Habían transcurrido siete años del último concierto de Bruce Springsteen en Barcelona –14 de mayo de 2016 en el Camp Nou–, pero anoche la conexión sagrada entre el de New Jersey y la Ciudad Condal volvió a mostrarse férreamente inalterable al paso del tiempo. Todo empezó con aquel legendario y añorado primer concierto del 21 de abril de 1981 en el Palacio de los Deportes ante 7.600 feligreses, pero en 2023 la magia, se siente, sigue presente. En estos 42 años, el público barcelonés lo ha podido disfrutar en 16 ocasiones –con 21 conciertos celebrados, si incluimos el show del próximo domingo; amenaza lluvia, así que puede ser mítico, como, quizá, el de los Stones en Madrid en 1982–.
Se volvió a reafirmar el poderío incontestable de un repertorio eterno. Y es que cuando empiezan a rugir los temas del período clásico, con los que Springsteen se convirtió en el mejor narrador de rock posible apto para todos los públicos, no hay nada que pueda frenar tanta explosión de júbilo; se contagia y se transmite en cadena.
Tras las menores Letter To You y Ghosts, del último disco con material propio, de 2020, llegaron ya dos joyas de la corona: Prove It All Night y The Promised Land. Son canciones de iniciación a la vida y escuela de crecimiento; bien escuchadas en la adolescencia, inflaman espíritus inconformistas, románticos, rebeldes, probablemente solitarios. Sublimes composiciones históricas que magnifican el momento, imbatibles himnos míticos llenos de parábolas heroicas que nutren los sueños de unas cuantas generaciones en ese imaginario romántico de reafirmación de valores personales. Y con Out In The Street, sobrevoló el grito de júbilo y la toma de las calles.
Para sibaritas, la elección de tres perlas de culto: Candy’s Room, Kitty’s Back y The E Street Shuffle, piezas de resistencia de los muy cafeteros. La recuperación sentimentaloide de Human Touch, el guiño al legado de Pete Seeger de Pay Me My Money Down (a lo Nueva Orleans), el entrañable recuerdo al amigo fallecido George Theiss (de su banda de juventud The Castiles) interpretando Last Man Standing (más emocionante para él que para nosotros) y la versión de los Commodores Nightshift distrajeron del cometido principal, pero corroboraron que, en escena, la E Street sigue transmitiendo una fuerte identidad comunitaria, visualizada en la unión de la banda como una especie de ente familiar que perpetúa el espíritu de "los lazos que atan", esa idea basada en las relaciones humanas y ejemplificada en un sonido épico, pero también festivo y ruidoso.
Como se demuestra en una insuperable traca final con Backstreets, She’s The One, Badlands, Thunder Road, Born In The U.S.A., Born To Run, Glory Days, Bobby Jean, Dancing In The Dark y Tenth Avenue Freeze-Out: sencillamente fastuosa.
Secuenciado para convertir el concierto en un carrusel de sensaciones que van de la introspección al júbilo, es material de primera para dejar volar la imaginación… hacia el pasado. Porque, no nos engañemos: reconozcamos que es precisamente por ese pasado glorioso por lo que Springsteen y su público se reencuentran periódicamente en conciertos como este; sin esas canciones memorables no existiría ese vínculo sagrado. Son los días de gloria que, paradójicamente, vehiculan muchos de estos momentos. Y, para hacer honor al título, en los coros de Glory Days se personaron Patti Scialfa, mujer de Springsteen que estaba desaparecida en combate, y, sobre todo, la actriz Kate Capshaw, mujer de Spielberg, y la gran Michelle Obama en persona. Casi el entusiasta trío La La La.
Exitosa ligazón gracias a la cual, música al margen, esta semana nos hemos tragado un divertido seguimiento en medios aparentemente respetables con la pretensión de fidelizar al seguidor más hooligan de Springsteen. Matraca con el hospedaje del Boss en el Gran Hotel La Florida (por tercera vez en su historia), mientras que Steven Van Zandt se alojaba en el hotel W y el resto de la banda en el Mandarin Oriental.
Matraca con la previa electoral: que si Ada Colau (BComú) iba al concierto, entonces se apuntaban también Jaume Collboni (PSC), Xavier Trias (Junts) y Eva Parera (Valents) para no ser menos.
Matraca con el parte médico: que si Bruce y Patti Scialfa habían pasado un Covid-19 recientemente, igual que Nils Lofgren, Steven Van Zandt, Soozie Tyrell y Jake Clemons. También hubo matraca por el parecido razonable del Boss con Robert de Niro y, sí, Woody Allen. Matraca con lo de que los fans más fans, para asegurarse un sitio en la cola de entrada al recinto y tener un lugar preferente, tenían que fichar tres veces al día (y subir hasta la montaña de Montjuïc) en unos turnos muy civilizados y muy bien organizados.
Y, por supuesto, matraca con los matrimonios Obama y Spielberg aterrizando en Barcelona para acompañar a su amigo Bruce en este inicio de gira por tierras europeas y, ya puestos, cenando en el restaurante Amar Barcelona, en pleno hotel El Palace, antiguo Ritz, casi de madrugada.
Esto de significar Barcelona como estreno de gira ya se había hecho alguna otra vez. Por ejemplo, en 1999 el Palau Sant Jordi acogió el arranque internacional del tour de reunión de la E Street Band, que precisamente se había separado también en Barcelona en 1988 (conciertos de la gira de Amnistía Internacional celebrados al poco tiempo al margen). No es comedia, por tanto, lo del flechazo; en Madrid, por ejemplo, solo ha tocado once veces, la mitad.
Pero cuando la máquina empieza a girar en escena, nadie se acuerda ya de estas anécdotas publicadas para generar clics. Manda, entonces, la música. Y enriquecida por una E Street Band ampliada hasta una quincena de elementos, con preponderancia de vientos y coros, que lo dan todo.
Y es que en febrero pasado se inició la primera parte de la gira americana, que se reemprenderá en otoño; ahora es el turno de Europa, con veinticuatro conciertos. Pero, atención, entre este febrero y el anterior bolo de la banda, que fue en febrero de 2017 en Australia, habían transcurrido seis años sin tocar en directo; nunca el Boss había estado tanto tiempo en barbecho. Había ganas de fiesta, por tanto. Y por eso este show de 2023 pretende, sobre todo, divertir, quizá más que nunca. Aunque tiene sus momentos introspectivos.
Más delgado que otras veces (solo come una vez al día, parece ser) y con un medio tupé, es capaz de hacer solos de guitarra de vieja escuela realmente magnéticos, rabiosos, incendiarios –aquí, honor a Nils Lofgren por el suyo en Because The Night, una de las cumbres de la noche–, y subtitular al catalán canciones no especialmente grandiosas que él debe considerar muy importantes, jugar con el público haciéndose el remolón y mostrarse showman y un poco payasete porque sabe que en las cosas importantes está bien servido por una banda que sostienen a la perfección, como auténticos profesores, Max Weinberg a la batería, Roy Bittan al piano y Jake Clemons al saxo.
Con I’ll See You In My Dreams se despide de nosotros y, quizá, de algo más. Ha habido un recuerdo antes en las pantallas a sus amigos fallecidos de la E Street Band original Clarence Clemons y Danny Federici. 73 años ya. La vida se escapa, pero hay que vivirla con la intensidad y la dignidad de Bruce Springsteen, un grande que ha significado mucho para muchos. Solo había que ver las caras de gozo de los espectadores. Euforia y satisfacción en un recital previsible pero intachable. Sigue siendo el Boss.