Wagner tardó en rematar El anillo del Nibelungo 26 años, desde 1848 a 1874. Compuesto por cuatro óperas épicas, el monumental ciclo lírico se inspiró en la mitología nórdica, que tenía abducido al autor germano. Pablo Heras-Casado (Granada, 1977) ha dedicado las últimas cuatro temporadas a recorrer la Tetralogía completa en el Teatro Real. Un verdadero tour de force que ahora llega al final. Es decir, a El ocaso de los dioses, que estrena el próximo miércoles. Culmina así una etapa crucial en su maduración como director de orquesta. El maestro granadino ha sido precoz en el abordaje de repertorios, alentado por una curiosidad omnívora. Pero con Wagner no se fajó hasta que estaba a punto de cumplir 40 años (se fogueó primero con El holandés errante en 2016). Una prevención que, dice, le dictaba el instinto y que a la postre “ha resultado acertada”.

Pregunta. ¿Se sentirá ‘doctorado en Wagner’ cuando termine las funciones de El ocaso?

Respuesta. Es difícil decirlo. Pienso en otros compositores de los que he dirigido todas sus sinfonías. Adquieres un mayor fundamento y una mayor hondura. Sientes que es un mundo que ya has habitado. Y, por otro lado, un mundo que ya habita en ti. Así que, dicho con toda humildad, sí puedo lucir un marchamo wagneriano, no un doctorado. A la vez pienso que es el principio del reto de redescubrir y revisitar El anillo. El camino no ha acabado.

P. ¿Qué retos específicos supone El ocaso de los dioses respecto a los tres títulos anteriores de la Tetralogía?

R. El ocaso revisita el universo sonoro y dramático caracterizado por unos leitmotivs que ya has transitado. Son familiares. Diría que el primer reto es la propia extensión de la obra, la más larga de todas. Al salir todos esos leitmotivs a relucir, la partitura cobra mucha densidad en la orquestación. El ocaso es un paso más en la ampliación del vocabulario de la Tetralogía y en la exigencia técnica, que es tremenda pero a la vez maravillosa.

“La violación y el abuso del medio natural está de manera meridianamente clara en Wagner y Carsen lo traduce”

P. Como en Sigfrido, por mor de la Covid, vuelve a sacar las arpas, las trompetas y parte de la percusión a los palcos. De alguna manera, es hacer de la necesidad virtud, ya que se crea un interesante efecto envolvente, ¿no?

R. Esta ubicación nos hizo descubrir nuevas dimensiones. Es como cuando estás acostumbrado a ver una obra maestra en un museo y te la cambian de lugar. Propicia una experiencia nueva. En este caso, la posibilidad para el público de sumergirse en el material sonoro. Pero, claro, para el director, si ya de por sí es complicado sincronizar, coordinar y equilibrar la instrumentación, en estas condiciones lo es todavía más. Las referencias se dispersan.

P. Bueno, usted ha hecho guardia en peores garitas: Die Soldaten era una locura en ese sentido.

R. Sí, sin duda. Ahí necesitaba un director asistente para los músicos que no podían verme y los que estaban debajo de los andamios me seguían por una proyección en pantallas. Lo de El ocaso será complejo pero no es algo a lo que tema. Un plus de concentración, nada más.

P. ¿Cómo ve la lectura ecologista del regista Robert Carsen? Parece oportuna, amén de justificada por el propio libreto.

R. Así es. Carsen traduce algo que está de manera meridianamente clara en Wagner. En el libreto hay muchos temas pero ese quizá sea el esencial: la violación y el abuso del medio natural atenta directamente contra nuestra esencia humana. Es lo que desencadena el desastre en El anillo. Cuando el oro vuelve al río, y ya no pertenece a nadie, se reestablece la armonía. Carsen ideó esta puesta escena hace casi 20 años, cuando la emergencia climática no la vivíamos todavía como algo tan acuciante, aunque es verdad que un desastre así no se gesta en dos días. Por todo ello, esta producción es muy actual y necesaria.

P. Usted ha sido un director de una curiosidad voraz, precoz en bastantes ocasiones. Sin embargo, con Wagner se ha tomado su tiempo para ‘entrarle’. ¿Le intimidaba más de la cuenta?

R. Ha sido por instinto porque es cierto que, en general, no he tenido reparos al abordar repertorios cuando se me ha presentado la oportunidad. Pero cuando tenía veintitantos o treintaitantos años intuía que no era el momento. Era un presentimiento que, con el tiempo, ahora que conozco la complejidad de la empresa, he comprobado que fue acertado. Con Bruckner me ha pasado igual, aunque ya he hecho todas sus sinfonías.

