Continúa el Teatro de la Zarzuela recuperando viejos títulos más o menos olvidados, de lo que son buen ejemplo dos obras de Pablo Luna: Las Calatravas y Benamor. La primera se ofrece en versión de concierto en estos próximos días; la segunda, que será representada con producción firmada por Enrique Viana, ha de esperar hasta abril. Ahora nos interesa dar cuenta de aquélla, justamente la última composición para la escena firmada por el músico aragonés, que moriría el 28 de enero de 1942, a los pocos meses del estreno en el Teatro Alcázar de Madrid el 12 de septiembre de 1941.
El estilo suelto y desenfadado de Luna, tan próximo a la opereta, su formación musical en varios campos, el de la dirección de orquesta entre ellos, su conocimiento de los estilos, su habilidad para elegir la instrumentación más conveniente, su inventiva, no por ser torrencial menos efectiva para atraer al público y a buena parte de la crítica, cimentó su labor creativa, avalada por éxitos como Molinos de viento, Los cadetes de la reina, El asombro de Damasco, El niño judío y La pícara molinera. Ya en su madurez firmó Currito de la Cruz, Una copla hecha mujer y, por último, la obra que ahora podremos escuchar y que no deja de tener su interés.
Pablo Luna tuvo varios éxitos cimentados en sus instrumentaciones y en su inventiva para conectar con el público
La acción, ideada por los libretistas Federico Romero y José Tellaeche, transcurre en el Madrid romántico de 1846 y se centra en las andanzas de Laura, Marquesa viuda del Campo de Calatrava, sus dos hijas, Isabel y Cristina, y cuatro amigas de estas. Son conocidas por su vida alegre y desenfadada. Hay mucho movimiento y cambio de escenarios, equívocos, amores, bailes, alusiones a la realidad del momento, duelos y mil convencionales peripecias hasta que todo acaba bien. La narración se cocina y adereza con mucha habilidad y presenta una visión idealizada y dulzarrona de la época y las costumbres.
Víctor Sánchez, siempre tan agudo en el estudio de nuestro género lírico, destaca lo estereotipado del producto y el empleo de recursos más bien facilones, aunque efectivos. El estilo ligero, de fácil vena melódica, la apertura de franjas por las que la música circula libremente y da alas a las voces, la repetición inteligente de los temas más sonados y pegadizos, la factura general de la partitura no es raro que atrajeran al público de la época y que pueda despertar hoy en día, bien que desde una óptica algo distanciada pero receptiva, un evidente interés. La llamada a lo popular solo es muy relativa.
Respirar entre voces
Todo ello será puesto en bandeja a lo largo de dos sesiones, el viernes 12 y el domingo 14, con mimbres muy adecuados. En el foso estará el titular musical del teatro, Guillermo García Calvo, que trabaja a conciencia, con autoridad pero con mano flexible, las partituras y que sabe respirar con las voces. Aquí dispone de unas cuantas de relieve. Como las de las tres sopranos protagonistas: Miren Urbieta-Vega, lírica plena, sólida y firme (Cristina); Lola Casariego, más ancha y contundente, amplia y bien coloreada (Laura), y Lucía Tavira, de buen caudal y evidente rotundidad y penetración (Isabel). Ellos están asimismo bien servidos por Javier Franco, barítono de una pieza, de emisión bien enmascarada y de timbre tan personal (José Mariani), Andeka Gorrotxategi, tenor pujante y oscuro, tan viril y robusto (Carlos Alberto), y Carlos Cosías, tenor más claro, de limpio lirismo (Pepe Aleluya).