Mad Cool, el mayor festival de música de Madrid, ha cerrado su cuarta edición con 186.128 asistentes. Así lo proyectaban las pantallas mientras todos los congregados para ver a The Cure en el escenario principal esperaban a que la banda de Robert Smith saltara al escenario. Han sido en total cuatro grandes jornadas en las que se ha podido ver a Rosalía, Iggy Pop, The Smashing Pumpkins, Bon Iver o The National. El descenso en el número de espectadores y de artistas galácticos en cartel con respecto a la última edición (la primera que se celebró en el inmenso recinto de Valdebebas) ha facilitado, sin embargo, que el festival deje atrás los numerosos problemas organizativos y de aglomeraciones de los que adolecía y asegure su futuro y su marca. Por fin, parece que todo encaja.
El viernes, la tercera jornada para muchos, las excentricidades y malas visitas anteriores de Billy Corgan y los suyos hacían tener pocas expectativas ante el concierto de The Smashing Pumpkins. Nada más empezar, hubo que dejar atrás los prejuicios y rendirse a la evidencia: no solo fue el mejor concierto de lo que llevábamos de festival; fue un concierto perfecto. La tarde del viernes se animó con el concierto sorpresa de Los Chichos en la pista de coches de choque que forma parte del tinglado que montó este año Mahou en el festival, con una campaña de marketing cuyo concepto se ha centrado, con gran éxito, en la apología de lo quinqui y las ferias ambulantes. No obstante, ante estas reivindicaciones de viejas glorias de la canción patria (los propios Chichos en el Primavera Sound del año pasado, o Raphael en el Sonorama) cabe preguntarse cuánto de genuino respeto artístico y cuánto de ironía hay por parte del sector del ‘moderneo’. El caso es que el público se volvió loco bailando “El Vaquilla” y “Ni más ni menos”, antes de dirigirse al escenario principal para tomar una dosis de la antítesis musical de Los Chichos: el rock alternativo y bajonero de The National.
El concierto de la banda Cincinnati comenzó flojo, con un Matt Berninger que entraba al escenario como quien recibe visita en el salón de su casa y con problemas de garganta que le hicieron perder la voz en la primera canción. Poco a poco su voz se fue recuperando y el concierto fue in crescendo a pesar de un sonido embarullado (con los ojos cerrados no parecía que sobre el escenario hubiese una decena de personas). El líder de la formación bajó en varias ocasiones a mezclarse con el público de las primeras filas, que obviamente eran los más seguidores de la banda, pero para quien no fuera fan absoluto, el espectáculo quedó lejos de lo que se espera de un plato fuerte en un festival.
Los reyes del viernes fueron The Smashing Pumpkins, en el segundo escenario, con tres miembros originales de la banda: el cantante, guitarrista y frontman Billy Corgan, el guitarrista James Iha y el batería Jimmy Chamberlin. El concierto de la banda de Chicago no solo fue un viaje al pasado para nostálgicos del grunge y el rock alternativo de los noventa. El suyo fue el espectáculo con más pegada, con más precisión, con mejor sonido y con mejor puesta en escena, con una escenografía de muñecos gigantes que parecían sacados de un espectáculo de la Fura dels Baus. Billy Corgan supo conectar con el público a pesar de no abrir la boca para algo que no fuera cantar, dejando los intercambios con el respetable a su compañero James Iha. Con su túnica al estilo Varys de Juego de Tronos, un Corgan en sorprendente estado de gracia se movía solemne por el escenario desplegando su voz nítida y su virtuosismo guitarrero mientras despachaba los grandes éxitos de la banda, como Bullet With Butterfly Wings y 1979, y también algunos temas de su nuevo álbum, con el extravagante título Shiny and Oh So Bright, Vol. 1 / LP: No Past. No Future. No Sun.
