7 de Dvorák.

Para este viernes, 12, está prevista la segunda sesión, que se desarrolla en la capital de la provincia y que alberga otras tres composiciones, en este caso de autoría propia, una de juventud (1961), Polymorphia, para 48 instrumentos de cuerda (empleada en dos conocidas películas, El resplandor y El exorcista) y otras dos de primera madurez: Sinfonía n° 2 ‘Navidad' (1970-1980) y el Concierto para chelo n° 2 (1982), que se estrena en España y en el que actuará como solista el excelente Adolfo Gutiérrez Arenas. Magnífica oportunidad de calibrar de nuevo, no ya la aptitud directorial del maestro, sino de percibir las peculiaridad de su música, envuelta siempre, luego de sus composiciones más rompedoras como Anaklasis o Treno a las víctimas de Hiroshima (1959), en un elegante y bien entendido eclecticismo. Las soluciones sonoras de este músico, tan rompedor en su día, en la línea de su gran compatriota Witold Lutoslwaski, han sido siempre muy atractivas y, aun en casos extremos, muy bien acogidas por el público, que degustó y se sobrecogió en tiempos con la ópera Los diablos de Loudun (Hamburgo, 1969), una partitura de tintes expresionistas, cuajada de disonancias, de sobrecogedores claroscuros, de escritura tan esquinada como eficaz, organizada en torno a un libreto del propio autor basado en la obra de Aldous Huxley. Pero hoy nos interesa singularmente hablar de la habilidad del músico para tratar los instrumentos de cuerda, a los que ha dedicado gran parte de su producción. Hay que recordar que en sus años mozos él mismo era un excelente violinista y que siempre dedicó al arco muchas de sus preocupaciones. Pocos autores contemporáneos han sabido extraer de estos instrumentos efectos tímbricos tan variados e inéditos, que dieron a ciertas obras, por ejemplo, a la famosa y citada Treno, tan lumínica apariencia. Buen ejemplo de ello son las tres obras programadas, sobre todo la primera y la última.

Recordemos que el Concierto n°2 fue estrenado por Rostropovich y la Filarmónica de Berlín, que supieron desplegar toda la imparable energía que encierran sus pentagramas y que esperamos reverdezcan en el día de hoy. La pieza se abre con los dos motivos principales que se van contraponiendo: una línea en agudo de trazo descendente, que acumula sonoridades con efectos de cluster, y una melodía de extracción romántica. La orquesta va actuando en todo momento como sostén y espectador, sin contradecir en exceso al solista, que tiene sin duda una difícil papeleta. La escritura es de una claridad pasmosa y las sorpresas tímbricas van ganando paulatinamente nuestra atención.