Izquierda: Pablo Heras-Casado. Foto: Fernando Sancho; Derecha: Esa-Pekka Salonen. Foto: Benjamin Suomela
Heras-Casado y Salonen protagonizan el tramo final del Festival de Granada. El primero estrena Memoria del rojo, obra de Sánchez Verdú inspirada en la Alhambra. El segundo se adentra en El crepúsculo de los dioses.
En muy pocos años, incluso antes de madurar por completo, este músico (1977) se ha situado entre las batutas jóvenes españolas más significadas. Sus modos afirmativos y convincentes se fueron desarrollando de forma lenta pero firme. No hay duda de que su primer gran espaldarazo llegó cuando Barenboim, maestro que ha influido mucho en él, lo seleccionó para participar, junto a otros dos directores, en el taller de la Orquesta Diván Este-Oeste. En 2006 se produce lo que podríamos llamar su despegue internacional al ser nombrado asistente de la Deutsche Oper de Berlín y de la Ópera de París.
En Madrid lo hemos podido ver en el Real, como uno de los jóvenes maestros preferidos de Mortier, en Mahagonny de Weill, en Il postino de Catán o, ya en la etapa Matabosch, en El holandés errante de Wagner y, muy recientemente, en la endiablada Die Soldaten de Zimmermann. Hemos comprobado a lo largo de estas actuaciones que su gesto se ha hecho con el tiempo, a medida que ha ido dejando la batuta -corriente cada vez más extendida-, más rectilíneo, más autoritario, más certero. La pulsación rítmica instantánea antes que la curva ondulante y creativa. Ataques secos, conminativos, mejor que refinamientos y elongaciones. Tras su programa Debussy en la apertura del festival, en esta ocasión propone otro muy variado, frente a la Orquesta Ciudad de Granada, que incluye un estreno de Sánchez Verdú, Memoria del rojo, una traslación al pentagrama de la imagen arquitectónica de la Alhambra. Las Sinfonías n° 83, La gallina, de Haydn, y n° 31, París, de Mozart, junto a una hermosa selección de arias de ópera francesa en la voz del tenor polaco Piotr Beczala, completan la interesante sesión.
El finlandés Salonen (1958) se enfrenta, al mando de la Orquesta Philarmoina de Londres, a un programa bien distinto, pero de alto riesgo: Sinfonía Heroica de Beethoven y fragmentos de El crepúsculo de los dioses de Wagner. Música sinfónica de altos vuelos: de una obra que marcó, por su estructura temática, sus planteamientos armónicos, su trabajo de la variación, un antes y un después en la historia de la música, a un trabajo sinfónico que resume el acontecer dramático de la última ópera de la Tetralogía. Ignoramos a quien se debe el arreglo orquestal.Heras-Casado ha evolucionado hacia un estilo más autoritario y certero, mientras Salonen hace gala de precisión y minuciosidad
Salonen, antiguo discípulo del eterno padre de la dirección finesa, Jorma Panula, siempre ofrece versiones magras, concisas y enjutas. No hay duda de que ese gesto exacto, minucioso, esos movimientos bien estudiados de una corta y ágil batuta, imprimen carácter y dotan a sus interpretaciones de una nervadura, un vigor y unas gradaciones extremadamente sutiles que venimos apreciando en su quehacer desde los años en los que, jovencito, empezó a acceder a nuestros podios. En el recuerdo queda la prodigiosa versión de la ópera San Francisco de Asís de Messiaen que tuvimos ocasión de contemplar en un Festival de Salzburgo de principios de los noventa. El mando en plaza, el nervio, la precisión llevaron en volandas pentagramas tan complejos, que sirvieron de maravilla a una imaginativa puesta en escena de Peter Sellars.