Horacio Castellanos Moya (Tegucigalpa, 1957) es un nostálgico, pero a la vez un hombre de su tiempo. Creció en una ciudad distinta a la que lo vio nacer y ha vivido en cuatro continentes, aunque exalta la cultura mediterránea que promociona los placeres “que no tienen en el norte”. A través de Erasmo Aragón, personaje que recupera de su anterior novela, Moronga, el escritor salvadoreño lamenta en El hombre amansado (Literatura Random House) que la corrección política constriña el comportamiento de una sociedad dependiente de la tecnología, donde "es más difícil que fluyan las energías".
Un hombre a quien “algo se le quebró dentro, o más bien se lo quebraron”, según señala el autor en la novela, es internado en una clínica psiquiátrica tras ser absuelto de una acusación por abuso sexual. Señalado desde la universidad en la que impartía clases, sufre ataques de pánico y cuadros de ansiedad mitigados por un fármaco que, junto a la presencia de Josefin, enfermera del centro que se ha convertido en su pareja, lo mantienen vivo.
La historia de Erasmo Aragón es el motor de un relato corrosivo donde los planteamientos se vuelven incómodos para el lector, que ha de cuestionarse su posición sobre determinados asuntos espinosos como la autocensura o las leyes de género. Fiel a su espíritu disidente, que le valió el exilio con solo 22 años, esta vez el autor de La diáspora encara temas sociales con un trasunto narrativo que abriga sus controvertidos postulados.
El hombre amansado se inmiscuye con arrojo en la salud mental y, con mérito, logra que sus derivaciones psicológicas se transformen en alta literatura. La presencia sospechosa de individuos que supuestamente vigilan al protagonista se cierne sobre la trama, dotándola de una sigilosa inquietud. Por otro lado, el candente debate cultural acerca de la ética en el arte redimensiona el carácter político de la novela.
Pregunta. ¿Por qué le interesaba que la salud mental formara parte de su literatura?
Respuesta. Los trastornos psicológicos son una marca de la contemporaneidad. Más de la mitad de la población en muchos lugares está bajo tratamiento, además de que hay un negocio, alrededor de todo, con los fármacos. Yo no llegué a esto por un interés particular en los tratamientos, sino porque era la consecuencia evidente del personaje de Erasmo Aragón y su quebranto, luego de haber sido acusado de un abuso que no comete. Todo arranca con el final de Moronga, que es el principio de El hombre amansado. Cuando lo someten a una presión que le hace ingresar en una clínica porque no tolera el miedo que le rodea, el resultado es que queda dependiente de unos medicamentos.
"Si subes una pierna a las redes sociales, te quitan la cuenta. Eso es una forma de censura"
P. La paranoia es una constante entre los personajes de su imaginario narrativo. ¿Qué le ofrece el trastorno mental como vector narrativo?
R. Te permite un acercamiento y, a la vez, un alejamiento del personaje. Cuando el personaje está viviendo un momento de mayor tranquilidad, puedes tomar un poco de distancia e irlo moviendo. Ahora bien, cuando le dan los ataques de pánico, tienes que entrar en su psiquis y profundizar en su espíritu quebrantado.
P. Más allá de la salud mental y sus derivaciones técnicamente médicas (ansiedad, depresión, paranoia…), también es una novela sobre la conciencia, donde la culpa ocupa un lugar decisivo. ¿Cree que estas pulsiones mantienen relación con aquellos traumas psicológicos?
R. La culpa es cultural, procede del judeocristianismo y, efectivamente, marca nuestra cultura, mientras que los trastornos psicológicos son producto de situaciones individuales y sociales muy precisas. En el caso de este personaje, se engarza con la paranoia y el pánico, pero los orígenes son distintos.
P. ¿Ha documentado el comportamiento paranoico? ¿Cómo ha desarrollado esos pasajes tan intensos donde Erasmo Aragón sospecha de casi cualquiera que tiene cerca?
R. Se trata de una búsqueda interior, más que de una investigación documental. Me pregunté cómo me sentiría yo si estuviese bajo esa presión. Esta novela procede de la observación interna o externa, pero además uno lee la contemporaneidad y descubre que la paranoia y la ansiedad son signos de nuestro tiempo: lo vemos en las novelas, en la televisión, en la calle… Hay un conocimiento acumulado del autor, pero sobre todo es una búsqueda interna para encontrar ciertos estados de ánimo que no son los míos naturales y sin embargo implican un desgaste emocional, porque te metes en alguien que tiene una torcedura.
