Comienza con buen pie la temporada de la Orquesta de la Comunidad de Madrid. La fantasía programadora de su actual titular, la polaca Marzena Diakun, queda en evidencia con este arranque de curso con un saludable aire de danza. Las cuatro obras que lo ocupan tienen todas ellas ese carácter, incluso desde el mismo título.
Abre Ravel
La primera es una partitura absolutamente maestra de Maurice Ravel, La valse, un experimento en torno al famoso tres por cuatro vienés, una suerte de descomposición de lo dancístico, que se ofrece ensombrecido, envuelto en extraños fogonazos que le otorgan el aspecto de un baile macabro. Obra de muy difícil realización, que requiere una especial pericia en el manejo del rubato y de la acentuación, a veces a contratiempo.
'La valse' de Ravel es un experimento en torno al famoso tres por cuatro vienés, que ensombrece con fogonazos macabros
Otra mirada al tres por cuatro la tenemos en las deliciosas Canciones de amor Op. 52 y Op. 65 de Brahms, composiciones breves y encantadoras, de una ligereza y un aroma excepcionales, con partes ad libitum para las voces. Piezas importantes sobre todo por el tratamiento del color y por el empleo de las voces como instrumentos de viento sosteniendo la armonía del teclado.
De muy otro signo son, naturalmente, las Danzas sinfónicas de Rajmáninov, estrenadas en Filadelfia en 1941 bajo la direccción de Eugene Ormandy. Tres movimientos estructuran la composición. El primero es un non allegro que parte de una célula arpegiada de tres notas que está en la base del tema principal. Rasgos en parte grotescos, enérgicos y timbres ácidos dan carácter al fragmento, que tiene un desarrollo escueto, casi lacónico.
Sorprendentes pulsiones
Destaca de pronto el canto del saxofón, un signo de la nostalgia del compositor por su país natal, que aparece enseguida en la voz de los violines. Vuelve el vals en el segundo movimiento, andante con moto, que esconde en su interior sorprendentes pulsiones que van creando una cierta sensación de conflicto. Y es curiosa la conexión que se establece aquí con el mundo recientemente explorado de La valse raveliana, proporcionada por las curiosas combinaciones temáticas, armónicas y tímbricas, que nos traen asimismo a la memoria ciertas propuestas de Debussy. Hay amplio lucimiento para las cuerdas y unas hermosas frases del corno inglés.
Liturgia ortodoxa
La obra se cierra con un lento assai, allegro vivace, en donde aparecen los sonidos de las campanas y, al poco, el tema del Dies irae, tan socorrido siempre y tan empleado por el mismo Rajmáninov en otras composiciones. Da lugar aquí a un trabajo rítmico y armónico de altos vuelos. Aunque hay otro tema igualmente importante y asimismo de índole religiosa, que proviene del repertorio de la liturgia ortodoxa y que otorga una intensa pátina lírica a la música. Estamos ante el Rajmáninov más intenso y romántico. En la parte tonal los dos temas se confrontan en una orquestación imponente y con la inesperada intervención de la percusión.
Tras La valse se sitúa en esta sesión la Danza para violonchelo y orquesta de Anna Clyne, una suerte de concierto que la compositora escribió para la chelista Inbal Segev, que es quien la toca en esta ocasión. Y que entra por vez primera en el repertorio del conjunto madrileño, que cuenta con las voces de su coro y con elementos de su joven orquesta.