El jazz siempre ha sido una música disruptiva y contestataria en su más pura esencia creativa. Son muchos músicos quienes, a lo largo de su historia, han traspasado todos los límites conocidos para descubrirnos nuevos horizontes estéticos y emocionales, pero muy pocos los que han liderado estos hallazgos. Si Charlie Parker proyectó al jazz a la modernidad, Charles Mingus (1922-1979) lo situó en la vanguardia del género, abriéndole un futuro en el que las actuales generaciones siguen asomándose.
Al contrabajista hoy se le encumbra en el centenario de su nacimiento, más que por su faceta interpretativa, por su inagotable y audaz talento compositor. Su obra, valorada sobre todo tras su fallecimiento, fue el resultado de una personalidad poliédrica y rebelde hasta límites insospechados. Fue un hombre irascible y malhumorado, beligerante y combativo contra las injusticias, y un músico enormemente culto y avanzado a su tiempo, exigente e irreverente.
Él hacía la guerra para alcanzar la paz, esto es, destruía para construir, y por eso era feliz en el caos, porque entendía que era la única manera de alcanzar el orden. En EE.UU. se han previsto toda una serie de ciclos y conciertos para conmemorar su aniversario, mientras la industria discográfica edita reediciones de lujo, caso del Sello Rhino/Parlophone, que publica el álbum Mingus Three de 1957, incluyendo ocho grabaciones de sesiones inéditas.
La magnitud del legado compositivo de Mingus es incontable, destacando sus audaces arreglos para orquesta o formaciones de gran formato, dando protagonismo a pasajes atonales que acababan siempre en desarrollos armónicos de enorme belleza. Estilísticamente, su inspiración fue justo eco de todas sus músicas vividas, desde el góspel y el blues, al swing, el bebop o el free jazz, aunque siempre con ese talante transgresor y transformador que también acompañó su existencia.
E, igualmente, siempre esa reivindicación de la cultura afroamericana, verdadero germen de la 'Great Black Music' que luego impulsaron colectivos como el Art Ensemble of Chicago. Conviene recordar que el contrabajista fue un firme defensor de los derechos de la comunidad negra, muy significado políticamente, con títulos como Fables of Faubus, en alusión al gobernador de Arkansas que quiso mantener la segregación en los colegios de Little Rock.
Sus orquestaciones y su instinto compositor han sido de los más influyentes de la historia del jazz
La primera experiencia de Charles Mingus con el jazz fue tras escuchar el East St. Louis Toodle-Oo de Duke Ellington, iniciándose primero en el chelo y el trombón y decantándose finalmente por el contrabajo. Sus primeras colaboraciones fueron junto al clarinetista y saxofonista Barney Bigard y el trombonista Kid Oy, para pronto tocar junto a popes como Louis Armstrong, Lionel Hampton, Red Norvo y Tal Farlow, mudándose en 1950 a Nueva York para prologar su definitiva ascensión jazzística junto a otros ilustres como Billy Taylor, Stan Getz o Art Tatum.
Incluso llegó a tocar con su ídolo Duke Ellington, quien, por cierto, acabó despidiéndole de la banda. En esta década protagoniza conciertos monumentales e históricos como el de 1953 en el Massey Hall Concert en Toronto, con Charlie Parker, Dizzy Gillespie, Bud Powell y Max Roach, además de firmar su primer gran disco como líder, Pithecanthropus Erectus (Atlantic Records, 1956), un álbum absolutamente innovador.
Luego llegaron otros registros meritorios como The Clown, Mingus Ah Um o Blues and Roots, así como estándares hoy universales (Goodbye Pork Pie Hat, Better Git It In Your Soul) y obras sesudas (Meditations On Integration, Epitaph). En sus variadas formaciones militaron jazzistas afilados como Eric Dolphy, Jackie McLean, Roland Kirk, Booker Ervin, y John Handy, alcanzando la gloria ya en los años sesenta con registros como los sublimes Mingus At Antibes, Mingus Dinasty, Tijuana Moods o The Black Saint and the Sinner Lady.
A finales de 1977 se le diagnosticó esclerosis amiotrófica lateral y dejó de tocar al año siguiente. Para Mingus fue un mazazo, máxime cuando venía de unos años de varios fracasos económicos, como el desastroso festival Jazz Artists Guild que montó, o Menos que un perro, su biografía. Su último gran hito, ya postrado en silla de ruedas, fue su colaboración con Joni Mitchell. Las orquestaciones avanzadas del contrabajista, su instinto compositor y su inconformismo hoy son cualidades que definen una de las personalidades creativas más influyentes del jazz moderno.