A partir del día 26 se podrá ver en el Liceo de Barcelona la no muy frecuente La dama de picas de Chaikovski. Es sin duda una buena oportunidad de repasarla y de comprobar hasta qué punto el compositor hizo bien en acceder a poner música al libreto de su hermano Modest basado en Pushkin. Y la cogió con gusto pues en escasas semanas, durante una estancia en Florencia, tuvo lista la partitura de canto y piano. Se estrenaría en el Mariinski de San Petersburgo el 19 de diciembre de ese año.
Estamos ante una ópera en la que el protagonista, Hermann, sacrifica su amor por Lisa porque persigue obsesivamente una fórmula mágica que guarda celosamente una vieja condesa y con la que pretende ganar a las cartas. Todo conducirá a un final trágico con la muerte del jugador y, previamente, de la de su amada Lisa. El ineluctable destino está presente de principio a fin tras una alterada peripecia en la que no faltan elementos sobrenaturales y fantasmagóricos. Hay dos nombres que se suelen citar al hablar de esta ópera, el de Mozart y el de Wagner. El propio compositor recogía el del primero en su diario: “Según mi más profunda convicción, Mozart es el punto culminante al que ha llegado la belleza de la música”.
Es una obra sobre la muerte y el destino, sobre el fatum. Debemos ver en ella un mensaje moral
Está claro que en la obra la evolución dramática, la dosificación de la intensidad del tempo escénico y la dramaturgia conectan con Don Giovanni, ópera que causó al músico una inolvidable impresión cuando la vio en su infancia. Está claro también que el nombre de Wagner surge en cuanto reparamos en el modo en el que Chaikovski aplica la técnica del leitmotiv; más que en ninguna otra de sus óperas. “Si Wagner no hubiera existido yo habría escrito de forma muy diferente”, manifestaba. Aquí el papel de cada tema es minuciosamente elaborado. La obra se abre con una introducción atmosférica que se parece mucho al del comienzo de la Sinfonía nº 5 del autor.
Arias, dúos, coros...
Formalmente, la obra viene constituida por escenas en las que se combinan recitativos, arias, dúos, conjuntos, coros, en general bastante bien delimitados, separados con claridad, incluso con empleo del da capo y formas estróficas variadas, aunque también son habituales los encadenamientos, lo que favorece que la acción progrese con facilidad.
Según Satanovski La dama de picas es como una premonición de la Sinfonía Patética del propio Chaikovski; porque es asimismo una obra sobre la muerte y el destino, sobre el fatum. Debemos ver en ella por tanto un mensaje moral: cuando la Condesa hace comprender a Hermann que obtendrá el secreto de las tres cartas si se casa con Lisa, le plantea un doble chantaje que se transforma en doble catástrofe. Porque al fin y a la postre el protagonista es un alma pobre, frustrada, desolada. Es una pura contradicción ambulante; algo que viene abonado asimismo por la partitura, poblada de principio a fin de opuestos que se van complementando: sinfonismo-vocalismo, mozartiano-ruso, moralidad-perversidad… Y al final queda por encima una idea bien wagneriana: la redención por el amor.
No es fácil interpretar esta ópera, que estrenaron en sus dos papeles principales los esposos Nikolai y Medea Figner, un tenor spinto y una soprano lírica bien pertrechada. En las funciones liceístas Hermann se lo reparten dos tenores con carne, de timbres no especialmente seductores: Yusif Eyvazov (marido de Anna Netrebko) y George Oniani. Lisa estará en las hermosas gargantas de Sondra Radvanovsky y Lianna Haroutounian, dos sopranos de categoría.
Los otros ocho papeles parecen bien distribuidos en voces eslavas. Y dos hispanas de tenor, las de David Alegret (Txekalinski) y Antoni Lliteres (Txaplitski). Anotemos la presencia como Condesa de la muy veterana mezzo Elena Zaremba. En el foso se situará el miembro menor de la dinastía de los Jurowski, Dmitri (1979), hermano del más famoso Vladimir. Gilbet Deflo firma la producción escénica del propio Liceo, que se describe como “lujosa y adaptada al retrato mordaz que propone Chaikovski”.