No hay nada igual. No se molesten en buscar. Los Rolling Stones volvieron a hacerlo. Esta vez con un Wanda Metropolitano hasta la bandera y con 54.000 personas entregadas a la causa de la banda británica. Empezaron a las 22.15 con Street Fighting Man, un tema que en algunas de sus estrofas bien podría evocar la figura del batería Charlie Watts, fallecido el pasado año. Para él fueron las primeras imágenes que salieron de las dos pantallas que proyectaban el espectáculo. Una merecida concesión a la melancolía.
Los Rolling Stones arrancaron su tour europeo 'Sixty' con una noche cargada de guiños a sus seis décadas de carrera. Hubo blues y rock. Hubo sintonía con el público. Y hubo milagro de nuevo
Mick Jagger (78) salió tocado con una cazadora roja mientras que Keith Richards (78) destacó por un gorro de lana. Ronnie Wood (ya 75), al que le cantaron el cumpleaños feliz en medio de una tormenta de confeti, se arregló con una chaqueta brillante con bordados de colores. Mucho abrigo para una noche que, según marcaba la estación meteorológica de Canillejas, alcanzaba los 23 grados.
Un público incandescente
Y más que iba a subir la temperatura sobre un escenario no tan pirotécnico como en otras ocasiones (diseño de Stufisch) pero en el que no faltaron rampas a derecha e izquierda y el obligado pasillo terminado en plataforma para que Jagger pudiera poner a prueba su forma física (impecable de nuevo) y su comunión con el público. El foso, generoso, no era apto ni para locos ni para catapultas.
No tardaron en aparecer temas como Sad, Sad, Sad, 19th Nervous Breakdown, Tumbling Dice, Out of Time (un regalo y un estreno en directo) Beast of Burden (la canción elegida por el público que integra el álbum Some girls, de 1978). No serían ni las 23.10 cuando Keith Richards encontró sus minutos en solitario y, en una de las largas transiciones (eso hay que mejorarlo en los próximos conciertos), Jagger aprovecha y presenta a la banda. Y qué banda. Para la historia, Steve Jordan (batería), Darryl Jones (bajo), Chuck Leavell (piano/órgano), Karl Denson (saxo), Tim Ries (saxo) Matt Clifford (teclados), Bernard Fowler/Sasha Allen (coros). El público, incandescente.
Qué manera de tocar
Tras varios homenajes a sus sesenta años de carrera (no en vano han bautizado la gira Sixty), bien documentados en las pantallas, fue llegando la hora (23,43) del blues, la hora del aquelarre. Se estaba preparando el rito fáustico, la invocación, el rock abrasivo y profundo con aroma a Delta, a encrucijada de caminos. Subirían los decibelios -no queremos imaginarnos la temperatura de la estación de Canillejas en ese momento- para dar paso a todo el combo. Y, dios, apareció el diablo. Jagger, que aún echa humo con la armónica, cambió una camisa psicodélica por una camiseta negra. Qué manera de cantar, qué manera de moverse y qué manera de tocar.
Camino de las doce de la noche se desató la tormenta del gran repertorio. Start Me Up ("tú nunca, nunca te detengas", dice uno de sus versos). Y no lo hicieron, porque Wood puso a prueba las cuerdas de su guitarra al tiempo que Jagger seguía "encendiendo la noche". Apareció Sympathy For The Devil a las doce en punto. Y no podemos decir que no lo esperábamos. Era la hora. Escenario y pantallas, a rojo. El sonido era ya tan limpio como el cielo de Madrid, que se filtraba, en círculo dantesco, por el ovalado techo del Wanda.
Traca final
Traca final con Jumpin' Jack Flash ("fui criado por una bruja desdentada"). Ahora es Keith Richards el que pide pista y la utiliza para romper la distancia con el público. Y cuando pasan doce minutos de la media noche se paraliza la velada y entramos en el único bis del concierto, momento que Jagger aprovecha para sacar a bailar a una de las integrantes del coro. Poco tardará en sonar el riff más famoso de la historia, el de Satisfaction, que ejecuta Keith Richards como si no le quedara otra cosa que hacer en el mundo. Entrega total, delirio del respetable y adiós. Faltaban treinta minutos para la una cuando los Rolling cerraban su círculo en Madrid. Siguiente parada, Múnich.