Josep Vicent (Altea, 1970), percusionista de pro, primer atril unos años de la Orquesta Concertgebouw de Ámsterdam, tuvo la oportunidad de ver dirigir a los más grandes directores del momento entre 1992 y 1998. Es músico que sabe subrayar con buen olfato los secretos del ritmo, una dimensión que puso de manifiesto durante años ante la Orquesta Mundial de Juventudes Musicales. Ha pasado el tiempo y hoy Vicent, que no ceja en su ir y venir de acá para allá, se sitúa al frente de la Orquesta Estable del Auditorio de la Diputación de Alicante, ADDA-Fundación de la Comunidad Valenciana. Con ella Vicent se ha marcado un ambicioso proyecto de recuperación y de puesta al día de músicas poco trilladas.
Como algunas de las contenidas en este compacto. Al lado de las consabidas Danza macabra, El Cisne de El carnaval de los animales y el Concierto para chelo nº 1 se abordan otras composiciones prácticamente desconocidas y que, como casi todo lo que creaba el compositor, no dejan de tener interés, sobre todo por lo que respecta a la magnífica factura sinfónica y trabajo temático-melódico. Así las oberturas Andromaque de 1903 sobre la obra de Racine, o Spartacus –de más de 14 minutos–, que maneja dos temas magistralmente con un ímpetu sensacional; o el final del ballet de la ópera Ascanio de 1890, de rítmica tan contagiosa.
Todo está dirigido y tocado con brío y con instantes en los que se acierta en establecer el rubato exigido, particularmente en el Concierto para chelo, en donde Damián Martínez toca con impoluta afinación, fraseo elegante y ceñido; y sobre todo haciendo gala de un magnífico sonido, homogéneo, oscuro, denso, bien nutrido; y de una personalidad evidente. Dobles cuerdas, cantilenas, legato medido. Se entiende a la perfección con Vicent, aquí y en la Romanza op. 36. La orquesta suena compacta y vigorosa.
Un comentario final: las duraciones de cada corte están puestas como a boleo, en cifras redondas y en algún caso muy alejadas de las verdaderas. Incomprensible en un sello serio como es Warner.