Siempre es un placer escuchar una voz de tenor sonora, bien emitida, equilibrada en armónicos, sana y homogénea como la del polaco Piotr Beczala (1966), un tenor que ha evolucionado provechosamente desde que, hace no tantos años, tuvimos ocasión de escucharlo en Zúrich en una Flauta mágica. Era en esa época un cantante mozartiano espléndido, un lírico muy puro, lejos de las plenitudes, pero de emisión bien regulada, muelle, de timbre argénteo, de color muy atractivo, no exento de ciertas penumbrosidades, de método de canto estricto y sólido.
La voz, con el tiempo, ha ido creciendo y el artista, lógicamente, se ha ido embarcando en aventuras más enjundiosas, de contenido más dramático; en partes propias de los líricos plenos o, incluso, los líricos-spinto. Y sus recientes aventuras wagnerianas, con un impecable Lohengrin en Dresde y Bayreuth, así lo demuestran. En el Metropolitan de Nueva York ha probado con buena fortuna nuevos cometidos, como Rodolfo de Bohéme o varios Verdi. No reconocemos ya en Beczala ese lustre juvenil, esa tersura de otrora cuando ya ha cumplido los 54 años y abusa, quizá a propósito, de pequeños, a veces inapreciables, golpes de glotis, que van formando un tejido que, unido a una cierta guturalidad, no hace confortable la audición y perjudica la obtención del siempre conveniente legato. El canto del polaco es más bien monótono, aunque se luzca, incluso con regodeo y facilidad, en los agudos, por lo común restallantes y vibrantes.
Más olímpico que romántico
En Madrid y otras partes de nuestro país hemos tenido oportunidad de escucharlo con frecuencia. Entre ellas, cuando apareció de sopetón en el Teatro Monumental para intervenir en La condenación de Fausto de Berlioz. Pudimos entonces corroborar aquella primera impresión en Zúrich y ratificar así la peculiaridad del timbre, la elegancia y naturalidad del fraseo, la sinceridad de la expresión, más olímpica que romántica. Señalado fue su recital en el Teatro Real en homenaje a Kraus, en el que empezamos ya a comprobar sus nuevas maneras de lírico pleno.
Beczala destaca por la elegancia y la naturalidad del fraseo y la sinceridad de la expresión
Más recientemente, en el mismo coliseo, mostró sus credenciales de nuevo como Fausto, en este caso el de la ópera del mismo título de Gounod; una parte eminentemente lírica que el artista sirvió con calor y medida minuciosidad. Elegante, pulcro, cumplidor, ortodoxo, siempre sonriente, Beczala nos va a ofrecer ahora sus actuales plenitudes en recitales a celebrar este miércoles 28 de abril en Oviedo, el 1 de mayo en Madrid y el 4 en Las Palmas. Abordará un muy amplio repertorio, distinto en cada lugar. En la ciudad asturiana, dentro del ciclo Iberni, cantará arias de Leoncavallo, Dvorák, Verdi, Puccini, Massenet y Bizet, además de páginas de Tosti.
Este último músico, lo mismo que Verdi y Puccini, aparece también en el Pérez Galdós de Las Palmas, en donde figuran igualmente Donaudy, Respighi y Wolf-Ferrari. A su lado, la pianista Sarah Tysman. De distinto calado es el concierto del Teatro Real. Aquí el cantante estará acompañado de la orquesta titular del teatro dirigida por Lucas Borowicz y se exhibirá en arias de músicos muy variados. En primer lugar de sus compatriotas Moniuszko, Nowowiejski y Zelenski. Luego los italianos: Giordano, Mascagni, Puccini. Será una experiencia escuchar al tenor en el aria de Jontek de Halka de Moniuszko y a continuación meterse entre pecho y espalda Donna non vidi mai de Manon Lescaut y, para cerrar la famosa Nessun dorma de Turandot.