El primer “fuck” de este viernes en el Primavera Sound no lo oímos de labios de Kendrick Lamar, la superestrella del rap que compartió cabecera de cartel con Depeche Mode, sino de uno de los asistentes extranjeros al descubrir la larguísima cola que había que esperar en Arganda del Rey para coger uno de los autobuses lanzadera gratuitos que puso la organización para llegar al remoto recinto de la Ciudad del Rock, a 37 kilómetros del centro de Madrid.
La movilidad era el gran reto de la primera edición de Primavera Sound Madrid, el asunto que más preocupaba a su directora, Almudena Heredero, cuando este medio la entrevistó varios meses antes de su celebración. Y no era para menos, visto el caos generado para poder llegar al festival, con atascos monumentales en la A3 y largas esperas para poder subirse a las lanzaderas. Problemas que se añadieron a la obligada cancelación de la jornada del jueves debido a las lluvias de los últimos días, que habían dejado impracticables algunas zonas del recinto.
Desde la periferia este de Madrid (bastante más cerca del destino final que el centro de la capital), este cronista tardó dos horas y media en llegar al festival, primero en VTC hasta Arganda, dando rodeos por varias localidades para evitar la colapsada carretera de Valencia, y luego haciendo una hora de cola para poder acceder a la lanzadera, el medio de transporte encarecidamente recomendado por el festival con la intención de evitar precisamente los atascos. El precio de los taxis y VTC hasta la puerta del festival eran prohibitivos.
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Allí donde surge una necesidad, aparece un emprendedor: una chica se nos acercó ofreciéndonos llevarnos en moto por diez euros. Antes de poder sopesar la oferta, la persona que iba delante de nosotros en la fila no se lo pensó dos veces y se fue con su improvisada conductora.
Visto lo visto, la organización, con buen criterio, decidió retrasar 35 minutos el comienzo de Depeche Mode, la primera gran actuación de la noche. Nosotros llegamos a tiempo de ver la buena forma de la banda, con un David Gaham entregado por completo al público y al baile y buena forma vocal salvo alguna falta de fuelle en las notas graves; algo lógico, por edad y por el derroche de energía durante hora y media de concierto. Martin Gore, el otro gran pilar de la banda, demostró también buena forma a la guitarra (precisión cristalina en la esperada y coreadísima “Enjoy The Silence”, que dio paso a los bises) y a los coros. Hubo especial recuerdo para Andrew Fletcher, otro miembro original de la banda fallecido hace un año.
Cuando una banda acumula cuatro décadas de trayectoria y algunas de las mejores canciones de la historia del pop en su repertorio, se agradece que las transforme para decir algo nuevo con ellas cuando las ha interpretado tantísimas veces encima de un escenario. Es lo que Gahan y los suyos hicieron con la citada “Enjoy the Silence”, donde introdujeron un solo de batería de ritmo casi latino, un solo de sintetizador bien ácido y un solo de guitarra bastante funky. “Just Can’t Get Enough” también fue dilatada, invitando al público a hacer juegos vocales, y “Personal Jesus” fue la opción ganadora para cerrar la actuación de manera apoteósica.
Primavera Sound ha importado de su edición barcelonesa la gran idea de poner dos escenarios principales juntos, uno al lado del otro. Eso hace que no sea necesario moverse corriendo de uno a otro si uno quiere ver a todos los cabezas de cartel. Pero entre los dos parecía haber un muro invisible, o más bien una enorme grieta metafórica en el suelo: la brecha generacional entre el público que vio a Depeche Mode, de todas las edades (había algún niño pequeño a hombros de su padre) y procedencias, y el que se congregó cerca del escenario para ver a Kendrick Lamar, mucho más joven y mayoritariamente extranjero.
A ello hay que sumar la barrera de entrada del idioma. Para entender las letras que han convertido a Lamar en el rey del rap del siglo XXI no basta con dominar el inglés, sino también el slang de la calle. Letras sobre temas sociales y políticos, sobre la pobreza y el conflicto racial que parece haberse recrudecido en los últimos años en Estados Unidos, a menudo irónicas, y que suelen alejarse del ego trip (en román paladino, el “yo la tengo más grande”) tan típico de un sector mayoritario del hip hop.
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El rapero de Compton (el mismo y peligroso barrio de Los Ángeles del que han salido otros tótems del género como los pioneros NWA) provocó alaridos de fervor en cuanto apareció en el escenario, solo, quieto, cabizbajo, sin ninguna escenografía, casi a oscuras, ataviado con un chándal rojo, gorra negra hacia atrás y gafas de pasta que le daban un aire a Malcolm X, sin duda una de sus fuentes de inspiración —de hecho él ha reconocido que leer la autobiografía de este combativo líder de la lucha por los derechos de los afroamericanos le marcó profundamente—.
Tras una intro con el tema “The Heart 5”, en “N95” estallaron de golpe la pirotecnia, los subgraves y también el público, y cayó el primero de varios telones inmensos pintados con lo que parecían ser escenas cotidianas de familias afroamericanas, aunque en la primera de ellas se leía en el borde superior un inquietante “warning shots not required” (“no se requieren disparos de advertencia”) que alude una vez más al clima de violencia de su país.
Algunos de los momentos álgidos de la actuación de Lamar llegaron con temas de peso como “Maad City”, “DNA”, “Humble”, “Money Trees” y “Family Ties”, que interpretó junto a su primo Baby Keem, que había actuado también en el festival algunas horas antes. Era la primera vez que Kendrick Lamar actuaba en Madrid, y prometió volver antes de abandonar el escenario.
El cartel del viernes se completaba con otros nombres de altura, como los decanos del punk Bad Religion, y adentrándose cada vez más en los dominios de la electrónica, tan propicia para la madrugada, desde Four Tet a Channel Tres, pasando por Fred Again.. y Skrillex, que reventaron (casi literalmente) los escenarios principales. Ojalá el atronador sonido de los subgraves, además de retumbar en nuestras cajas torácicas, despeje definitivamente las nubes y las carreteras.