The Cure, un concierto redondo
El sábado amanecía nublado y algunos truenos hicieron pensar a muchos si la lluvia no podría complicar la última jornada. No fue el caso. El sol volvió a salir a escena y con él Jorja Smith comenzaba a amenizar la tarde en el Mad Cool. La joven promesa británica, que recuerda mucho a Amy Winehouse, lanzó el álbum Lost & Found con el que se ha ganado a la crítica, en 2018. Su R&B daba comienzo un cuarto de hora antes de que Gossip asaltara el escenario principal y fueron muchos los que acudieron a ver a Beth Ditto y los suyos. Con la dosis de humor que caracteriza a la líder de la banda, esta se dirigía a un público que movía las caderas y recordaba las ganas que tenía de ver a The Cure. No era la única, ni mucho menos. Tras acabar su concierto un poco antes de lo previsto, por lo visto por problemas en la voz tal y como lo comunicó ella misma, con su hit Heavy Cross, en el escenario de al lado la gente se empezaba a agolpar para ver a Prophets of Rage, el supergrupo de rap metal de alto contenido político formado por varios miembros de Rage Against The Machine (con el genio de la guitarra Tom Morello a la cabeza, que la tocó hasta con los dientes) y dos leyendas del rap: Chuck D, exmiembro de Public Enemy, y B-Real, ex de Cypress Hill. La banda interpretó sus propios temas, pero levantó al público sobre todo con los grandes éxitos de las tres bandas originarias de sus miembros, mientras un cartel que decía "Make España Rage Again" animaba a los asistentes a la rebelión y, sobre todo, a la práctica del pogo en las primeras filas.
Mientras tanto, el escenario principal empezaba a llenarse casi por completo para ver a la ya legendaria banda The Cure. Las expectativas eran muy altas y no era para menos. Los de Robert Smith tomaron el pulso del festival un cuarto de hora tarde pero a ellos se les perdona todo. No les hacen falta grandes gráficos ni demasiadas luces de colores: su sonido redondo y la voz de Smith son más que suficientes para crear el hechizo. Son pura perfección y así lo demostraron desde que empezaron a entonar los primeros acordes de Plainsong.
La gente los miraba completamente encandilados y durante más de dos horas demostraron lo que son: una banda inmortal. Sin embargo, lograr que durante dos horas el público no pierda un ápice de interés es complicado. Los que ansiaban sus grandes éxitos tuvieron que esperar porque durante la primera parte del concierto tan solo deleitaron al respetable con Lovesong o Just Like Heaven. Así que algunos se fueron a merodear por el resto de escenarios antes de volver para, ahora sí, sus grandes temazos. Durante la última fase del concierto The Cure entonó Lullaby, Friday I’m in Love, Close to Me y Boys Don’t Cry, un cierre redondo con el que espectador pudo sentir que la banda que lleva más de 40 años en activo sigue sacando músculo allá por donde va.
Poco después saltaba el pop electrónico de la cantante sueca Robyn, que hizo que todo pareciese una continuación. Sonó una renovada y mejorada Be Mine, canción con la que consiguió que muchos de los que estaban sentados se lanzaran a bailar. A la artista le acompañaba un bailarín con el que dialogaba en unas coreografías en las que no temía tirarse al suelo y una banda con la que ofreció un gran concierto que cerró con algunos de sus grandes temas como Call Your Girlfriend, Dancing on My Own y Heartbeat. Ojalá su concierto hubiera durado un poco más y sus discos sonaran más como su directo (ganan y mucho).
A la misma hora de Robyn, en el escenario de la Comunidad de Madrid, actuaban Greta Van Fleet, lo mejor que le ha pasado al hard rock en mucho tiempo. Esta banda de juventud insultante no es la heredera, sino la reencarnación de Led Zeppelin. Incluso en una entrevista de 2018 el propio Robert Plant declaró que no son Led Zeppelin II, sino “Led Zeppelin I”. La banda está formada por los tres hermanos Kiszka (Josh, el vocalista; Jake, el guitarrista; y Sam, bajista y teclista) más el baterista Danny Wagner. El cantante tiene la voz más extraordinaria de todas las que han pasado por esta edición de Mad Cool –incluso más que la de Rosalía, aunque la comparación es difícil por la enorme diferencia estilística–, de una tesitura y proyección gigantescas, bien acompañada por el virtuosismo de los otros tres músicos, especialmente de su hermano Jake.
En The Loop, la gran carpa consagrada a la electrónica dentro del festival, Jon Hopkins demostró por qué es uno de los grandes nombres de la IDM (intelligent dance music) con un espectáculo basado principalmente en su celebrado último disco, Singularity, que deleitó al público con una combinación perfecta de contundencia y paisajismo sonoro. Y para culminar lo que fue una fiesta el Mad Cool programó a la banda británica Years and Years en el escenario más grande. Allí, su joven líder Olly Alexander, ofreció una hora y media de show en el que gente no dejó de bailar sus grandes éxitos Shine, Desire o King, tema discotequero que todos los presentes tararearon y que sirvió para cerrar un edición con la que el Mad Cool muestra que quiere ser el gran festival.
Por cierto, apunten la fecha de la próxima edición: 9, 10 y 11 de julio de 2020.