Una vez más, México y la violencia. Aunque esta vez quizá sea más preciso decir: México y la corrupción. La narrativa del país lleva tiempo muy centrada en las dinámicas obscenas de su sociedad si bien, en el caso que nos ocupa, el narcotráfico apenas es un rumor de fondo (una mancha de la que el dinero quiere desentenderse) y la frontera retratada no es con Estados Unidos, sino interna: la que separa a desposeídos de poderosos, barriadas valladas de caos urbano. Historia de especulación inmobiliaria y desigualdad social, Olinka es un thriller de estructura sólida e irrebatible, con tres partes que sirven para presentarnos al protagonista, luego los antecedentes de su situación, y finalmente su desenlace, a lo que se añade una suerte de epílogo que resume a la nación en una poderosa metáfora tectónica. Aurelio Blanco, nuestro (anti)héroe, ha cumplido una pena de quince años de prisión para exculpar de un fraude masivo a su poderoso suegro; cuando al fin sale a la calle, su pasado le está esperando, porque la ciudad de Guadalajara sigue siendo el mismo cuerpo: uno cuyas venas son recorridas por el dinero negro.
Jugando con la consabida potencialidad política del género, Antonio Ortuño (Jalisco, 1976) denuncia un sistema cuyas reglas benefician a "ratas y sanguijuelas", subrayando a cada paso que dan sus personajes los rasgos de clase que delatan dinámicas de poder insalvables. La primera parte es la mejor, ochenta largas páginas que se leen casi como si fuera un plano secuencia que sigue los pasos de un solo personaje sin abandonarlo ni un momento. Con un ritmo pausado que dibuja la psicología de Blanco con enorme precisión, el largo arranque nos presenta a un hombre taciturno, alejado del clásico macho, cuyo sentido de la lealtad es tan hiperbólico como autodestructivo. Hasta aquí, Olinka es un logro irrebatible. Cuando franqueamos el umbral de la segunda parte, la novela seguirá siendo impecable desde el punto de vista de sus propios objetivos, que consisten en ofrecer un ejemplo intachable del género al que se adscribe. Aquí lo tenemos todo, administrado con inteligencia y un notable sentido del entretenimiento: tensiones larvadas, estallidos muy controlados de violencia, una puesta en escena al mismo tiempo atractiva y reveladora de pautas sociales profundas, etc.
'Olinka' ofrece lo mismo que la mejor serie de HBO. Que cada lector decida si eso es un elogio o el apunte de un límite
Sin embargo, no puedo evitar que me asalten dos contrariedades: una, que el desenlace es, no diré previsible, pero sí un tanto obvio una vez que se produce; y dos, que la novela opta en todo momento por contenerse bajo un corsé autoimpuesto. Me refiero a esos objetivos antes mencionados: someterse a un criterio de legibilidad asequible bajo los parámetros convencionales del género. Si se quiere hacer eso, no puede hacerse mejor que en Olinka. Pero si el lector busca otra cosa (y La vaga ambición, anterior libro de Antonio Ortuño, invitaba a ello), no lo encontrará. Si añadimos alguna ocurrencia involuntariamente reaccionaria ("prostitución masculina, femenina o posmoderna") y cierta tendencia a las aclaraciones gruesas, el resultado es que este no es el libro que yo esperaba, o no del todo. ¿Importa? Solo al lector que comparta esas expectativas, puesto que, es evidente, el autor no tiene ninguna necesidad de contentarme. Y tengo que ser honesto: el libro se lee como un tiro y en ningún momento comete torpezas significativas. Digámoslo así: Olinka ofrece lo mismo que la mejor serie producida por HBO que vayan a anunciarnos este trimestre. Que cada lector decida si ese es el mayor elogio posible o el apunte de un límite.