Un momento de 'El ocaso de los dioses' de Robert Carsen A. Bofill



P. Para estar listo en el podio ante el gigante, ¿estudió los precedentes de figuras como Solti, Furtwängler, Knappertsbusch, Thielemann…?

R. Siempre me gusta explorar, admirar y analizar a otros directores, claro. No entiendo a un director de cine que no ve otras películas. Ni a un escritor que no lee libros de otros colegas. Es lo mismo. También se podría citar a Boulez o Karajan. Intento que mis influencias sean amplias y variadas. Pero al final, cuando uno se enfrenta a una partitura, con un determinado elenco y una determinada orquesta, tiene que hacer manar algo propio. Algo profundo y honesto que arraiga en tu ser artístico. El arte es hacer revivir la esencia de las obras pero dentro de un contexto cultural y social concreto. Los iconos como El anillo hay que revisarlos constantemente. No vale la repetición ni la mímesis.

P. ¿En qué sentido le ha hecho crecer como director esta singladura por El anillo?

R. Complicado responder a eso cuando todavía estoy metido en él. Te exige expandir la percepción de tus sentidos al máximo. Y no solo en relación a la técnica musical sino también en el trabajo filosófico y cultural sobre el poema. Es algo que te cambia para siempre. Después de entrar en este universo, ya no sales igual. Ni como artista ni como persona.

"Los iconos culturales como el anillo hay que revisarlos constantemente. y no vale la repetición o la mímesis"

P. ¿Ya piensa en otros títulos wagnerianos? ¿Tristán e Isolda acaso? ¿O necesita oxigenarse un poco?

R. Oxigenarme no porque no lo necesito. Entre los wagneres del Real, no he parado. Este otoño, sin ir más lejos, he participado en varios estrenos absolutos en Múnich, Estocolmo, Milán… Así que sí: ya estoy dándole vueltas a otras obras de Wagner. Estoy deseando volver a él.

P. De hecho, en marzo estrena Don Giovanni de Mozart en la Scala. Vaya contraste.

R. ¡Es fantástico! Salir de Wagner para entrar en Mozart, que es otro titán. Me mantengo dentro del olimpo. Aunque sea una ópera bufa, Don Giovanni también se mete en honduras reseñables. Su discurso dramático es de una intensidad maravillosa.

P. Y ya en junio, vuelve a Monteverdi (L’Orfeo) en la Ópera de Viena, donde está acometiendo su trilogía operística. Otro envite serio.

R. Sí, es un proyecto que casi, casi, pondría a la altura de El anillo. Es uno de los más grandes desafíos de mi carrera, sin duda. Monteverdi ya me fascinaba antes de empezar como director. He dirigido casi, casi toda su música. Y en la Ópera de Viena todavía no se había hecho. Así que hacerme cargo de su debut allí, con un ensemble icónico como el Concentus Musicus fundado por Harnoncourt, es una gran responsabilidad y un hito en mi vida.

P. En los últimos 500 años, desde Cristóbal de Morales a John Adams, pongamos por caso, no hay música que le sea ajena. Cumplir años y, en consecuencia, ser más consciente de la limitación temporal de la existencia, ¿no le empuja a centrarse de cara al futuro en tramos más estrechos del repertorio?

R. Pues es que llevo 27 años dirigiendo y he transitado todo tipo de terrenos. Autoexiliarme de cualquiera de ellos me parece imposible. Ahora lo que quiero es ir más al fondo. En las óperas de Monteverdi y en El anillo, por ejemplo. Y en Verdi, Strauss… Y seguir estrenando obras de jóvenes compositores, y grabar más discos…

P. ¿Y dirigir zarzuela?

R. Siempre me ha apetecido. Y he dirigido fragmentos: coros, romanzas, oberturas… Pero he tenido mala suerte también: hubo algunas ideas que luego no se pudieron poner en pie. Espero hacerlo algún día, cuando llegue el proyecto adecuado.

P. ¿Nota en el público una actitud diferente después los traumas víricos?

R. Noto mucho respeto y valoración del esfuerzo que implica llegar al escenario en medio de tanta inestabilidad. Creo que lo que hemos vivido ha iluminado de nuevo la relación única y mágica que se da entre la gente y los artistas.

P. ¿Qué queda de aquel jovenzuelo granadino un poco quinqui [así se definía en sus precoces memorias] en el director que triunfa en la Ópera de Viena, en el Real, en la Scala…?

R. Nada de lo que vivimos nos abandona. Esa mochila cargada de etapas vitales es necesaria. Yo la tengo muy presente. Mis padres siguen viviendo en el mismo barrio de Granada de siempre. Y yo saboreo todo aquello cada vez que puedo. Eso no desaparece nunca, llegues donde llegues.