Más de tres lustros han tenido que pasar para que Madrid volviese a disfrutar de la artista islandesa tras su lejana visita, allá por 2007, a la plaza de toros de las Ventas para presentar su álbum Volta.
Y la espera, como se suele decir en estos casos, ha merecido la pena. Y la ha merecido por diversas razones, pero sobre todo para constatar que algunas cosas han cambiado mientras que otras permanecen exactamente igual. Como la vida misma, vamos.
En todo este tiempo la compositora, intérprete y productora ha conseguido integrar todas sus recientes vivencias personales en una serie de álbumes con una tendencia mucho más abstracta y de escucha difícil, pero siempre bañados en una honestidad artística a prueba de balas.
Y con su nueva gira Cornucopia, el alegato ecologista integra gran parte de un espectáculo onírico concebido a partir del álbum Utopia, pero también combinado con Fossora y algunos (pocos) clásicos más, y donde los más de 8.000 espectadores pudieron asistir a la versión más sofisticada y menos predecible de la cantante islandesa.
En este show milimetrado, Björk apareció rodeada de un variado muestrario musical marca de la casa: arpa, samplers, percusiones, cuencos de agua y el septeto femenino de flauta Viibra caracterizado como hadas élficas del bosque y que fue de lo más celebrado de la noche.
En el apartado visual compuesto de varias capas formadas por fondos y cortinaje en el que se proyectaban unos visuales creados por cuatro artistas, Tobias Gremmler, Andy Huang, Nick Knight, M/M, y una dirección escénica de lujo: la de la cineasta Lucrecia Martel que dota al espectáculo de una simplicidad preciosista digna de una ópera vanguardista del siglo XXI.
Y con puntualidad británica y tras unos sonidos de aves selváticas, el espectáctulo comenzó directamente a la medular del espectador con el lamento salvaje de The Gate. Y es que ese ‘I care for you, care for you’ sigue sonando tan sobrecogedor como el primer día.
Arisen my senses al igual que Ovule sonaron tremendamente poderosas y orgánicas, como andar descalzo por el campo después de una tormenta de verano. Y es que la voz de Björk no ha perdido un ápice de fuerza y expresividad. Es más, da la sensación de que con cada composición se reafirma aún más.
Su dulzura visceral sigue intacta gracias a Dios.
Por casualidades del destino, en esta visita se acaban de cumplir 30 años de su primer disco en solitario Debut, pero la nostalgia nunca ha sido uno de los fuertes de una artista que, al igual que Bob Dylan, se desentiende perfectamente de la carga de su pasado y solo mira hacia delante con curiosidad y valentía. De tal manera que solo interpretó una versión deconstruida e hiperdesnuda de Venus as a boy acompañada simplemente de una flauta travesera. Algo parecido sucedió con otro de sus hits Isobel, convenientemente adaptada a su nuevo formato musical lejos del sonido original.
Las magníficas visuales proyectadas en diferentes capas que combinan desde el 8K más hiperrealista y orgánico a la animación más vintage y preciosista hacen que el espectáculo se vuelva una experiencia sensorial de primer orden donde todo acaba revelando una armonía secreta.
Y la mejor noticia de todas, Björk sigue disfrutando como una niña en gran parte del show, con ese brillo tan libre, infantil y juguetón que la ha hecho tan reconocible. Viendo lo visto, a nadie se le ocurriría pensar que estamos ante una sexagenaria.
Antes de los bises llegó el mensaje proyectado de Greta Thunberg, con un discurso contundente que entronca directamente con la filosofía de Cornucopia: la compatibilidad de naturaleza y tecnología, de la necesidad de "definir una utopía y formar parte de ella". La revolución ya está en marcha. No hay otra opción.
De tal manera que los bises no podían comenzar más que con la belleza lírica de Future Forever y tras hora y media de espectáculo, la artista islandesa se despidió con la enérgica Notget, invitando a la gente "a bailar si así lo deseaban", en una especie de rave disruptiva y ocasional de comienzos de semana.
Y para terminar (y por poner alguna pega) habría que decir que se echaron en falta algunas de sus canciones más emblemáticas, pero eso, en un espectáculo de este calibre, no debe contar tanto como ver a una artista tan valiente y arriesgada combinando sus deseos y miedos de una manera tan fascinante.
Björk. Poderosa. Eterna.