"Hemos asumido un colonialismo cultural con el que acabaremos renunciando a la capacidad de seducción"
P. En un momento se dice que Erasmo Aragón “abomina de la política de la corrección”. ¿Qué tiene este estímulo de autobiográfico? ¿Cree que el arte se ha abandonado a la autocensura?
R. Evidentemente. Lo vemos en todas las manifestaciones culturales, y también en los medios de comunicación. La política de la corrección, en su aplicación a la literatura y al arte, cumple un papel como el del realismo socialista en el comunismo: un mecanismo de control ideológico para que la gente piense y se comporte de una manera determinada. Entonces se renegaba de la cultura anterior porque era burguesa, y el arte debía responder a los intereses de la clase obrera. Ahora no se reniega de aquello porque fuera burguesa, sino porque es patriarcal. La contemporaneidad considera que muchas cosas son nuevas cuando, en realidad, son reciclamientos de formas de control.
P. ¿Cree que esto tiene alguna correspondencia con la legitimidad ética que se atribuye a determinados comportamientos sociales? Respecto al piropo, considerado sexista por una buena parte de la población, el protagonista de El hombre amansado lamenta que “cualquier palabra sobre la belleza (de una mujer) puede ser usada en contra de quien la haya pronunciado”.
R. En algunos aspectos, sí está relacionado. El piropo es un detalle, pero lo fundamental es que la corrección política, de origen anglosajón y protestante, es una actitud evangélica en contra del placer. Hoy esto se encarna en los poderes fácticos, que controlan los patrones con los que censura Google o las redes sociales. Esto está ahí, yo no me invento nada: si subes una pierna, te quitan la cuenta. Eso es una forma de censura. Lo tremendo es que la guerra contra el placer de los protestantes convertida en corrección política acaba con la cultura mediterránea, que tiene que ver con la coquetería y un sentido de la alegría que no existe en el norte. El piropo es el detalle macro cero de todo eso, mientras que lo peor es que se ha perdido el arte de la seducción por culpa de lo tecnológico. No sé si es peor o mejor, pero desde luego es muy distinto.
P. En la misma frase que le acabo de mencionar, también se dice: “En este país hasta ver a una mujer puede considerarse un delito”. Hemos hablado de movimientos religiosos y corrientes históricas de pensamiento, pero ¿qué hay de la justicia actual?
R. En el contexto del personaje de la novela, Erasmo Aragón es absuelto por la ley tras ser acusado de abuso sexual y sin embargo la Universidad, una institución liberal, lo estigmatiza. A partir de aquí, tenemos dos niveles: por un lado, ¿qué es lo apropiado y qué lo impropio como para convertirlo en ley? La subjetividad para discernir entre esos criterios es tremenda. Por otro, esta expresión forma parte de un colonialismo cultural que hemos asumido y por el cual acabaremos renunciando a la capacidad de seducción porque nos dicen que es inapropiado. Si eso se convierte en ley, es todavía peor. Todavía lo inapropiado se queda en el linchamiento público, pero si se convierte en ley, vamos a terminar en un estado religioso.
P. ¿En qué momento decide incluir el abuso sexual, que se revela hacia el final de su anterior novela, Moronga, y es el punto de partida de esta?
R. Era una forma de mostrar el trastorno de nuestro tiempo, que en este caso se aplica a la subjetividad de la justicia y a la interpretación que la sociedad hace de un suceso. La niña guatemalteca que lo acusa de abusar sexualmente de ella se ha criado en un prostíbulo, ha visto cómo matan a su mamá y está profundamente sexualizada. Sin embargo, tiene mucha más credibilidad que un profesor de universidad porque es una niña. En esta novela, lo que me interesaba era arrancar con la pregunta de cómo sería la vida de este personaje una vez sale de la clínica psiquiátrica.
"Si lo inapropiado se convierte en ley, vamos a terminar en un estado religioso"
P. ¿Ha pensado en que ese planteamiento en el que la víctima es el hombre puede generar alguna polémica?
R. Es la función del arte, que debe hacernos ver todos los ángulos para que pensemos las cosas de otra forma. En realidad, el carácter subversivo va dentro del arte, es per se; son las ideologías las que tratan de imponer su razón. Desde mi primera novela, La diáspora (1989), siempre he sido así. Por tratar un asunto entonces tan actual como la izquierda armada, me pudieron matar.
