“La vida no acaba, la muerte es como un sueño y el nacimiento un despertar; volveremos a vivir una y otra vez hasta que seamos libres. Seamos como migrantes de Ganden en cuerpos de luz sobre planetas invisibles”. Franco Battiato, imbuido de creencias que trascendían el materialismo contemporáneo, lo tenía bastante claro. Y nos lo intentó transmitir, una vez más, en su la canción que daba título a su último disco, Torneremo ancora, de 2019. Sabedor de los secretos insondables, recibió la parca con una sonrisa hace exactamente un año. Es lo que cuentan lo que los que lo rodeaban. La sonrisa del que ya se ha iluminado y está por encima de coyunturas de poca monta, como lo es la defunción física.
De alguna manera, su despedida a los 76 años, con tal actitud, opera como consuelo para sus numerosos admiradores. Pero no quita que nos dejara un punto de nostalgia y la pena de no poder volver a verlo, en carne mortal, sobre los escenarios, danzando sutilmente con su anatomía casi ingrávida, cual giróvago sufí. Algunos libros han venido a rellenar en parte la ausencia. Como Diagonal Battiato (Muzikalia), de Chema Domínguez, o En presencia de Battiato (Sílex), de Eduardo Laporte. El primero es un sustancioso collage que agrupa testimonios de algunos de los adaptadores que trasvasaron sus letras al español, además de las de un pléyade de figuras de la escena musical española. Comparecen J de Los Planetas, Manu Ferrón, Sr. Chinarro, Manolo García, Quimi Portet, Xoel López, Ismael Serrano...
El volumen propone un recorrido por su discografía en nuestra lengua, que se abrió con Ecos de danzas sufi (1985) y se completó con el ábum ya citado Torneremo ancora. “La idea es sentarse alrededor del fuego, sin más, para disfrutar del crepitar de la madera, del hipnotismo provocado por el calor y la luz, también danzar, relajarse o meditar, reír, arrojar a las brasas alguna pena, hablar sobre el transcurrir del día o acerca de todos esos lejanos cuerpos celestes y brillantes ahí arriba, tal vez protegiéndonos o todo lo contrario. En definitiva, asomarse a todo lo escondido y lo visible. Ese fuego es, en este caso, Battiato”, apunta Chema Domínguez a modo resumen del espíritu de este proyecto editorial.
Al publico español lo conquistó rápido. Sus parábolas místicas y sus invectivas contra los difusores de fealdad y burricie en este mundo calaron. Domínguez habla de flechazo. “Al fin y al cabo, era un paisano de lo más cercano tan solo teniendo en cuenta la intensa similitud de culturas que han pasado por Sicilia y España. Sus canciones en italiano y castellano son hermanas carnales, haciendo visible en ambos idiomas todas esas elipsis de la historia y los sentimientos que siempre pasamos por alto”, señala Domínguez.
Battiato tenía mucha facilidad para cambiar de su lengua vernácula al español. Lo recuerda J de Los Planetas, que, junto a Manu Ferrón, se ocupó en un estudio de Milán de adaptar Apriti Sesamo (2013). Il Nostro no fallaba una sílaba. Todas las tomas a la primera. “Continuamente nos preguntaba: ‘¿Está bien?, ¿está bien dicho?, ¿seguro que está bien pronunciado?, ¿esa es la pronunciación correcta’. Hay muchas cosas que pronuncia con más características del italiano que me parecían súperbonitas, no quería quitárselas y él decía: ‘No, tiene que estar perfecto, en castellano perfecto’”, recuerda J.
Quimi Portet, 50% de El último de la fila, ofrece una teoría curiosa sobre la capacidad que tenía Battiato para conectar con un amplio espectro de gente a pesar de que algunas de sus letras eran bastante crípticas. “Era un caso aparte en el mundo de la música popular porque era como música pop pero con mucha inteligencia en los textos, fuera de los caminos trillados pero, al mismo tiempo, había un guiño estético a las cosas más pachangueras, más horteras”.
Budismo frente la danza de la realidad
Battiato era un experimentador de vanguardia que finalmente decidió abrirse, salir de su torre de marfil. Fue una liberación que también le ayudó a purgar sus males psíquicos (léase depresión), que tan duro le golpearon. El yoga y las religiones orientales fueron también asideros sobre los que impulsó para no irse a pique.
En aquel año 85 que se editó aquí Ecos de danza sufi, con la Movida todavía encendida, nos explicó a qué se refería con su Centro de gravità permanente. Lo hizo en una entrevista concedida a José Ángel Nieto para A Uan Ba Buluba Balam Bambú: “Es una forma de equilibrio, estar en un centro, ¿no?, no estar expuesto a cualquier cambio de ideas, tener, ¿cómo se puede decir?, tener una visión de la realidad objetiva”. Era ahí donde quería empadronarse. El budismo le dio algunas claves para no verse apabullado por la danza de la realidad. Por ejemplo, cómo mitigar los deseos para volar libre, como un peregrino cosmopolita sin arraigos ni apegos, potenciales desencadenantes de frustraciones en el futuro.
Laporte, que se puso manos a la obra con su biografía nada más conocer su muerte, reconstruye todo ese viaje espiritual de Battiato, guiado en buena medida por gurúes como George Gurdjieff y que le permitió conquistar ese punto de equilibrio. No era fácil alcanzarlo para alguien expuesto a los vaivenes del éxito pero que venía de la pobreza (durante un tiempo, cuando se instaló Milán con el ánimo de hacer carrera en la música, se alimentaba básicamente de patatas por su carestía económica). Una personalidad sensible rodeada de una industria voraz. Un ser introvertido y tímido, que gustaba de los retiros espirituales y del silencio, que recelaba del amor romántico y paladeaba la contemplación. Partidario de escasas pero selectas compañías, entre las que destacaba su madre, siempre a su lado. Muy vitellone pues, como manda el canon masculino italiano.
El libro de Laporte es una aportación valiosa ya que existía un vacío bibliográfico llamativo sobre Battiato. Hasta ahora la única bio en castellano que había sobre él era la de Eduardo Margaretto, de 1990. Bienvenida sea pues su narración, que de la biografía salta por momentos a las memorias cuando procede para ilustrar su disección -no sencilla- del sustrato emocional e ‘ideológico’ que hay bajo el inspirador cancionero del artista siciliano. “Su nombre -dice- nos trae a la cabeza Cucurrucucú, Centro di gravità permanente, L’era del cinghiale bianco, Up patriots to arms o Le aquile non volano a stormi, temas que marcaron sin duda un estilo ecléctico, inquebrantable en su original mezcla de ascensión y desacralización, de contaminación entre lo popular y lo hermético”.