Quien conozca alguna obra anterior de Pilar Adón (Madrid, 1971) tendrá la impresión de que ha sometido en su nueva novela, De bestias y aves, a un tercer grado una ya desolada visión del mundo. Y quien se acerque por vez primera a su escritura se verá inmerso en una realidad misteriosa y asfixiante. Todo está marcado en De bestias y aves con el más apabullante estigma de lo insólito desde su mismo arranque. Y eso que la extrañeza, marca de la casa de Pilar Adón, se encaja en un argumento presuntamente realista, por decirlo de manera aproximada.
Una chica, Coro, pintora, abandona de repente su casa. Nada lleva consigo, ni dinero ni el teléfono móvil. Solo ha metido en el maletero del coche varios retratos de una hermana suya que sufrió algún grave percance. En la carretera se va quedando sin gasolina y busca un surtidor. Se pierde y entra en un camino sin salida que desemboca en una finca aislada, Betania. Le abren el portón, entra en el raro lugar, pide ayuda y al poco comprende que ha sufrido una especie de secuestro por la media docena de mujeres que allí viven junto a dos niñas.
Un día aparece un tal Tobías Mos, quien dice ser el dueño de la granja usurpada por las mujeres. Coro piensa si vendrá a rescatarla, pero el hombre, el único de la novela, se integra en aquella insólita comunidad. También le ocurrirá a Coro en un proceso que desemboca en la almendra especulativa de la novela.
[Pilar Adón y el dolor de la memoria]
El realismo de dicha trama es nada más aparente. Por una parte, los personajes no responden a ninguna clase de observación psicologista. O acumulan rasgos esquemáticos –ira, violencia, falsedad…– o asumen carga simbólica, un simbolismo casi privado y de muy difícil identificación como en el caso de Tobías o de una especie de vestal moribunda, Missa Tita. Por otra, abundan pequeñas peripecias relacionadas con la naturaleza –animales, flora, agua– que nos trasladan a un mundo mágico o irracional. La realidad se presenta, de este modo, como algo arcano, caprichoso, amenazante. La novela bebe de la literatura gótica y, en pasajes muy señalados, llega al relato de terror.
En cualquier caso, Betania alcanza una dimensión alegórica. Es una parábola de la incomunicación asentada en la vivencia de pérdida y de soledad. Extraviada, prisionera e impotente anda Coro entre esas fantasmales mujeres y en medio de un mundo enigmático y hostil. Como un zombi transita por entre una naturaleza espectral para expiar una herencia de culpabilidad.
Quien se acerque a la escritura de Pilar Adón se verá inmerso en una realidad asfixiante
Contra ese castigo mítico derrocha energía y voluntad, pero le domina un resignado fatalismo. Sin embargo, un angustioso lance subacuático le proporciona la lucidez redentora: “pactar consigo misma” y aceptar que “algunas realidades debían aceptarse sin más”. Ahí, en Betania, descubre una clave existencial: su pertenencia a un lugar, a una historia y a una forma de vida.
Pilar Adón juega a fondo con lo elusivo y tan solo insinuado y con los símbolos. Lo visionario domina todo el relato. En medida, me parece, un tanto extrema. La angustia de Coro resulta no poco abstracta. Creo que la novela ganaría si hubiera en ella una dosis mayor de peripecia humana corriente. Porque esto aportaría un firme sostén real a una fábula originalísima, admirable en especial por la intensidad con que da vida a una atmósfera inquietante.