P. Solo ocho años después, tuvo que abandonar su país. ¿Qué fue aquello que molestó tanto en su país del libro El asco. Thomas Bernhard en San Salvador?
R. A ninguna cultura le gusta que la critiquen. Tú puedes hablar mal de un gobierno pero si hablas de una cultura, estás tocando cosas más esenciales y vulnerables. Si yo me hubiera burlado de Donald Trump, no habría sido peor que si lo hubiera hecho de la hamburguesa. La cultura siempre es un terreno más susceptible. El asco... responde a eso, pues no tiene una posición política. Fue una reacción que no tendría por qué haberme sorprendido.
P. Siguiendo con América Latina, la crítica a menudo lo ha colocado en frente del realismo mágico, supongo que por las dosis de verismo que contienen sus narraciones. ¿Está de acuerdo?
R. Todas esas categorías son muy relativas. Mi novela Baile con serpientes es muy enloquecida: las serpientes hablan y hacen el amor. Sin embargo, no me identifico con el realismo mágico, aparte de que no sé exactamente qué es. La fantasía ya estaba en la literatura clásica, con Apuleyo, que en El asno de oro convierte a un tipo en burro y se termina acostando con las mujeres, y con Luciano de Samósata, que había mandado a los griegos a la luna. Tampoco sé entonces qué es lo nuevo.
P. ¿Cree que hubo una voluntad de asignar un concepto a un movimiento?
R. Sí, y la necesidad de clasificar a los escritores que dejaron de hablar de la selva para hablar de los temas que todavía hoy son predominantes en Latinoamérica.
"La literatura en lengua española producida en Latinoamérica no necesita consagración"
P. ¿En qué medida el boom ha canonizado la literatura hispanoamericana? ¿Debe seguir siendo un referente o es necesario pasar página?
R. Fue un proceso que responde a un movimiento natural de crecimiento. La literatura en lengua española producida en lengua española alcanzaba su plenitud en un momento determinado, pero como ocurrió con la estadounidense en la primera mitad del siglo XX (William Faulkner, Ernest Hemingway, John Steinbeck…), la francesa en la primera mitad del XIX (Stendhal, Gustave Flaubert, Honoré de Balzac…) o la rusa en la segunda mitad del mismo siglo (Fiódor Dostoievski, León Tolstoi, Iván Turguénev). Este fue el momento de América Latina en que culmina culturalmente toda su producción literaria, así que lo que venga será como todo lo que viene después de cada momento de estos. La literatura en lengua española producida en Latinoamérica no necesita consagración, pues ya la logró.
P. ¿Sus orígenes fronterizos le han permitido interpretar con mayor perspectiva el desarraigo del que todos hablan en su obra?
R. Sí. El hecho de haber nacido en un lugar, haberme formado en otro, haber vivido en tantas ciudades y acostumbrarme al exilio tan joven me ha exigido una flexibilidad para sobrevivir. Esto te hace preguntarte más cosas y dar todo menos por supuesto.
P. Desde Centroamérica, se ocupa de los mismos temas que siempre han liderado la literatura en América del Sur.
R. Claro, formamos parte del mismo tronco, aunque somos los más atrasados en términos sociales o económicos, comparados con países grandes como Argentina o Colombia. No hay un movimiento, pero no es extraño que haya coincidencias. Es una historia que compartimos, pese a que no haya un factor unificador. Lo único que unifica a la Latinoamérica actual es la inestabilidad y el fracaso, pero tampoco se puede generalizar porque tienes Chile, Costa Rica o Uruguay, países bastante viables con una calidad de vida digna.
P. Además de El Salvador, ha vivido en México, España, Japón, Alemania y Estados Unidos. ¿Cuál es el territorio que mejor ha asimilado la idea del progreso social?
R. En principio, Europa, y quizás Japón, pero lo importante es tener conciencia de que haber logrado altos niveles de progreso social y económico no significa que no haya retrocesos o colapsos. No hay que dar nada por supuesto. La guerra en Ucrania nos muestra que todo lo que nace, muere.