Brillante idea de la Fundación Juan March la de dedicar un ciclo a partituras que, por distintas razones, no han alcanzado el reconocimiento debido. La justificación de este proyecto queda en las palabras del responsable de la programación musical de la institución, Miguel Ángel Marín:“Más allá del goce espiritual, esta serie de conciertos aspira a suscitar una reflexión entre los oyentes sobre los procesos de canonización y los criterios de selección, a veces azarosos, que configuran una obra verdaderamente maestra. Paradójicamente, la fortuna de una creación en la posteridad no responde en exclusiva a su mérito estético”.
Tres son las sesiones programadas. En la primera cita (23 de febrero), protagonizada por el Coro Nacional, con Miguel Ángel García Cañamero al frente, se incluye una obra que si no es maestra, se le aproxima: la Missa Tempore Quadragesimae MH 639 de Michael Haydn, siempre oscurecido por su hermano Franz Joseph. Fue un magnífico creador de música sacra. Como en menor medida lo fue la hermana de Mendelssohn, Fanny, de quien se programa la Cantata Hiob. Está claro que Sirènes, tercero de los tres Nocturnos de Debussy es una obra magnífica, tan sugerente como difícil de entonar. Especialmente sutil y delicado es el Salmo XXIV de la malograda Lili Boulanger. La sesión se completa con Johann Ludwig Bach (El Bach de Meiningen), Bortniansky y Parry.
En el segundo concierto (2 de marzo) se podrá escuchar a la soprano lírica inglesa Carolyn Sampson, acompañada por el pianista Joseph Middleton. El programa se abre con cuatro espléndidas canciones de Mozart, la famosa La violeta entre ellas. Luego se anuncian dos lieder populares de Brahms, siempre tan inspirados, después cinco canciones folclóricas del amplísimo catálogo de Britten, cuatro de los exquisitos Madrigales amatorios de Rodrigo, enseguida cuatro muestras del bienhumorado Satie (la primera un arreglo de una Gymnopédie) y tres Mélodies sobre poemas de Verlaine de Poldowski. El recital se cierra con Three Façade Settings de Walton.
La tercera sesión (9 de marzo) nos deja un poco perplejos pues está dedicada a fragmentos, a movimientos sueltos, a modo de compilación de propinas en arreglo para cuarteto de cuerda, en este caso el afamado Brodsky, un conjunto muy sólido. La consideración de obra maestra se diluye un tanto por mucho que las variadísimas músicas elegidas tengan su valor, extendido, según los casos, a sus adaptaciones.
Figuran de este modo el Scherzo en Re mayor de Borodin, La marcha de El amor de las tres naranjas de Prokofiev, Solace de Joplin, Danzas españolas de Sarasate, Poème de Britten, Cinco piezas para dos violines y piano de Shostakovich, La oración del torero de Turina, el Adagio de la Sonata Claro de luna de Beethoven, un Preludio y una de las dos Arabescas de Debussy, la famosa Après un rêve de Fauré y, como culminación de lo popular, la Danza del sable de Khachaturian.