Stile Antico brilla en la Semana Religiosa de Cuenca con 'Gaude, gaude, gaude, Maria'
El milagroso grupo británico nos brindó nueve piezas, a cuál más bella, en las doce voces ensambladas y afinadas de sus integrantes
8 abril, 2023 11:25Hablábamos hace unos días de la LX Semana de Música Religiosa de Cuenca. Hemos tenido ocasión de asistir a algunos de sus conciertos más importantes. Hablaremos de los días 5 y 6 de abril.
El primero tuvo lugar en el Espacio Torner. Con el título global de Gaude, gaude, gaude, Maria, escuchamos maravillosas músicas de la época isabelina, la de William Byrd, de quien se celebra el cuarto centenario de la muerte, en primer término. De él se nos brindaron nueve piezas, a cuál más bella, en las doce voces del milagroso grupo británico Stile Antico. Tres sopranos, tres mezzos, tres tenores y tres bajos, que actúan sin director y que dominan el estilo polifónico como pocos. Están perfectamente ensamblados y afinados, empastados y unidos.
Los timbres son atractivos y están siempre en el estilo, sirviendo con rigor las alternancias, las combinaciones contrapuntísticas, las líneas contrastadas en piezas a cuatro o a más voces, los unísonos. Para el recuerdo la dulzura del Agnus de la Misa en cuatro partes. Al lado de las de Byrd figuraban obras de Parsons, Sheppard y Taverner, cuyo Ave Dei patris filia cerraba una sesión que tuvo inmediata continuación, en el Teatro Auditorio, con el ampuloso Stabat Mater de Dvorák a cargo de las huestes del Coro y de la Orquesta de la Radio Televisión Española.
[De Cuenca al cielo (musical)]
Composición de gran aparato dividida en diez muy variados números que van del susurro al grito, una auténtica cantata religiosa labrada con notable conocimiento de la escritura polifónica y del manejo suntuoso de la masa coral, en adecuada y poderosa comunión con el conjunto orquestal, con números de extraordinaria brillantez, con intervenciones solistas de mucho brío y momentos de un lirismo solo posible en una pluma como la del autor, que huyó aquí de la influencia del folklore de su Bohemia natal para construir un auténtico fresco musical cuajado de mil colores.
Christoph König, que enseguida se convertirá en el titular de los conjuntos, llevó, sin batuta, de corrido la interpretación, que fluyó sin accidentes, con adecuados contrastes y brillos singulares, manejando con soltura los distintos y bellos temas y combinando sapientemente las líneas. Se echó en falta, no obstante, un mayor lirismo, una seducción cantable más evidente, un manejo más transparente de muchos pasajes, así algunos de los que pueblan el número VII, Virgo Virginum Praeclara, y un control más cuidadoso en el acompañamiento a los solos. El Coro, que prepara Marco Antonio de Paz (que se encontraba ausente), anduvo valiente y casi siempre conjuntado y sonoro.
Los cuatro solistas actuaron con valentía y en algún caso más que corrección, como la soprano Mirem Urbieta-Vega, una lírica ancha y consistente que no se arredra en los saltos hacia el agudo. El bello e interesante timbre de Olga Syniakova, una mezzo de grave no muy robusto, no se lució como esperábamos. El tenor Juan Noval-Moro, de atractiva coloración y buen cuerpo de lírico, no se aclimató del todo al sentido de la pieza. Discutible su enfoque del Fac me vere. Damián del Castilo, un barítono siempre honrado, cumplió bien. Fue muy extraño que no se anunciara por la megafonía que sustituía a última hora al anunciado e indispuesto Ihor Voievodin.
En la primera parte de la sesión se estrenó Ecdisis: sobre la naturaleza del cambio de la premiada Nuria Núñez Hierro, escrita para coro y orquesta. En ella resplandece la conocida y reconocida caligrafía de la autora andaluza, que va construyendo compás a compás un tejido delicado y sutil en el que intervienen espirituosas combinaciones vocales, recitados, parlati, sinuosas y quedas líneas, en un continuum pespunteado por una orquesta exquisita en la que abundan los pizzicati, los toques lejanos, las percusiones afiligranadas, las campanitas misteriosas. Una música iluminada, cuajada de claroscuros y de inesperados pasajes ritmados.
[Núñez Hierro ‘camina’ junto a la OCNE]
Veintidós son los números que componen la Pasión según San Lucas (y otras fuentes) de Penderecki, una obra de 1966 en la que el talento del músico polaco rompía, a su modo tan particular, moldes que poco a poco se fueron recomponiendo, siempre de un modo muy particular, aunque determinadas vanguardias nunca se lo perdonaran. Esta Pasión, que ya se ha puesto en España varias veces hace tiempo, es obra de enorme impacto, cuajada de continuas sorpresas, de súbitos resplandores, de momentos de lacerante intimidad, de fogonazos vecinos a un expresionismo de grandes y atonales gestos.
El manejo de dos grandes coros mixtos (aquí el de la Orquesta de la Comunidad de Madrid y el de la Radio Polaca) y uno de jóvenes voces femeninas (Cantoras de la JORCAM), los imponentes y dramáticos contrastes revelan la maestría del músico, tan amigo del efecto grandilocuente, vecino en ocasiones al efectismo.
[Marzena Diakun: "Dirigir es como pintar, y utilizar un solo color me aburre"]
El gran fresco estuvo animado con rigor, entusiasmo y efectividad por el gesto claro, amplio y seguro, sin batuta, como acostumbra, de la titular Marzena Diakum, que gobernó la nave sin aparente problema. Se portaron las masas corales; como la orquesta, ligeramente ampliada. Y todo discurrió, con proyección, en exceso oscura, del texto, con fluidez y algún que otro sobrecogimiento.
Merecido triunfo final al que colaboraron los solistas vocales: una robusta y sonora soprano, Olga Pasiecznic, un barítono lírico, el español Enrique Sánchez, que dijo con inteligencia y evidenció su buena técnica habitual, el bajo Lukasz Jakobski, de más de dos metros de estatura física, pero más bien pequeño y átono como cantante, y el recitador Ángel Saiz, antiguo miembro del Coro de la Comunidad, que dijo con intención, aunque su voz estaba en exceso amplificada. Él y Sánchez eran sustitutos de última hora.
Estos dos conciertos estuvieron precedidos de sendas y magníficas conferencias, excelentemente trabajadas, de María del Ser.