Este es, sin duda, el año Guridi en el Teatro de la Zarzuela. Después de la más habitual El caserío, repuesta hace pocas semanas, le toca el turno a Mirenxu, curiosa, y valiosa, partitura de juventud, que se va a ofrecer, en versión de concierto, este viernes y el domingo. Como en toda la obra del músico encontramos aquí, aun a veces en barbecho, un discurso musical bien trabajado, continuo, de corte hasta cierto punto, y entiéndasenos, filowagneriano, con excelente tratamiento orquestal y manejo acusado de una serie de temas básicos extraídos de la música popular vasca, que penetran también en la escritura vocal, elaborada en largas frases en estrecha colaboración con la marea sinfónica. Hay temperatura, variedad de colores, aunque no siempre se mantenga la tensión dramática a causa de desniveles narrativos y algunos puntos muertos.
El autor del libreto fue Alfredo de Etxabe, quien situó la acción en un ambiente rústico en el que se narra el amor de Mirentxu por su primo Raimundo. La historia sucede en un molino, Errotatxiki, emplazado junto a las ruinas de una antigua herrería. Ese amor se verá ensombrecido por el que surge entre Raimundo y Presen, la mejor amiga de Mirentxu. El dilema acaba con la muerte de la protagonista. La historia da pie al compositor a mostrar su inventiva y su racial vena melódica, aquella de la que disponía ya un compositor que ha de ser emplazado en la generación llamada de los maestros, a la que pertenecían, por ejemplo, Julio Gómez (1886-1973) o Conrado del Campo (1878-1973).
Se trata de una obra muy particular, con un sonido único, como lo son 'Jenufa', 'Mélisande' y 'Carmen'
Mirentxu, de 1910, subtitulada “Idilio lírico vasco en dos actos”, marcó el inicio de la carrera de Guridi, que siempre la consideró su mejor obra. Afirmaba taxativamente que estaba “hecha sin trampa ni cartón”. Ante la partitura el musicólogo Enrique Mejías se preguntaba pertinentemente: “¿Pero esto qué es? La respuesta no es sencilla. Mirentxu es de todo… y de nada. Mirentxu puede ser una ópera, una zarzuela o una cantata escénica, y sin embargo no es nada de eso. La respuesta a Mirentxu está en la propia Mirentxu. Sólo ella puede ser ella y ninguna más; ni Ana Mari, ni la Meiga. Mirentxu sólo es Mirentxu y suena a Mirentxu, como Jenufa, como Carmen y como Mélisande suenan a ellas mismas y nadie puede osar mirarles a la cara”. Se trata, desde este punto de vista, de una obra particular, con un sonido único, claramente alla Guridi pero todavía muy ecléctico, muy de exploración.
Cromatismos postwagnerianos
Sin duda, reflexiona Mejías, habría sido interesante conocer la versión original de 1910 con su instrumentación más netamente operística y un lenguaje armónico más incisivo en cromatismos postwagnerianos. En todo caso, bienvenida sea esta revisión de 1947, con libreto modificado por Jesús María de Arozamena en una edición preparada por el compositor Ramón Lazkano; que fue justamente la que pudo verse representada hace nueve años en el Arriaga de Bilbao, con dirección escénica de Emilio Sagi, escenografía del actual director atístico de la Zarzuela, Daniel Bianco, y protagonismo vocal de María Bayo.
La soprano de Fitero será sustituida en esta ocasión por la tolosarra Ainhoa Arteta, que en plena madurez, podrá aportar nuevas luces a un personaje caleidoscópico pero juvenil. Al Raimundo del Arriaga, el fornido Andeka Gorrotxategui, bien conocido en Madrid, lo sustituye el bragado y tan eficaz Mikeldi Atxalandabaso, tenor lírico-ligero de fácil emisión. Repite como Presen la soleada y dispuesta Marifé Nogales. El gigantesco bajo-barítono Christopher Robertson hace la parte de Txanton, que otrora cantara Fenando Latorre, mientras que Manu estará en la voz de José Manuel Díaz. Dará forma defintiva a la partitura la batuta ágil, conocedora y comprensiva de Óliver Díaz. La adaptación es cosa del dramaturgo Borja Ortiz de Gondra. Después de su buena actuación hace unos días en el stravinskiano Edipo Rey de la Orquesta Nacional, encontramos aquí de nuevo como narrador a Carlos Hipólito.